unique

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Cuando Tzuyu era pequeña, no era muy buena con las palabras, le costaba más que nada expresar sus sentires más escondidos porque no le gustaba la sensación que se instalaba en su estómago cada vez que la atención se dirigía a ella.

Irónicamente, solo le gustaba que una persona le brindará su total atención, una chiquilla de mejillas arroboladas que le hacían asemejarse a un adorable roedor. Y esa persona no era nada más ni nada menos que su Unnie favorita: Minatozaki Sana.

—Tzuyu—llamó la profesora con una voz calma y una ligera sonrisa dulce, señalando con la mirada la hoja en la que dibujaba con gran esfuerzo— ¿Quién es ella?

Tan pronto como escuchó aquel cuestionamiento por parte de su mayor sus mejillas se encendieron en un carmesí vívido, incapaz de proyectarse una imagen más adorable de ella en aquel momento.

—Soy yo— La pequeña señaló con el dedo a la niña más pequeña de aquel dibujo. Se removió un poco en su asiento, carraspeó y con lentitud su índice se abrió paso hasta topar con la niña a su lado—.  Y ella es mi amiga, su nombre es Sana.

—¿Y la quieres mucho, Tzuyu?

Los labios de la pequeña niña se curvearon ligeramente hacia arriba, una calidez en su pecho se instalándose al mirar como en su propia creación su mano se entrelazaba con la de Minatozaki. Su voz salió baja, casi temerosa de ser escuchada más allá de sus pensamientos. 

—Sí. 

La campana que indicaba la hora de descanso sonó, causando que los demás niños en su salón de clase comenzaron a formarse en fila frente a la puerta para salir.

Tzuyu tomó su mochila y sin prisas sacó de ella su almuerzo, se dirigió a la puerta y le dio una última mirada a su pupitre, donde su pequeña obra maestra relucía. Se detuvo un minuto de duda, sus palmas picando ante la disyuntiva de llevárselo o no a su mayor preferida. 

Al final, no resistió y regresó a grandes zancadas para tomar rápidamente el papel con su mano libre, saliendo definitivamente del salón de clase con una ligera sonrisa en sus labios hasta llegar a la banca donde ella, Sana y Chaeyong se sentaban juntas. 

Cuando llegó, ninguna de las chicas había llegado, así que tomó asiento primero y como tenía mucha hambre sacó de su bolso un topper en el que su madre había mandado ensalada de frutas, su favorita, apartó en una pila todas las zarzamoras (que eran las favoritas de Sana), pinchó con un tenedor un pequeño trozo de fresa y se lo llevó a la boca.

Un par de minutos después apareció Chaeyoung con una gran sonrisa y su emparedado a medio comer entre sus manos, se sentó a su lado y comenzó a hablarle a Tzuyu sobre lo mucho que había disfrutado ganar un juego de pelota en su clase de deportes.

—Hey—saludó Minatozaki dulcemente, dirigiéndose a ellas, acompañada de otra niña que no conocían. Su cabello le llegaba a los hombros y su color era tan negro como el carbón.

Sana había presentado a su compañera, su nombre era Mina y, a pesar de ser un poco tímida, se integró muy bien a la plática, todo gracias a Chaeyoung, por supuesto, que no dejaba de hacerle preguntas y esforzarse por sacar algún tema de conversación.

—Tzuyu—Sana atrajo su atención en un susurro, aprovechando que el otro par se había enfrascado en su propia conversación, su vista fija en la hoja de papel que parecía no querer soltar—¿Qué es lo que traes ahí?

Por instinto, la taiwanesa había atraído hacia sí su dibujo, negando casi de manera imperceptible con la cabeza, miles de situaciones y escenarios golpeando su cabeza. De pronto, la vegüenza le había inundado y ya no parecía tan buena idea mostrárselo a Minatozaki.

¿Y si se burlaba de ella? No, en definitiva no se arriesgaría.

—¿No se lo mostrarás a tu Unnie preferida?—La mayor abultó sus labios tratando de brindarle un tono lastimero a sus palabras—. Me dueles, Chewy.

Esas palabras hicieron titubear por un segundo a Zhou, no podía resistir aquella carita que le brindaba la contraria. Bajó la mirada, le extendió su dibujo y antes de tener la oportunidad de arrepentirse, Sana ya le había arrebatado la hoja.

Su corazón comenzó a latir acelerado al ver por el rabillo del ojo la cara de su mayor que se debatía entre la emoción y la ternura. Su mano se encontraba cubriendo su boca, casi al borde de soltar un chillido.

Bboom.

Bboom.

Tzuyu se cruzó de brazos, sintiendo como sus mejillas adquirían de a poco más color. No sabía por qué pero últimamente, cada que se encontraba con Sana su pecho y sus mejillas se sentían arder, a tal grado que estaba preocupándose.

—Hmmm... Sana—murmuró vacilante Tzuyu, sacando de su ensoñación a la mayor que parecía embelesada con su infantil dibujo—. Creo que estoy enferma.

Al terminar la última oración Minatozaki se giró con preocupación, se inclinó estirando su mano hacia ella para que con el dorso de su mano tocar su frente y sus mejillas (cómo hacia su madre cada vez que se sentía enferma). En realidad no se le veía nada raro a la taiwanesa.

Al percatarse de la cercanía de la mayor, lo único que se logró fue que el calor se intensificó y en su interior retumbaban sus latidos.

Boom.

Boom.

—¿Escuchas eso?—Tzuyu tomó la mano contraria y la llevó hacia el lado izquierdo de su pecho—¿Puedes sentirlo?

La japonesa quedó perpleja al sentir las pulsaciones tan rápidas que el corazón de Zhou daba a cada minuto.

—Mi corazón sólo hace esto cada vez que te acercas—Su voz poco a poco se fue apagando, tomando un tono tristón—¿Eso significa que tengo que alejarme de ti?

Una sonrisa dulce se abrió paso en su rostro rostro, una burbujeante felicidad desbordando en sus orbes.

—Me alegra escuchar eso—admitió la japonesa aliviada tomando las manos ajenas entre las suyas y guiándolas hasta su pecho, dónde perfectamente podían sentirse perfectamente los erráticos latidos de su corazón, ambos, latiendo en una sincronía perfecta.

—Si, Chewy—rió Sana—. Mi corazón también hace bboom-bboom cuando estoy contigo.

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