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En el Planeta madre existía montaña abandonada que los Bismutos y los arquitectos ignoraban, que resaltaba de entre aquella civilización que glorificada la tecnología y progreso por ser especialmente hosca y maltratada, hecha enteramente de cuarzo superficial terrestre, una piedra grisácea y oscura que los inyectores no podían atravesar y de la que no se obtenía ningún provecho.

En realidad, solo los peridotos y ágatas conocían la verdad sobre aquel lugar: el núcleo caliente del planeta fundía los materiales con los cuales se fabricaban las gemas de las cortes. Aquel monte casi olvidado por el progreso, con su superficie surcada de estructuras tan antiguas como la propia Diamante blanco era en realidad la cuna del planeta entero, y nadie lo sabía, era el secreto más preciado de los diamantes.

Los diamantes avanzaban por un camino de piedra desnuda, de vez en cuando tenían que rodear un pilar gigantesco o algún palanquín medio derruido por el tiempo, pues en ocasiones estos aparatos, casi por un valor más sentimental que por el trabajo que requería construirlos, eran arrojados ahí, la visión era la de una ciudad abandonada y en ruinas, que al arrastrar el sonido del viento arrojaba extraños lamentos. Aquella visión fantasmagórica le producía escalofríos a Azul mientras seguía fijamente a su compañera, todo era blanco, gris, negro y marrón oscuro.

—Amarillo...espera, no me dejes atrás...

Pero Amarillo fingió que no la escuchaba. Estaba realmente harta de tener que rodear cosas solo porque su compañera era demasiado atontada como para saltar o pasar por debajo. No quería pensar que siendo mayor, también era más fuerte físicamente ¿Qué tenía Azul en la cabeza? Amarillo lo desconocía.

— ¡Amarillo!

Con un gruñido de hastió, Diamante amarillo se detuvo, Azul paso debajo de un pilar que había quedado atorado en la entrada de la cueva. Existía un segundo pasadizo usado por los peridotos, pero era demasiado angosto, y no imaginaba a Azul arrastrándose sobre los codos.

¿Realmente algo vivo podía emerger de aquel magma ardiente? De una serie de orificios en la misma roca del monte de fundición emergían chorros de lava. Amarillo y azul nunca habían sentido un calor semejante.

Para caminar se usaban unas pequeñas plataformas de piedra magmática conectadas con puentes. Y ellas dos eran tan grandes en ese pequeño espacio que fácilmente podían caminar sin arriesgarse a sufrir daños, con solo alzarse sobre los talones podían acariciar el techo con las manos. El lugar estaba rebosante de actividad, había muchos peridotos, en compañía de perlas, de lapislázuli y también en raras ocasiones de gemas de otros rangos, que realizaban patrullajes por el lugar.

—Amarillo, no quiero hacer esto—Murmuro Azul, toda la idea le daba mala espina. —Amarillo ¿Estas ignorándome?

Amarillo había tenido aquella idea tan extraña y terrible luego de los lamentables sucesos ocurridos en la tierra. Azul reconocía que a su compañera no gustaba del sabor de la derrota, pero nunca la había visto comportarse de ese modo. Toda una tropa había desaparecido en manos de Rose Cuarzo, toda una tropa de cincuenta cuarzos, seis peridotos, dos ágatas y seis lapislázulis, en manos de solo diez cuarzos, cuatro bismutos, seis jaspes y una miserable perla parlanchina. Azul recordó vagamente la sala en ese momento, los gritos histéricos de amarillo, las mesas de piedra partidas y hechas pedazos por todo el lugar y las escazas gemas que no habían sido despojadas de su forma física, agazapadas entre los escombros, como cucarachas asustadas.

Tuvo que recordarse a sí misma que estaba enojada, que eso era buena idea y de que debía depositar su confianza en su histérica compañera.

Amarillo se acercó a una de las cascadas rojas, introdujo su mano notando un leve dolor, su primer dolor genuino. Apretó la materia aún caliente en su mano mientras extendía la otra a Azul con una mirada terrible.

Obscura como la obsidiana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora