En un pueblo del pasado, vivía un hombre honrado y muy respetado llamado Pedro, no era un hombre rico, pero tenía una vida cómoda. Era propietario de una finca, lo suficientemente grande para mantenerse con su esposa y sus seis hijos.
Las cuatro hijas del señor Pedro destacaban en su comunidad; eran muy hermosas, amables, con un espíritu servicial. Oriana, la mayor de todas, era la que más destacada en apariencia y en simpatía. A pesar de no ser muy alta, tenía una bella figura, una piel trigueña y unos ojos claros que reflejaban una mezcla de inocencia y curiosidad. Recién cumplidos sus 18 años, llegó un joven de una ciudad lejana, su nombre era Nicolás. Debiendo tener unos 23 años, era bastante alto, moreno, con una mirada fija e imponente que ocultaba sus propias inseguridades. Hablaba poco, pero su presencia era magnética. Buscaba mejorar su situación económica y, gracias a su primo Fidel, consiguió trabajo en la finca del señor Pedro.
No hay muchos detalles de cómo comenzó todo entre Oriana y Nicolás, solo se sabe que se enamoraron desde el primer momento en que se vieron. Sus encuentros clandestinos en los establos se convirtieron en el punto culminante de sus días. Cada mañana, Oriana paseaba por los establos bajo la excusa de visitar la yegua que su padre le había regalado por su cumpleaños. Nicolás aprovechaba esos momentos para regalarle flores silvestres y cantarle versos que había aprendido con sus amigos en la ciudad.
Con el tiempo, Oriana fue descubriendo que debajo de esa máscara arrogante que Nicolás siempre reflejaba, había un hombre bueno, tierno y amable. Sus conversaciones en los establos se convirtieron en el refugio donde podían ser ellos mismos, lejos de las expectativas sociales y las reglas impuestas por sus familias. Aunque sabían que estaban violando la regla principal del padre de Oriana, que dictaba que "sus hijos jamás saldrían con sus trabajadores", no podían resistir la atracción que sentían el uno por el otro.
La relación entre Oriana y Nicolás comenzó a florecer en secreto, pero pronto se encontraron con desafíos más grandes. La diferencia de clase social entre ellos se convirtió en un obstáculo constante. La sociedad en la que vivían no aceptaba fácilmente las relaciones entre personas de diferentes estratos sociales, y la familia de Oriana no fue una excepción. Su padre, el señor Pedro, era un hombre de principios arraigados en la tradición y la posición social, y no toleraría que su hija se relacionara con un trabajador de la finca.
A pesar de las dificultades, Oriana y Nicolás continuaron viéndose en secreto, encontrando momentos robados de felicidad en medio de las restricciones impuestas por sus familias y la sociedad. Sus sentimientos se fortalecieron con cada encuentro, pero también creció el miedo a ser descubiertos y enfrentar las consecuencias.
Luego de un tiempo, Oriana y Nicolás se dieron cuenta de que necesitaban más privacidad para su amor, así que comenzaron a verse en otros lugares apartados, alejados de las miradas indiscretas que podrían delatar su secreto. En esos momentos juntos, experimentaban una felicidad inmensa, hablando con confianza y libertad sobre sus sueños y deseos compartidos.
Una tarde, mientras contemplaban el atardecer en el campo, Oriana expresó su deseo de estar siempre junto a Nicolás. Sin embargo, él le recordó lo difícil que sería convencer a su padre para que les permitiera estar juntos. Ambos reflexionaron sobre su situación y, tras mucho pensar, llegaron a la decisión de fugarse juntos en busca de una vida donde su amor pudiera florecer sin restricciones.
La decisión de fugarse fue tomada con poca planificación, movidos por la pasión y el deseo de estar juntos. Esa misma noche, una de las hermanas de Oriana notó su ausencia y, al no encontrarla en el establo como de costumbre, comenzó a buscarla por todos lados. Al ver que no obtenía respuesta, decidió informar a su padre, quien se preocupó inmediatamente y ordenó a sus empleados que iniciaran una búsqueda exhaustiva.
Fidel, primo de Nicolás, fue en busca de él al establo, pero al no encontrarlo, sintió un presentimiento de que algo malo estaba sucediendo. Al registrar la habitación de Nicolás, encontró una carta sobre la cama, en la que Nicolás declaraba su amor por Oriana y revelaba su decisión de fugarse juntos para vivir su amor libremente. La carta estaba firmada por ambos.
Con el corazón lleno de angustia, Fidel tomó la carta y se la llevó al señor Pedro, consciente de la difícil situación en la que se encontraban su primo y la hija de su patrón. Al leer la carta, el señor Pedro estalló en ira y frustración. Rompió la carta en pedazos y ordenó una búsqueda intensiva para encontrar a Oriana y Nicolás. La incertidumbre y la desesperación lo consumían, y cada día que pasaba sin noticias de su hija lo sumía aún más en la desesperación.
En su dolor y sufrimiento, el señor Pedro encontraba refugio en momentos de soledad, ya sea sentado en una silla contemplando la puerta con la esperanza de ver regresar a su hija, o fumando en silencio en el establo mientras observaba el cielo en busca de alguna respuesta a su dolor. Su corazón roto anhelaba desesperadamente el regreso de Oriana, pero temía lo que podría significar para su futuro.
Después de casi tres semanas de incertidumbre, el señor Pedro recibió noticias de su hija. Fidel informó que Oriana y Nicolás estaban viviendo en la ciudad natal de este último, bajo el cuidado de sus padres. Aunque el señor Pedro aún sentía un gran rencor hacia Nicolás por haberse llevado a su hija, la certeza de su paradero le brindó un poco de calma. A pesar de todo, decidió no emprender la búsqueda de su hija, dejando que el tiempo y el destino determinaran su curso.
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Historias de amor sin final feliz
RomanceEsta colección presenta relatos que inicialmente parecen dirigirse hacia un final feliz, como aquellos de los cuentos de hadas donde la magia parece resolverlo todo. Sin embargo, estas historias exploran el lado opuesto de la moneda, mostrando la cr...