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Fiddlesticks parte 2

Para cuando los hombres llegaron al campo estéril antes de su escondite en la cueva, el sol poniente proyectaba su rosado resplandor sobre el horizonte. Un viento hueco y silbante sopló entre los tallos podridos y las malas hierbas. Moldudos fardos de heno estaban esparcidos como cadáveres en el campo de batalla. Vigilando esta tierra abandonada había un tosco espantapájaros de tela y paja balanceado en dos patas de fino sauce. Sus harapos hechos jirones revoloteaban en el viento, y una guadaña oxidada colgaba flácida de un brazo.

Los bandidos pasaron por el campo y se adentraron en la espesura de su espesura, donde se acercaron a la boca de una caverna con estalactitas que sobresalían como dientes desnudos.

Después de cojear a su yegua con los otros caballos cerca de la entrada, Niram se unió a los bandidos que estaban encendiendo un fuego debajo de su elevado techo de piedra. Rimeal, un hombre con una cicatriz que le bisecaba la cara, asintió con la cabeza hacia él. Niram metió la mano en el bolsillo para examinar su tesoro más preciado: un brillante amuleto rojo colgando de una delicada cadena.

Niram recordó el momento en que vio el collar alrededor del cuello de la noble, enmarcado por cortinas lujosamente bordadas en la ventana de su carruaje. Él y Rimeal habían detenido a los viajeros con el pretexto de advertirles acerca de un grupo de asaltantes que se aproximaban, cuando en realidad sus hombres ya estaban al acecho.

Solo les había tomado a los guardias un momento para detectar la trampa, pero fue suficiente. Niram había silenciado al primero con un corte en la garganta, mientras que Rimeal destripaba al segundo. Sus compatriotas mataron a los otros en una lluvia de flechas. Niram entró en el carruaje, exigiendo el collar, pero la mujer lo apretó contra su pecho. El obstinado infeliz lo había acuchillado con un cuchillo oculto antes de hundir su propia daga en su cuello y arrancar el collar de su mano.