Ella es mía continuación. La historia de Greg

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                                                                        PROLOGO

—¡Quiero ir! —afirmó Keira decidida a aprovechar la oportunidad—. Vamos Duncan ayúdame a convencer a mi hermana —pidió girándose hacia él.

—Esto…

—No me puedo creer que estés de acuerdo con ella —le reprochó a su esposo—. Es peligroso. No conoce a nadie allí.

—Puede llevarse a dos soldados, ellos la cuidaran. —Duncan sabía que aquello iba a costarle una buena reprimenda pero no podía quitarle la razón a Keira, era una buena oportunidad.

Shenna se giró enfadada, su hermana pequeña era ahora su responsabilidad, durante los próximos meses tenía que cuidar de ella. Se lo había prometido a su madre cuando le pidió que dejara a Keira con ella un tiempo para que la ayudara cuando naciera el bebé. No podía permitir aquello.

—Shenna, por favor. Quiero hacerlo, sé que puedo hacerlo —tomó las manos de su hermana para que pudiera sentir cuanto lo deseaba. Desde pequeñas habían compartido ese vínculo especial que les hacía la fuerza de los sentimientos de la otra.

Aquello era jugar sucio pensó Shenna, pero su hermana estaba convencida de que podía hacerlo, de que debía hacerlo.

—Está bien —consintió al fin—. Te acompañaran dos soldados de Duncan y solo estarás fuera tres días. Espero no dar a luz en tu ausencia —las últimas palabras fueron un intento de hacer que se retractara. Sabía muy bien que si Keira se iba  era porque aún no había llegado el momento.

—Sabes que no lo harás. Gracias hermanita —besó la mejilla de Shenna y luego se volvió hacia Duncan—. Gracias, quiero salir lo antes posible.

—Prepara tus cosas, saldrás al amanecer.

Keira salió del comedor, no tenía muchas cosas que preparar, tan solo había traído con ella algunas hierbas, las necesarias para el alumbramiento de su hermana y no tenía tiempo para ir a casa de sus padres por más. Bueno ni tenía ni podía, ellos sí que no la dejarían ir al clan McKlain.

Aún no había signos del amanecer y ya estaba ella esperando en la cocina con su saco lleno de hierbas y sus runas en el pequeño hatillo que colgaba de su sobretodo verde.  La noche había sido inquieta. Extraños sueños le habían impedido dormir, lo que le confirmó aún más la necesidad de ir allí. Unos ojos grises como el acero se acercaron a ella interceptándole el paso. Un descanso impuesto, unas fuerzas superiores y otra oculta que  luchaban por la vigía de un hombre.

—Keira, no hace falta decir que tengas cuidado —le pidió Duncan.

—Te prometo que lo tendré. No defraudaré tu confianza.

Dos hombres entraron pero no se movieron de la puerta.

—Adam y Torin te escoltaran hasta la fortaleza McKlain. Deberéis de estar allí antes del anochecer, tienes dos noches y un día para hacer tus cosas. Al tercer día volverás para estar aquí al caer el sol. Esas son sus órdenes y las acataran quieras o no. Te traerán por la fuerza si es necesario. No estoy dispuesto a darle sufrimientos inútiles a tu hermana.

—Así se hará —afirmó Keira—. Estoy lista, podemos marcharnos —les dijo a los hombres —. Despídeme de Shenna —le pidió con un beso en la mejilla.

Los dos soldados salieron de la casa seguidos de Keira que se sujetaba la capa y cubría su cabello con la caperuza. Tenía que ir allí.

Adam la ayudó a subir al caballo y Torin amarró al caballo las alforjas de Keira. Abandonaron la casa bajo la atenta mirada de Duncan desde la puerta y de Shenna en la ventana de la torre. No había querido decirle a su hermana que también ella había sentido esa fuerza que la empujaba a ir al encuentro de ese laird hechizado, pero su estado no le permitía hacer el viaje. Rogó al cielo para que todo le fuera bien a  su hermana pequeña.

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