Extra

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Primera parte

Candy traspasó el umbral de la tienda y el tintineo de la campanita hizo que la dependienta, tras el mostrador, levantara la cabeza de lo que sea que estuviera anotando.

—Bienvenida, señora. ¿En qué puedo ayudarle? —La mujer guardó las hojas que tenía desperdigadas sobre el cristal y centró la atención en ella.

—Estoy buscando un antifaz para combinar con un vestido azul de hace un siglo.

—¿Tan viejo es el vestido? —Candice miró a una segunda mujer que se acercó tras el mostrador. Era una pelinegra con dificultades de visión, a juzgar por los anteojos.

—En realidad no, pero el estilo es de hace cien años —respondió con una sonrisa, y como sintió que la estaba mirando como si estuviera loca, sintió la necesidad de aclarar—: es para una fiesta de disfraces.

—Ah, eso lo explica todo —contestó la primera mujer y luego se dirigió a la segunda—: Johanna, tráele a la señora los antifaces que tenemos disponibles. —Johanna sintió la tentación de replicar, pero más le valía estarse calladita o la "sargento" la pondría de patitas en la calle en menos de lo que tarda ella en decir su nombre.

En lo que la chica iba por los antifaces, Candy se puso a deambular por la tienda, admirando las prendas que exhiben en los maniquíes. Mientras tanto, en la trastienda, Johanna rebuscaba en las cajas cuando apareció Loly, por la entrada del taller.

—¿Qué haces? —preguntó asomada por el hombro de la chica.

—Buscando unos antifaces para un vestido anciano.

—¿El vestido es para un anciano? —preguntó la recién llegada, simulando escandalizarse.

Johanna emitió un resoplido nada femenino y Loly tan solo rio. Sin decir nada más, la chica fue a asomarse tras la cortina que da a la tienda y el aire se le quedó atorado en los pulmones.

Si ese era un anciano, ¡entonces ella quería ser su vestido!

—Johanna, ¿tú ya viste al anciano? —susurró a su amiga.

—Loly, por favor, deja de tomarte esos tés raros o dentro de poco tendré que llevarte al loquero.

—Es tan guapo —respondió Loly, sin hacer caso de la advertencia de la otra—, una vez fui a una función, pero no pude verlo tan cerca como ahora. ¿Crees que si le pido un autógrafo me lo de?

Johanna dejó lo que estaba haciendo y volteó a ver a su compañera.

—¿Qué haces? ¿Quieres que la ogra nos despida? —La jaló hacia adentro en el momento en que la chica daba un paso para salir a la tienda.

—Pero es Terry Graham...

—¿Qué? ¿Dónde? —Como si hubiesen sido invocadas, seis mujeres más salieron del taller.

—¡Johanna! —Al escuchar el llamado procedente de la tienda, las ocho mujeres pegaron un respingo.

—Anda, ve, y luego vienes a contarnos. —Pattylu, la más "sensata" de todas, le hizo un gesto con la mano

La chica de lentes asintió, pero tenía un nudo en el estómago. Ya ni siquiera le importaba que la despidieran, ¡iba a ver a Terrence Graham en directo!

O eso creyó.

—¿Dónde está? —preguntó desilusionada al no ver ni rastro del actor ni de la mujer de los antifaces.

—Te tardaste mucho y la señora Grandchester ha tenido que irse. —Johanna volteó a ver a su jefa y se preparó para el monumental regaño que le darían por dejar ir un cliente, sin embargo, este no llegó—. Por la tarde irás a esta dirección y llevarás los antifaces para que pueda escoger el que le guste. —Aliviada, tomó el papel que le dio y regresó a la trastienda.

Para siempre: algunas historias de amor nunca terminan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora