Capitulo 7.

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CRHSITIAN.

Fui corriendo al patio trasero a buscar mi bici, que era rosa. Por alguna extraña razón. Cuando llegué, la niña estaba agachada frente a su bici, revisándole la cadena, supongo. Se le había soltado el pelo de sus clinejas, y se le había enrulado cayéndole por un hombro. Parecía estar ardiendo en llamas.

Me gustaba su cabello.

Le dije que me dijera su nombre y pregunto que para qué quería saber su nombre, le dije que si no me decía no la ayudaría y me dijo que no pensaba decírmelo nunca y le dije que estaba bien, y la miré.

Justo en ese momento se veía molesta, como la mayoría del tiempo que había estado allí, y le dijo, como si me estuviera diciento que quería arrancarme los órganos, enrollármelos en el cuello y ahorcarme con ellos:

---Me llamo Laura, mis amigos me dicen Lara---Y como no podría ser de otra manera---Si me llamas así te arrancaré los órganos, te los enrollaré en el cuello y te ahorcaré con ellos.

---Okay.

Mi voz no era mi voz, parecía un saludo común de un pato.

En el camino (yo iba delante para guiar, obviamente), intenté tener una conversación con ella, pero cada vez que le preguntaba algo (¿A qué escuela vas? ¿Cómo se llaman tus padres? Tienes un pelo muy lindo ¿de quién lo sacaste?), me lanzaba una mirada cállate la boca que, ya sabes, me callaba la boca. Me odiaba más de lo que alguna vez me habían odiado, y lo peor, no sabía por qué.

Tal vez no sepas que sea la mirada cállate la boca, por eso te contare:

Cuando mi hermana tenía 15 años sabia el rollo de mi mamá y de mi papá. Básicamente era que no podíamos hablar, opinar o ninguna cosa que se le asemejase mientras ellos no nos lo pidieran. Pero yo no lo sabía. Hablaba hasta por los codos. Bueno, tampoco es como si dijera algo interesante nunca: solo tenía 6 años, tú entiendes. Pero tampoco era como si dijera cosas especialmente agradables. Para ellos yo era todo, menos especialmente agradable. Pero hubo un día, solo mamá y yo estábamos en casa. Bets se había ido al insti y papá trabajaba, últimamente no hacía más que trabajar.

Bueno, en fin. Estábamos mi mama y yo en la casa. Mi casa no es más que otra típica imitación de una casa rica, pero si miras más de cerca, podrás ver los cientos de miles de defectos de ella. Por lo menos, la secadora no funciona si la lavadora está encendida. O que la licuadora siempre chorrea por los bordes porque tiene huecos. O que la puerta del baño se abría por alguna extraña razón cada vez que habríamos la de la sala, que queda como a 5 metros. Y lo peor, en el estudio, hay una trabilla donde ponen miles y miles de libros, que cada vez que se añade uno más, grita por el esfuerzo. No sé cómo todavía sigue firme, ya sabes, si a eso se le puede llamar firme.

El punto es que mamá estaba en el estudio, y yo en mi cuarto leyendo un viejo libro de papa que habla sobre gigantes dinosaurios prehistóricos y las enfermedades que tuvieron que tener. Según el libro, los dinosaurios tenían alergia a su propio sudor. Que locura. Estaba en eso cuando el libro se acaba repentina y bruscamente: el resto de las hojas estaban arrancadas y echas jirones en la raíz.

Cuando sigo asimilando que no podre saber nunca lo que paso con los dinosaurios, escucho la puerta principal abrirse y cerrarse en el piso de abajo. Me levanto y me dirijo al estudio. Cuando llego, no toco la puerta, entro y veo como mamá no reconoce mi presencia gracias a la pantalla que tiene adelante. Estoy acostumbrado a eso, así que solo me estiro por encima de su cabeza para colocar el libro en la pequeña tabla que sostiene más de 50 libros. Pero en eso, la manga de mi suéter se engancha en un clavo medio suelto que tiene la tabla y, sin pensarlo, tiro de él para zafarme y la tabla hace un sonido de crujido y luego t o d o  s e   v i e n e  a b a j o.

En resumen, la tabla y los cincuenta y un libros caen sobre la mujer cuya prioridad desde mi nacimiento han sido su teléfono, su IPad. Bueno, y decirme que no toque su teléfono ni su IPad. Pero eso no es lo peor, lo peor viene después.

Luego, se levanta muy lentamente y, si no supiera lo que viene a continuación, me reiría, porque, realmente se ve ridícula resurgiendo de entre esos libros, con su cara roja de la rabia. Levanta su mano y me abofetea. Siento el cosquilleo incluso antes de la cachetada, como una ansiosa expectación. Pero eso no es lo peor, lo peor viene después.

Justo después.

Cuando llega papá.

Lo más difícil de amar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora