II

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"Duelo con los gigantes"

Los alegres murmullos juveniles se unían al cantar de las avecillas y los grillos, presidiendo un pequeño concierto mañanero mientras avanzaban por el sendero que guiaba hacia la Academia: el enorme castillo de techos color café oscuro y paredes grisáceas se podía observar de entre las copas de los árboles, unos pasos más adelante. A sólo escasos cinco minutos de caminata estaba la casona del Internado Ray Mediht, de donde venían los CabrosDelCid, ya todos arregalos y desayunados para empezar su día en el colegio. Aunque debo corregir que no todos, pues hubo un cierto muchacho que constantemente se sobaba el estómago con cara de pocos amigos.

—Oye Sanku, ¿A tí te sacaron a rastras de la ducha o qué? —Uno de los jóvenes se puso al lado del susodicho mirando con una sonrisa burlona la cabeza empapada de éste.

Sanku miró a su amigo con una mueca de sarcasmo y se pasó la mano derecha por el pelo renegrido.

—¿Acaso no sabes que está de moda el «look mojado»? —contestó bromeando—. A las chicas les gusta. El cabello largo pasó a la historia Ateo, ya es tiempo de que te cortes esa moña.

—¿Ah sí? —dijo el chico entre risas—. Supongo que a las chicas también les encantará abrazarte la espalda húmeda. Parece un pozo de sudor.

—Que diablos... —suspiró—. Con lo que me costó planchar esta camisa. No se la dí a Mistral a tiempo y tuve que estirarla yo mismo anoche. Ese Kyuu fantoche me la va a planchar otra vez, por su culpa me tuve que dar un enjuagón de medio minuto esta mañana y por nada porque no me dio chance de desayunar.

Ateo rió divertido y metió una mano en su bolso, sacando una barra de cereales. Sanku advirtió las intenciones de su compañero y soltó una sonrisa de oreja a oreja que desapareció en el momento que otra mano le arrebataba la barrita a Ateo en un santiamén.

—Ésto me corresponde, gracias —el dueño de la mano pasó por el medio de ellos, metiéndose la golosina en el bolsillo de su pantalón negro.

—¡Ea Ardilla! ¿Usted para dónde va? —Sanku lo haló del hombro—. ¿Qué es eso de que te corresponde?

—¿Qué acaso lo olvidaste? —contestó el joven de anteojos, deteniéndose—. Hace dos días perdiste contra mí dos veces seguidas al «Rokke» y dijiste que me pagarías. Aún sigo esperando.

Sanku hizo una mueca de frustración graciosa.

«Man» —soltó apesadumbrado—. Ten compasión de mí, no he comido nada y estoy a punto del desmayo. No te he pagado porque no me ha llegado la carta con mi mesada, pero te juro apenas me llegan las «lucas» te entrego tu pasta.

Los otros dos rieron con ganas del muchacho. Se veía tan desesperado que les dio gracia y pena, así que Ardilla le devolvió la barrita de cereales.

—¿Tan temprano andan con bulla? —se acercó Javier acomodándose las gafas y bostezando.

—Dios, tienes unas ojeras de tres metros ¿Qué te pasó? —le dijo Ardilla y reanudaron la marcha, siguiendo a los demás que ya se alejaban más adelante.

—Pesadillas y más pesadillas —contestó Javier encogiéndose de hombros—. Mi cabeza anda a millón últimamente.

La prestigiosa Academia DelCid era un sitio bastante grande, al ser un antiguo castillo que había sido remozado cuatro décadas atrás. Según la historia aurumiana, perteneció a uno de los más grandes héroes de la nación, Sir Antürien DelCid, un caballero noble que sirvió durante la Guerra de los Firmamentos, suceso que se había dado ya casi ciento cincuenta años.

Los Hijos del Sol©Where stories live. Discover now