Prólogo

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   Sus labios rozaron la suave piel de mi cuello. Me estremecí. La calidez que desprendía su cuerpo me cubría por todas partes. Su olor... tan suyo, provocaba mil sensaciones en mí. Y sus ojos, tan azules como el cielo, me miraban con cierto tono de lujuria. Sin embargo, aún no estaba lista. Entregarme a él completamente. Todavía tenía que pensarlo, meditarlo... Le pasé una mano por su cabello, totalmente rubio. Y con la otra, acaricié sus labios. Él los mordió y yo jadeé. Mi jadeo se escuchó a penas en un susurro. Estábamos solos, en su casa. Tendidos en el sofá, mi chico encima de mí. Saboreando este momento. Sus labios volvieron a rozar mi cuello, mientras sus manos paseaban lentas y perezosas por mis caderas y piernas. Suspiré. Yo sabía muy bien que él quería hacerlo. Incluso había estado esperando para que me preparase. Pero no podía, no me sentía cómoda.

-Cierra los ojos – me susurró en el oído.

Le hice caso pero me mantuve alerta. Nunca sabías con que encontrarte cuando se trataba de este chico. De repente, sus manos pasaron de estar en mis caderas a ir directamente a mi entrepierna. Me sobresalté y casi grité cuando separó el pantalón corto y las bragas a un lado con un movimiento rápido y feroz y, poco a poco, sus dedos entraron en mí. Cálidos, largos, decididos. Me entró el pánico. Nunca había sentido este tipo de cosas, y mucho menos con un chico. No sabía cómo reaccionar. Sin embargo, cuando vi la mirada de Ian, me calmé. Me sonrió con picardía y sus dedos se movieron más rápidos que antes. Traté de controlar la respiración, pero se me hacía imposible. Cada vez notaba como se me iba humedeciendo mi intimidad. Quería gritar, suplicarle que parara. Pero lo único que podía hacer era mirar, mirar cómo él se masturbaba mientras yo llegaba al orgasmo...

Rápidamente corrí hacia el baño y vomité todo lo que pude. Me aferré al inodoro mientras devolvía el desayuno. Al poco tiempo de estar ahí, oí sus pasos. Se agachó y me pasó una mano por la espalda. Luego comprendí que esa mano era con la que se había masturbado. Y vomité. Otra vez. Sentía mi estómago contraerse mientras respiraba. Intentaba alejar esa imagen de mi mente. No sabía porque me había sentido tan mal cuando Ian me hizo eso. Pero había pasado. Había vomitado y no sabía qué señal le mandaría eso a él. Difícilmente me incorporé, apoyándome en la pared. No podía mirarle a la cara, no después de haberme humillado así. Sin embargo, se arrodilló delante de mí y me pasó una mano por el pelo y la frente. Intenté contener las arcadas. Luego, puso su mano debajo del mentón y me obligó a mirarle. Lo descubrí con un cierto tono de preocupación en sus ojos. Traté de sonreírle pero no pude.

-¿Estás bien?

Asentí con la cabeza y me derrumbé ahí mismo. Cerré los ojos y deseé que nada de esto estuviera pasado. Apenas vi la oscuridad, dos brazos grandes me sostuvieron y me llevaron lejos. Sus brazos. Me tendió en el sofá y me dejó durmiendo. Dormí durante toda la tarde y noche. Soñé con Ian. Sin embargo, nunca hubiera podido imaginar que ese chico tan dulce, alguna vez, se convirtiera en un monstruo. Esas cosas solo pasaban en las películas... bueno, pues me equivoqué. 

En mil pedazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora