Solían juntarse a tocar una que otra cosa en la casa del Marcelo. Podían ser muchas canciones, y pasar la tarde en una abstracta sonata, que al final del día simplemente se fundía en la adrenalina casual de la juventud. Sin embargo, había algo en lo que dos de los ellos acordaban, algo en lo que estarían de acuerdo hasta que la muerte les besara;
El Milovan estaba medio loco.
Tanto Marcelo como Nacho habían caído en la trampa que el susodicho les había tendido, y es que probablemente jamás debieron acudir a la reunión importante que había mencionado el bajista. Claramente, la reunión en si nunca tomó lugar.
— ¡Ya conchetumadre! Tienen veinticuatro horas — Gritó, a pesar de que su voz ya se oía amortiguada. Quizá por la lejanía que había tomado el mismo, tan irritante como siempre. — Compongan alguna weá o qué se yo.
— ¿Qué chucha estai haciendo? — Marcelo hizo un forcejeo en la cerradura del armario, sin esforzarse realmente en ello. ¿Cómo se le había ocurrido dejarles así?
— ... En fin, tal parece que vamos a estar harto rato aquí — Ignacio Peña musitó, quizá demasiado interiorizado en ver a su novia, Paula, como para no tomarle el peso real a la situación. Se apoyó en una de las paredes del armario en el cual habían sido encerrados, carraspeando— ¿No te parece que esto es como Siete minutos en el Cielo?
Milovan les había engañado a ambos, y por varias razones habían terminado su jornada encerrados en un armario. Veinticuatro horas, totalmente solos, una especie de broma del rizado. Les había comentado lo triste que era la "tensión sexual" entre ambos (que no existía, por cierto) y se había dispuesto a solucionarla con una ingeniosa idea.
Que realmente apestaba, como la mayoría de los planes que tenía el susodicho en cuestión.
Marcelo tomó de la camiseta al muchacho, quien elevó las plantas de sus pies unos cuantos centímetros. Ese comentario en específico había despertado un torrente de emociones en su interior, estaba, por algún motivo, irritado. Sin alguna razón en especial, no era como si el imaginarse con el pelinegro en esa clase de juegos le hiciera alguna especie de ilusión...
— Pero no te preocupes — El tono de voz del más bajo cambió abruptamente, siendo el mismo más suave — No somos fletos ni ninguna weá, así que no va a pasar nada.
— No necesito que lo hagas — Musitó el Marcelo, soltando a Peña para llevar sus pulcras manos a rodear la suave piel del cuello del más bajo, quizá un poco amarilla, pero frágil, efímera, de él. Era tan delicada... Pero era el Nacho po weón, el Milovan era el único que lo encontraba rico si omitimos a la Pauli, así que no era como si le importara en demasía... Pero aún así, se acercó peligrosamente hacia su existencia, rompiendo esa seguridad que proporcionaba la distancia—, porque no va a pasar nada. El Troncoso es el hueco, no nosotros.
— Pero Marcelo... Esto no es precisamente "componer algo".
La razón de aquellos vocablos, el propósito de su nacimiento, lo habían cumplido. Romper la concentración del remitente. Y cuando menos esperó algo, el baterista había mordido su lóbulo.
Una corriente de electricidad se traspasó desde el cuerpo del mencionado al del más bajo, su nerviosismo iba en aumento. ¡Vaya, quería salir de ahí rápido! Tenues rayos de luz intentaban abrazar el reducido ambiente, sin lograr hacer más cálido el ambiente, que sin duda era incómodo.
— ¿De verdad quieres que toquemos algo?
La verdad no lo había pensado ni por un segundo. Aunque no quisiera admitirlo, el inusual lazo que había formado con el baterista se había vuelto una parte importante de su día a día.