Capítulo Uno

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     Todos estaban de los nervios o al menos era lo que dejaban ver al resto de su familia para no entristecerse más los unos a los otros. Sofía, después de muchos años de hacer publicidad y pequeños papeles para series nacionales, se iba a mudar a Los Ángeles ella sola con veinte años recién cumplidos. Marcharse al otro continente había sido un pensamiento recurrente desde que tenía diez años, o puede que incluso antes, pero nunca pensaba que realmente se fuera a cumplir.

     Antes del comienzo del verano, cuando Sof casi ni podía creerse haber superado viva el primer año de derecho, recibió una oferta para hacer una audición de un papel secundario pero aún y así con mucho más protagonismo del que nunca había conseguido. Sin decir nada a sus padres para no tener que desilusionarlos más tarde, se montó en su coche y hizo el viaje de media hora hasta la ciudad. Ese fue uno de los días más felices de su vida. Consiguió el papel, que aunque no hizo que el público se fijara en ella, sí que consiguió que unas cuantas personas importantes lo hicieran y cuando la llamaron para ofrecerle un papel en una película que se iba a grabar en Estados Unidos, no dudó en dejarlo todo atrás. 

     Ahora estaba durmiendo por última vez en la casa en la que había crecido, abrazada a su hermano pequeño. Lucía, la mayor de los hermanos, la zarandeaba para despertarla con cuidado de que Carlos no se enterara. La noche anterior había sido muy dura y llena de llantos, el pequeño de ocho años no entendía por qué tenía que irse, así que había decidido que no iba a soltarla nunca y de momento estaba cumpliendo. Con la ayuda de Lucía, se intercambió ella misma por una almohada con la esperanza de que Carlos no notara la diferencia y siguiera durmiendo. Sería cruel irse sin decirle nada y que al despertarse se diera cuenta de que ella le había abandonado, pero Sofía creía que si escuchaba a su hermano suplicándole que se quedara una vez más, podía acabar haciéndole caso a él y a sus miedos que le decían que no era lo suficientemente buena para esta oportunidad que le habían dado. En puntillas y a oscuras se dirigió a su lavabo seguida de su hermana.
     Sof se miró en el espejo y se deprimió un poco por el aspecto que tenía, los ojos rojos de llorar y unas ojeras muy marcadas que no tenía intención de ocultar porque iba a pasar demasiadas horas en un avión, ya tendría tiempo para eso más tarde. Mientras peinaba su pelo castaño ondulado que ya casi le llegaba por la cintura, observó como Lucía cerraba la puerta del baño detrás de ella.
     —Sabes, te voy a echar mucho de menos —le dijo con una sonrisa—, estoy tan feliz por ti.
Había solo dos años de diferencia entre su hermana y ella y aunque no siempre se hubieran llevado muy bien, a la hora de la verdad se querían más que nadie. Sof siempre había sentido un poco de envidia por su hermana mayor porque tenía todas las características necesarias para ser un ángel de Victoria's Secret, que acompañaba con su pelo rubio liso y unos ojos azules, pero era una envidia sana, con ganas de superarse mutuamente pero siempre celebrando los logros de la otra.
     —Yo también te voy a echar de menos, casi no puedo creer que esto esté pasando de verdad. —Los ojos se le llenaron de lágrimas otra vez, pero eran de felicidad aunque puede que estuvieran un poco mezcladas con algunas de tristeza.
     Irse no significaba no volver a ver a su familia nunca más, ni que el pueblo donde creció fuera a desaparecer pero cambiar tan radicalmente de verlos todos los días a estar a más de doce horas de distancia iba a ser muy duro para todos.
     —Claro que te lo puedes creer, siempre supe que lo lograrías. —Se dieron un abrazo viviendo uno de esos momentos entre hermanas no demasiado comunes pero que encantaban a ambas y se secaron las lágrimas antes de que llegaran a caer— Venga, arréglate rápido, vamos a llegar tarde. Espero que no te dejes nada porque no voy a gastar mi dinero en mandarte tus cosas.
Por suerte, las maletas ya estaban abajo, así evitarían otra posible manera de despertar a Carlos. Cuando llegó al salón se encontró con sus padres ya vestidos y desayunando mucho teniendo en cuenta que solo era de madrugada, pero nunca era demasiado temprano para comer. Ellos siempre habían apoyado a Sof y aunque se podía ver que no eran muy felices con la decisión que había tomado su hija, nunca dejarían que ella se diera cuenta de eso. Sof casi no tocó la comida que había encima de la mesa y aprovechó ese tiempo en el que su hermana devoraba todo lo que podía en ver su casa por última vez. Ya lo había hecho con su cuarto en todo el rato que le había costado dormirse la noche anterior. Tan solo miraba cada centímetro de las habitaciones con mucha atención y por muy estúpido que pareciera, eso la hacía sentirse mejor de alguna manera. Se fijó sobretodo en los marcos de fotos, colgados por las paredes, encima de repisas, incluso un cuadro de todos ellos que ocupaba el lugar de honor encima de la chimenea.
     —Mamá, ¿me dejarías llevarme una foto? —Su madre sonrió y se acercó a los marcos de las repisas, se quedó mirando las fotos durante un rato y al final escogió una foto con el marco de plata y pequeñas flores grabadas. La foto tenía cuatro años y era de cuando fuimos de vacaciones a una casa de campo que alquilamos durante unas semanas. El fondo era todo verde y lleno de árboles, tal como lo recordaba, Sof y Lucía estaban cogiendo al pequeño Carlos en brazos y sus padres estaban abrazándoles desde detrás. Era la foto favorita de sus padres.
     —Toma, estoy segura de que esta quedará muy bien en tu apartamento —Sof guardó la foto en su maleta de mano, dejándola entre ropa para que no le pasara nada malo. Aún no tenía apartamento pero no iba a decírselo a sus padres para que no se preocuparan. Se estaría quedando durante un tiempo en un hotel de manera provisional mientras encontraba algo pero no creía que tardara demasiado ya que estaba recibiendo ayuda.
     Antes de irse subió corriendo las escaleras para darle un beso a Carlos deseando que no se despertara pero no podía irse sin más. Luego, en la entrada de fuera se despidió de su madre mientras Lucía y su padre subían las maletas al coche. Cuando olió su perfume y se separaron de su abrazo supo que la iba a echar muchísimo de menos pero de verdad esperaba que mereciera la pena. Luego, hizo lo mismo con su padre y se subió al coche a solas con su hermana.
     Durante el camino podía notar los nervios y como cada vez iban a más, al final tuvo que romper el silencio en el que habían ido durante medio viaje para poner la radio lo más fuerte que pudo. No podía esperar para vivir esa aventura. Sabía que podía salir terriblemente mal pero entonces volvería todo lo feliz que pudiera porque lo habría intentado. Iban solas por la carretera, con la luna llena brillando apunto de esconderse y todas las farolas encendidas. Cogieron la salida al aeropuerto y al momento estaban ahí. Lucía no entró, Sof lo prefería así, solo se bajó del coche para ayudarla con las maletas y después de estar unos minutos abrazadas se despidieron.
     —Ten mucho cuidado, y mándame fotos de todo.
     —Tu cuida de Carlos y dile que lo siento mucho. —La relación que Sof y Carlos tenían era mucho más fuerte que la que tenían Lucía y él así que el chico no lo pasaría muy bien pero esperaba que su ausencia sirviera para que Carlos comenzara a tener más cariño por su otra hermana ya que Sof sabía lo mucho que le dolía a Lucía que su hermano la ignorara la mayor parte del tiempo.— Vamos, vete, aún puedes llegar a la fiesta con tus amigos —dijo sonriendo, sabía que no había ni una sola posibilidad de que Lucía se fuera de fiesta. Nunca.

     La espera para subir al avión se le hizo eterna. Facturar las maletas fue más fácil de lo que esperaba y eso hizo que gran parte del estrés se esfumara al momento. Estuvo paseando durante un buen rato por la tienda libre de impuestos pero no compró nada porque debía ahorrar, no iba a ser barato vivir en Los Ángeles. Hacia las seis de la mañana se levantó del sillón en el que había montado su pequeño campamento y embarcó en el avión. Ya no había vuelta atrás, el avión había despegado y le esperaban doce horas de vuelo para llegar a lo que había estado esperando toda su vida.

Irreal | Noah CentineoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora