La belleza que nadie ve

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Narra Stanley

Suspiré resignado y me acerqué para hablar con ella mas su comentario al aire me distrajo de cualquier patética idea. Y menos mal.

— Creo que los veo — Entonces me acerqué a su lado y miré a donde apuntaba — Allí están.

Entre la multitud Will caminaba detrás de Thomas quien miraba de un lado a otro. Intenté gritar mas el ruido exterior ni la altura ayudaban en algo, por lo cual, algo inquieto y ansioso esperé a que la maldita maquinaria en donde nos encontramos terminara de dar la vuelta. Una vez terminada su tarea, agarré del brazo a Camila y corrí hasta la posición de mi hermanito. En ello accidentalmente choco con alguien el cual ni me gasto en mirar, sólo lo insulto y continuo.

Un extraño escalofrío me recorrió toda la espina dorsal.

Ignorando la situación, seguí empujando a la gente hasta escuchar un grito entre todo el barullo. Me detuve y miré a todos lados en busca del origen de mi nombre. Al haber tanto ruido y tanta gente, era difícil el poder ubicar a los dos faltantes. Miré a un costado donde Camila en un intento fallido se paraba de puntas para tratar de mirar sobre la gente.

Sonreí victorioso cuando una magnífica idea pasó por mi mente.

— Tu amigo es muy alto ¿No? — Grité para ser oído.

— Si ¿Por quEEE— Sin preguntar la cargué sobre mis hombros — ¡¿Pero qué estás haciendo?!

— ¡Busca al pelirrojo! Seguro que lo verás entre la gente.

— ¡¿No que deberías preguntar antes de subirme?!

— ¡Sólo busca una mancha roja y alta entre los demás carajo!

Murmurando varios e intensos  insultos miró sobre la numerosa cantidad de cabezas, hasta que entre la multitud identificó una cabellera pelirroja de alguien lo suficientemente alto como para destacar entre el gentio. Señalando el lugar, y sin dejar que se baje, caminé apurado entre las personas hasta chocar con una persona igual a mí.

Si bien me hubiera gustado sólo tirarla, la bajé de forma lenta para luego abrazar a Will, quién me devolvió el abrazo.

— ¡No te vuelvas a ir así! ¡Me diste un susto torpe! — Lo abracé más fuerte.

— ¡Perdón!

— Deberíamos irnos, ya es muy tarde y fueron suficientes cosas por hoy.

Caminábamos por la calle, dispuestos a volver a los dormitorios. Sumidos en un silencio un poco tenso, me dispuse a hablar ante tan frustrante situación.

— Sabes, cuando te separaste fui a un objeto metálico enorme y redondo que tiene unas especies de cápsulas que suben y dan toda la vuelta. Le llaman La rueda de la fortuna.

— ¿De verás? A mí me hubiera gustado ir. Por otro lado, yo estuve en un juego de medidor de fuerza, golpeas una placa con un martillo con toda tu fuerza y la miden, y como yo llegué a la campana me dieron esto como premio — De entre sus manos levantó el nombrado premio.

— ¿Qué se supone que es?

— No lo sé, es un especie de conejo, pero que yo recuerde haber leído no tenía este tipo de pelaje o que sean de este tamaño.

— Porque es sólo un peluche, no va a ser exactamente igual a un conejo real — Comentó la chica que desde hace largo tiempo que sólo caminaba con la mirada baja.

Mientras Will miraba extrañado la cortante actitud de la chica, yo simplemente me dediqué a suspirar y mirar a todos lados a punto de hacer algo de lo que seguro me arrepentiré. Encontrando con la mirada lo que buscaba, me separé del grupo para juntar tal objeto y ante la atenta mirada de mi hermano y el pelirrojo me coloqué al frente de la chica interrumpiendo su caminar. Me miró con el ceño fruncido y de igual modo le entregué la pequeña margarita.

— Sabes, la gente piensa que estas flores no son especiales, que están en todos lados y que son fáciles de conseguir. Piensan que las rosas son las más hermosas, pero se equivocan — Miré a un costado dudando si continuar. Suspiré, no había marcha atrás — ¿Sabes? Me gusta ver la belleza en donde los demás no la ven.

La miré a los ojos, esos que me miraban con un brillo especial, siendo rodeados por un pequeño sonrojo. Y sonreí, orgulloso; coloqué la pequeña flor en su oreja corriendo un poco su cabello de su rostro y me volteé dispuesto continuar caminando.

El resto del camino fue silencioso, pues yo trataba de ignorar la penetrante mirada de mi hermano al tratar de entender lo sucedido y de analizarme.





Ella colocó aquel ramo de flores en el jarrón antiguo que le gustaba usar de decoración. Ante la atenta mirada de su primogénito, y ante la expresión confundida del pequeño se acercó, le acarició el cabello y se agachó a su altura.

— ¿Qué te pasa?

— ¿Por qué elegiste esas flores? Al lado había un arbusto de rosas, esas son más lindas y coloridas.

— Sabes... pocos son capaces de ver su belleza, todos las creen simples y aburridas —Sonrió cálidamente — Y eso las hacen especiales.

— No entiendo.

— Ya entenderás que pocos son los que las aprecian, pocos son los afortunados de ver la belleza donde nadie la ve.

Otro Cliché - 2° TemporadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora