Secretos de un Recuerdo

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Prólogo.

¿Importaba? Fue el único instante que no estuvo tan lleno de melancolía, recuerdos y amargura. Ya nada importaba. No hubo tiempo, no hubo sentidos. Simplemente, flotaba. No sabía cómo ni cuándo, y aunque los motivos sobraran, en ese momento desconocí todo. No tenía nombre, mis letras iban escritas en el aire. La cabeza me daba vueltas, pero no con afán de mareo... como una melodía atemporal, feliz y a la vez misteriosa. Había notas hasta en los silencios. Esa canción tan armónica y pausada, cristalina, fue descendiendo con su paso de gota, bajando danzarina, hipnotizándome. Estaba absorta, hundida en esos sonidos apenas existentes. La música me rozaba suavemente, como un suspiro perfumado. Poco a poco, la sonata mágica comenzó a desentumecerme, y de pronto sentí un líquido cálido y tranquilo que escurría desde lo más profundo de mi ser hasta llegar a mis terminaciones nerviosas, desplazando con su sutil desliz la anestesia que aprisionaba a mi cuerpo constantemente, apaciguando con su dulzura y chispa toda la furia contenida. Sentí como el duelo sin tregua que sostenía se iba deshilando, el odio y el dolor fueron desapareciendo, los estallidos cesaron sólo entonces. Me percaté que, esa batalla que hasta poco antes seguía buscando la gloria de una causa perdida, no se detuvo cuando la enterré. Ya dentro, muy dentro, arraigadas al cementerio en el que las encarcelé, seguían todas mis emociones enfrascadas en ese pleito absurdo, aunque contra mi voluntad, en las tinieblas de mi ser, todavía respiraban. Incluso había olvidado que aún estaban, aferrada a extinguir todo dejo de ellas en mí. Sin embargo,  quizá a pesar de no querer afrontarlo, lo sabía. Pero eso era en lo más profundo del inmenso barranco, en el fondo de las experiencias. Quedó, ya hace varios anocheceres, opacado por un velo de indiferencia, en dónde no había brisa ni espacio, en dónde las musas, simplemente, no tenían nombre. Me absorbí en una parálisis que después se convirtió incluso en un pesar más agudo y sabio, que de alguna manera, aunque ya no quedara ninguna razón perdida ni ninguna luz oculta, hería lastimeramente. Fue mi refugio aquél vacío infinito, como de la misma manera fue mi encierro. Y, sin saberlo, todo paró, y la tormenta volvió a ser un mar tranquilo dentro de mí. Reviví con la libertad que inspira un amanecer de pupilas rosas. Todo ese amor que me esmeraba en asesinar, esas ansias dormirme en los matices de su sonrisa, de pintarle espejos en mis lágrimas y de acariciar con mis suspiros sus labios, como ráfaga de cielo se desbordaron de mis pensamientos. Y entonces, fui conciente de que ya nada importaba. Ni todo el daño, ni la historia, ni las promesas rotas... en los laberintos de mi cuerpo ya cabían tan sólo ese par de túneles que me decían las sílabas que cobijábamos en la garganta, el universo que a pesar de la adversidad, seguía siendo mío, un verso en donde las constelaciones todavía tenían tatuadas nuestras ilusiones. Volví a ser la joven sentada en el columpio, soñadora e infantil, que desbordaba alegría mientras la lluvia le empapaba los poemas. Fue un atisbo de otros marzos, más simples, más prohibidos. El sabor a ternura se impregnaba y fluía entre mis pestañas. Cascadas y explosiones que caían desde sueños una vez posible. Y todo en ese segundo, en el que como si nada, cruzamos nuestras miradas. 

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⏰ Last updated: Aug 06, 2012 ⏰

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