Capítulo 25

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Mientras el día transcurre entre reuniones y reuniones, verificación de ofertas y coordinación de equipo para nuevas campañas en la Publicidad Romanov, la mirada acusadora y venenosa de Agatha Romanova era prácticamente la orden del día en nuestro centro de comando. Jessica y yo habíamos llegado justo a la hora indicada mientras platicabamos vagamente sobre cualquier tema sin importancia y una vez sentada en la silla de escritorio frente a mi computador, sostuve el móvil y respondí el mensaje a Alex que había recibido hacía más de una hora.

—¿Por que simplemente no tratas de poner todos tus pensamientos en orden?—había aconsejado Jessica aquella mañana una vez estuvimos en la comodidad de nuestra oficina compartida.— Habla con él, necesitas volver a confiar en su palabra. No trates de herirlo, no solo él se verá afectado y lo sabes.—

El ruido de los teléfonos, el repiqueteo de los tacones, la plática y las risas de los trabajadores, todo parecía muy normal, al menos para las personas que me rodeaban... pero aún sentía una leve molestia en mi pecho, para mi era un día denso y oscuro. Cuando la tarde cayó y todos se despidieron en la salida luego de un agitado y complicado día de trabajo, tomé un taxi y llegue hasta mi destino sin ningún inconveniente. Coloque la llave sobre la ranura de la puerta en la residencia de los Ames. Estaba exhausta, los pensamientos no se habían detenido, así como los mensajes de texto por parte de Alexander tampoco habían disminuido. No tuve noticias de mis abuelos, y para ser honesta no sabía si aquello era una buena o mala observación. El silencio en el interior era palpable, y mientras dejaba mis pertenencias ubicadas junto a las escaleras, me asomé hacia la cocina. Todo continuaba en su lugar, el pequeño radio que comúnmente siempre estaba encendido, ahora se encontraba apagado. La tenue luz del atardecer se filtraba por aquellos lugares donde las cortinas de los ventanales no lograban cubrir y justo cuando me giraba sobre mis talones, pensando en llamar al abuelo, la vista de un conocido y alto cuerpo masculino llamo por completo mi atención.

Llevaba unos vaqueros desgastados, una camisa de tela gruesa y un abrigo largo que combinaba a la perfección con las botas que había calzado. Sus ojos, tan oscuros como los míos, tomaron cierto brillo al fijarse en mi rostro y obligandome a relajar el cuerpo, corrí con necesidad hasta chocar suavemente contra su pecho, sus brazos me cubrieron en un enorme abrazo, como si intentara sanar mis heridas, y sus labios dieron un pequeño beso sobre mi coronilla.

—Estaba preparado para que me gritaras.—aquella voz demostraba felicidad, y sabía, sin siquiera mirarlo, que sus labios se habían estirado en una sonrisa bastante familiar para mi.

—En estos momentos... lo único que me hace falta es que me sigas abrazando de esta manera, Jason. Me siento muy triste y confundida.—admití, con la voz quebrada, entre los brazos de mi hermano mayor, estando consciente de que entendería el porqué de mi petición.

No insistió con preguntas, no trato con sus palabras de provocar algún efecto terapéutico sobre mi estado de ánimo, simplemente continuó abrazándome, así como se lo había pedido y en silencio ambos comprendimos que nada que pudiéramos decir en aquel instante sería suficiente.  Sus manos continuaron acercándome a su cuerpo, acariciando mi cabello y solo cuando sentí las piernas débiles fui capaz de invitarle a tomar asiento en el sofá.

—¿Los abuelos?—pregunté, mirando a mi alrededor con curiosidad por el reciente silencio.

—Están en la casa de los Clarke, Amalie y Lucius insistieron en revisar a la abuela... y ya sabes que es una vieja terca, y ya que aceptó de buen gusto están aprovechando el momento.—

Se había sentado junto a mi, recostando su costado derecho en la gran almohadilla del sofá, su cabello castaño lucia alborotado, y aquellos ojos que continuaban analizandome con el paso del tiempo, se achicaron rápidamente ante mi insistente mirada sobre él.  Hacía muchos meses que no tenía la oportunidad de ver a Jason, y siempre que lo tenía cerca me transmitía una enfermiza tranquilidad. Aquello lo distingue, y sabía de muchos chicos que le preguntaban sobre la extraña y amorosa relación que llevaba con su única hermana. Aquella que había huido a Londres y que siempre, con religiosidad, lo llamaba dos veces por semana... hasta que llegó la familia Russo.

SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora