Querida Helena

20 0 0
                                    

Recuerdo el primer momento en el que abrí mis ojos. Había tantas cosas a mi alrededor y, sin embargo, miré aquella extraña expresión de incertidumbre en tu rostro. 
Eras tan joven, tan pequeña y yo tan pequeño contigo. Me sostenías en tus manos pues sólo era un cúmulo de gotas de agua, algo tan diminuto como un simple pensamiento. 

Aquel día pude conocerte y a pesar de estar triste por la reciente pérdida de tu padre, tú me regalaste la sonrisa más sincera que jamás nadie me haya podido dar. Recuerdo cuando mirabas aquellas gafas redondas que una vez le pertenecieron a él. El día que las comencé a llevar, no volví a verte triste. 

Gracias a ti, pude aprender el lenguaje y miles de modales pero creo que las mejores cosas son aquellas que no tienen nombre. Aquellas que no se apuntan en pequeñas libretas o has de memorizar, son cosas que aprendes con el corazón. 

Helena, tú fuiste mi primer y único amor, mi compañera y mi mejor amiga. Fuiste mi hermana y en algunos casos, una madre. 

Me enseñaste la felicidad, me enseñaste que la vida nos cambia y pues estas simples gotas de agua cambiaron miles de veces mi frágil cuerpo. He podido tenerte en mis brazos por horas, acurrucarnos frente a una chimenea y leer libros grandiosos de escritores que ya nos dejaron y otros que sólo comienzan su camino. 

Han pasado tantos años, cariño mío... Tanto tiempo. 

Quién podría decirme que todo lo que habrías deseado alguna vez, fuera yo. Algo tan limitado, tan poco experimentado. Pudimos ver las maravillas del mundo juntos y descubrir miles de lugares interesantes. Cuántas costumbres y diversidad de tradiciones. Cuán es el afán de la gente por llegar a ser el centro del universo, ellos nunca supieron que mi universo siempre fuiste tú. 

Me has llamado de tantas formas diferentes, nunca me diste un nombre porque no querías poseerme pero a la vez me hacías tuyo con todos esos lindos motes. El tacto de tu mano acariciando la mía, cantándome alguna de tus melosas canciones para hacerme sentir que sólo estábamos tú y yo. Me contaste tus miedos, tus deseos, tus sueños. En todos ellos siempre había un espacio para mí y yo, mi vida, siempre tuve un espacio en mi corazón para ti. 

Aún recuerdo aquellas pinceladas en tus lienzos. Una pequeña brocha húmeda que esparcía tantos lindos colores por una superficie que una vez fue blanca. Recuerdo como ellos se mezclaban tan bien como nosotros y como en mi cuerpo empezaron a aparecer acuarelas. Recuerdo como agarrabas mi mano, como hacías que deslizara aquel pincel sobre una idea y juntos le dábamos forma. Algo tan parecido a nuestras vidas, algo como nosotros y pues, en verdad, mi pintura favorita siempre fue la de nuestros corazones latiendo al unísono. Siempre fuimos uno. 

Mi querida Helena, el día que te fuiste fue inmensamente triste para mí. Miles de conversaciones pasan por mi cabeza a día de hoy y no soy capaz de olvidar tu voz. Nunca lo seré. 
Fueron unos maravillosos años a tu lado, una hermosa vida para ti y a pesar de que yo podría haber desaparecido, a pesar de que podría haberme desvanecido, yo siempre quise vivir aún si no te tengo a mi lado. Porque tú y yo somos un sólo corazón y ahora me toca vivir por ti, por nosotros. 

"Cielo, el mundo está lleno de personas que te mirarán con unos ojos no tan amables como deberían. Algunos te llamarán monstruo y a otros les parecerás una absurda broma, pero todos tenemos el mismo esqueleto." 

Sentía como mis manos se volvían más finas, dejando ver mis huesos. Las lágrimas corrían por mis mejillas y se perdían en una mandíbula hueca. No podía creer que te fueras. 

"Aún así, tú tienes algo que ellos no van a tener jamás." 

Las dudas aparecían dentro de mi revoltosa cabeza. Un remolino de sentimientos me invadía. 

"Mi obra de arte, mi deseo, mi vida... Tú y sólo tú, siempre tuviste mi corazón. Sólo tú, mi lindo deseo." 

Es ahí donde te diste cuenta de que, a pesar de todos estos años, yo siempre fui tuyo y tú... Tú siempre fuiste mía. Hubo tantos motivos para atarme, podría haber sido el miedo a irte, el miedo a perderme, miles de inseguridades, pero, tu voz, tu hermosa voz me hizo entender que me estabas atando por amor. Un amor que jamás será roto.

Ahora mi querida Helena, pintas tus hermosas acuarelas en el firmamento y las mezclas cada atardecer para mí. Ahora te escucho cantar cuando el viento sopla cerca mío y aún puedo ver tu hermoso reflejo en aquel lago donde nos conocimos. Recuerdo tu tacto cada vez que paso las páginas de nuestros libros favoritos. Eres mi inspiración para seguir siendo tu mejor obra de arte, tu amor...

Tu acuarela. 

Mi Querida HelenaWhere stories live. Discover now