24.

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Miraba embelesada su alrededor, sus ojos no eran capaces de asimilar toda la belleza que había en Quinta da Regaleira, un lugar lleno de natura exótica, historias, secretos y misterios gracias sus túneles ocultos, cascadas escondidas y maravillosas fuentes. Ya se lo habían avisado al entrar, la mejor manera para visitar ese increíble lugar era dejarse llevar por las sensaciones y explorar sin ninguna prisa, ya que allí podrían encontrar todo tipo de sorpresas; desde grutas oscuras a un panel de azulejos de estilo manuelino o incluso un paseo de esculturas.

Se respiraba tranquilidad y calma a su alrededor. Cerraba los ojos y se sentía en contacto directo con la naturaleza, en paz, oyendo a los dulces pájaros cantar o las frescas gotas del agua cayendo lentamente o...

—¡Alfred! —chilló sin abrir los ojos. Podía adivinar perfectamente de donde venía esa luz que había interrumpido su momento de conexión.

—Perdón, se me ha disparado el flash sin querer... —se excusó él poniendo pucheros.

—Bueno... espero por lo menos haber salido bien —dijo ella suspirando acercándose a él para ver el resultado.

—Tu siempre sales bien.

—Ya, ya... —se mordió el labio ante tal cumplido—. Déjame ver...

—¡Te lo he dicho! —sonrió él al mostrarle la instantánea—. Preciosa.

—Bueno, bueno... Tampoco nos pasemos —le replicó ella, pero al ver al chico sorprendido con su reacción, no dudó en regalarle un tierno beso en la mejilla.

—Si en el fondo te ha gustado...

—Puede...

—¡Venga parejita! ¡Moveos! —ordenó un cansado Manu desde detrás de ellos poniendo los ojos en blanco. Los dos jóvenes estaban tan metidos en su mundo que ni se habían dado cuenta que estaban taponando la única salida de esa gruta.

—Perdón, perdón —se disculpó Amaia nerviosa moviéndose deprisa hacia la salida. Alfred la siguió riéndose de la situación y, como ya era costumbre en ellos, cogiéndole la mano.

Sintra les estaba sorprendiendo gratamente. Ninguno de los dos, por falta de tiempo, se había informado previamente del sitio que iban a visitar, así que, habían llegado allí sin ninguna expectativa y ahora, metidos en pleno en ese nuevo mundo, no paraban de mirar la hora que era porque no se querían ir del lugar. A pesar de haber ido con todo el equipo completo de excursión y con todas cámaras, se lo estaban pasando realmente bien.

Hiciesen lo que hiciesen, desde cogerse las manos, hablarse entre susurros al oído o, simplemente, algo tan sencillo como mirar el teléfono móvil, siempre había alguien ahí para documentar sus movimientos. Eran conscientes de que eso no dejaba de ser un medio para promocionarse y dar una buena imagen de ellos mismos, pero, a veces, les resultaba difícil convivir pegados a una cámara. Llevaban ya muchos meses con cámaras a su alrededor, exactamente, desde el primer día que entraron en la academia. Desde ese momento, una parte de su privacidad había muerto y en cierto modo, las cámaras los hacían transformarse en alguien que ellos realmente no eran, tenían que jugar otros papeles, los papeles de dos locos enamorados. Papeles que, prácticamente, ya se habían olvidado de ellos.

—¿Hacia dónde vamos ahora? —preguntó Amaia mirando a su alrededor poniéndose de nuevo sus gafas de sol.

—Según las indicaciones, el pozo iniciático está aquí mismo —informó Tinet mirando a su mapa.

—¿El pozo de qué? —preguntó Amaia ya que no habían entendido muy bien hacia donde se dirigían.

—El pozo iniciático —explicó el hombre—, uno de los monumentos más simbólicos. Es como una torre invertida, de unos nueve pisos, metida en la tierra, con una escalinata de espiral.

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