Las rosas que conforman tu recuerdo

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Dejó su mochila en algún lugar de su cuarto sin prestarle la más mínima atención para luego tirarse en su cama con la cabeza hundida en la almohada. Segundos después giró su rostro hacia un costado y observo por el rabillo del ojo el jarrón sobre su escritorio lleno de rosas.

Puso su atención en ellas, y como si algo en su interior se lo reclamara, se puso de pie tomando el jarrón entre sus manos para salir de su habitación directo a la cocina.

Tomó el puñado de rosas y las saco del jarrón.

Por un momento su mano, cerrada firmemente sosteniendo las rosas, se detuvo sobre el cesto de la basura quedando suspendida en esa posición. Sentía como si una parte de él quisiera tirar las rosas y olvidarse por completo de su existencia y otra parte del él quisiera conservarlas y permanecer con el recuerdo.
Pensó por unos segundos.

¿El recuerdo de que?

Al final decidió lavar el jarrón, cambiar el agua y colocar las rosas de nuevo.

Mientras acomodaba el ramo se percató que dos de ellas ya se encontraban marchitas, las retiro del grupo y jugó con ellas entre sus dedos.

No tenía caso tener rosas marchitas, pensó en comprar un par más para poder reemplazarlas, y sin más las arrojó a la basura.

Llevó el jarrón de regreso a su habitación y lo colocó sobre el buró al lado de su cama.

Tocó con suavidad los pétalos de las rosas que le quedaban, acariciandolas.

Y aquello se volvió rutina.

Todos los días, sin falta, les cambiaba el agua, revisaba las rosas, se deshacía de las que estaban marchitas, volvía su habitación, colocaba las rosas en su posición, acariciaba los pétalos de las rosas que quedaban y se tiraba a su cama a mirarlas.

¿Porque lo hacia?
No lo sabía.

¿Porque le dedicaba atención a unas rosas cuando nunca antes había tenido interés en las flores?
No lo entendía.

¿Porque los días le parecían monótonos y vacíos?
No lo comprendía.

Una rosa por día, se marchitaban en su habitación.
Cuando solo quedó una, se recordó ir el fin de semana por más. Había una florería cerca del parque y podría ir a comprar un nuevo ramo. Sentía esa necesidad, ese deseo de no quedarse sin rosas, pero a la vez sentía en su corazón que esas rosas que compraría no se compararían con las que originalmente tenía.

En ese instante recordó que su madre le había dado hace unas semanas, y al ver su súbito interés en las flores, unas vitaminas que según ella prolongarían la vida de las rosas, en aquel momento no le prestó mucho interés, valga a saber porque, solo le recibió el sobrecito y lo guardo en algún lugar de su cuarto. Trató de hacer memoria en donde las había colocado y de inmediato busco en el cajón del buró.
En medio del desorden encontró el sobre de vitaminas, pero al levantarlo, debajo del sobre, encontró una pequeña llave.

La sacó del cajón con curiosidad, y la observo por unos instantes preguntándose a donde pertenecía.
Abrió el sobre de vitaminas, tomó una pastillita y la dejo caer en el jarrón.
Se sentó en el suelo al lado del pequeño mueble de madera blanco donde yacía el jarrón con la ultima rosa y volvió su atención a la llave de metal.
Parecía esas llaves antiguas de algún cofre del tesoro o algo así, sonrío ante su misterio acomodándose mejor sobre un costado de la cama. Estiró su brazo de izquierdo un poco debajo de la cama, para apoyarse mejor, pero sus dedos rozaron algo que llamó su atención.

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