La nevera

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Ir por la vida veloz. Todo corre de manera precipitada, no dar paso a la reflexión u pensamiento. Ir a mil por hora se ha vuelto el más factible de las rutinas. Todo este esquema, patrón de conducta o siquiera una monotonía se vio afectado aquel día, al decidir limpiar mi simple nevera.

Dirán que me volví loca a replantear todo mi sistema por una nevera. A veces, las más absurdas cosas tienen el poder para abrir nuestros ojos y hacer ver lo errados que podemos estar.

Domingo, el día de descanso, calma y ocio. Puedo decir que fue una jornada tan aburrida como cualquier otra. Pero tuvo algo en particular, les cuento.

Hacía un calor intenso, la temperatura rozaba los 45°C. Me encontraba en la habitación de mi abuelo, la cual no tenía aire acondicionado por estar en mantenimiento. Llámenme masoquista, pero preferí el calor a estar en otra habitación donde hubiese gente.

La compañía no es algo que ame, y menos si viene de mi familia. No es que no los quiera, sino que al no compartir los mismos gustos y preferencias, me tildan de anormal. La verdad ya no me importa, al fin y al cabo me he acostumbrado.

Estoy divagando, mejor continúo. El calor me asfixiaba pero estaba indispuesta a dejar de ver películas de Harry Potter, eso nunca.

Al finalizar la última película de la saga deje mi mezquindad y salí de cuarto. Al entrar en la sala, una suave brisa fría me arropó hasta los huesos dándome un escalofrío. Estando tan sudada pude sentir cada abrazo de viento en su máxima expresión. Iba a llover, por eso hacía un calor sofocante.

La casa estaba sumergida en un letargo de nunca acabar. Parecía como si el tiempo se hubiera quedado dormido dando paso a detenerse. Todos dormían plácidamente, mientras la ansiedad a mí me carcomía.

Fui a la cocina a tomar un vaso de agua para acallar la sed que me produjo la calorina bestial. Todos los trastes que se habían usado en el almuerzo estaban sucios. E deseo de reclamarle a alguien sobre su falta de responsabilidad se apagó como una vela de cumpleaños al recordar que era yo quien debía lavarlos. La vergüenza se hizo notoria en mi rostro y agradecí a la Divina Providencia porque nadie me había visto.

Al finalizar con la última olla y sin nada más que hacer, mi ansiedad volvió. Antes de salir de la cocina divise la nevera, una aburrida y agotadora idea cruzo mi mente haciendo que de mala gana la tomara. Ahí estaba, derechito a limpiarla.

No es que me hastiara vaciarla, era lo de menos. Dentro de ella solo había una jarra de agua un poco fría, medio kilo de harina, una penca de sábila de mi abuelo, cuatro huevos pequeños y tres frascos de medicina vencida. Podría decirse que era una de las neveras más ricas en Venezuela, ya que más de una casa solo tenía agua. Triste, pero cierto.

Al principio solo iba a limpiarla por donde pasa la reina. A medida que avanzaba, mas quería limpiarla, borrar toda huella de mugre. Me dolía, cada espacio que trapeaba era como si estuviera limpiando infinidad de recuerdos.

Pasando por dónde van los huevos, recordé como años atrás, haciendo el ponche de crema de diciembre se me cayó un huevo. Abuela, un ángel como siempre, me dijo que no me preocupara; un huevo roto no hacía daño. Una sonrisa cruzó mi semblante y la ayude a limpiar ese pequeño desastre. Ahora ella no está, se fue del país como todos los demás familiares que me quedan.

Esa vez solo quedaban los espacios de las salsas, vacío; las gavetas de las verduras y frutas, también; ni hablar de donde se supone que van los embutidos y lácteos, ese tampoco tenía nada. Casi pude imaginarme haciendo un mercado, comprando todo lo necesario para llenarla: carne, pollo, vegetales y hortalizas, queso, leche, huevos, nata, suero, cualquier cosa que se deba meter en la nevera. Lamentablemente, solo fue eso, imaginación.

En esa limpieza me permití conocer mi nevera. Suena absurdo, pero no sabía todos los secretos y funciones que albergaba. Fue como hacer el amor por primera vez, no sexualmente hablando, fue más como ese ritual donde conocer más a fondo a la otra persona, te das tu tiempo, sin presiones, dándote lujo a grabar el mas mínimo detalle, saber lo que demás ignoran, tocar, sentir, enamorarse de cada parte específica y a la vez conjunta. Trate de hacerlo a mi manera y me resulto bastante empático.

De adentro hacia afuera la limpie y al terminar quede muy orgullosa de mi trabajo. La realidad golpeo mi rostro más fuerte que una bludger.

Por más que la limpiara hasta quedar como nueva, jamás tendría todos esos productos que alguna vez albergó. Me pare frente a ella y la mire, tan bella por fuera y tan vacía por dentro, y el peor de los casos es que no fue su culpa, es culpa del maldito Maduro, de este triste gobierno, de la baja calidad de vida, del alto costo de los alimentos.

Una lágrima corrió por mi mejilla, cargada de la más profunda rabia, tristeza, dolor e impotencia. La limpie tajante al sentirme patética. Saber que no puedo hacer mayor cosa para cambiarlo duele como un demonio.

Es increíble, como esta simple nevera, la cual solo necesitaba una limpieza pudo remover hasta el más insignificante recuerdo de mi vivaz infancia, solo para caer en los muros de realidad chocando con lo mas mínimo reflejo de abandono y desilusión.

Después de reflexionar esto desde hace un par de días, me di cuenta de algo importante. Todos y cada uno de nosotros tenemos una nevera vacía, solo debemos de buscar el modo de llenarla.

Te preguntaras, ¿cómo llene la mía? No lo hice, no al menos en ese entonces, la deje así. Un tiempo después, me fui del país, hice una nueva vida y tuve otra nevera. Ni pensar que me olvide de aquella que alguna vez deje atrás.

Cuándo tuve el suficiente dinero, mande. Envié para comprar desde la más pequeña papa hasta un galón de leche .Se llenó hasta rebosar. No cabía un huevo más, una salsa más, siquiera un pequeño ají. Ya no poseía una nevera repleta, ahora tenía dos.

Y ahí estaba, mi nevera llena; como siempre la añoré.

La neveraWhere stories live. Discover now