25.

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—¿Quieres arroz? —preguntó Amaia en el mismo instante que el camarero dejó el blanco plato delante de ella. Alfred hacía nada había empezado un vídeo en directo en Instagram, «así amenizamos la espera» le había dicho, así que, en breves, suponía, él terminaría la conexión.

—Bueno, ya nos han traído los platos de la comida —contó Alfred a sus espectadores sin despegar la mirada de su teléfono e ignorando la reciente pregunta que le había hecho de su compañera—. Después continuamos con el directo.

—¡Adiós! —dijo Amaia despidiéndose antes de que se finalizara el vídeo. Aunque la cámara no la estaba enfocando en ese momento, los espectadores bien sabían que ella estaba ahí y personalmente, encontraba de muy mal gusto irse sin despedirse.

—Bueno... Finiquitado —dijo él una vez hubo cortado ya definitivamente el directo, dejando reposar el móvil encima de la mesa. Suspiró, la miró y le sonrió, deseando que esa conexión en directo no le hubiese molestado mucho—. ¡Buen provecho!

—Buen provecho —respondió ella pero en seguida cambió su tono de voz, pasando de alegre a seria en menos de un segundo—. Aún no me has contestado...

—¿Eh? —Alfred no tenía absolutamente ni idea a lo que ella se estaba refiriendo y tenía miedo de que sus sospechas fueran ciertas—. Perdón es que estaba con el directo y...

—Que si quieres un poco... —le repitió ella acercando su plato a él y ofreciéndole un poco de la comida.

—Ah, bueno, gracias. Luego, ya si eso —sonrió agradecido valorando el gesto de la chica. Y en ese momento, recordó lo que siempre habían dicho sus compañeros a lo largo de los meses que estuvieron en la academia, Amaia era la persona más generosa y buena del mundo pero cuando se trataba de comida, no lo era para nada.

—Alfred —Amaia puso los ojos en blanco mientras soltaba una risita al oír su respuesta—. Por favor, sé que quieres probarlo, así que hazlo ahora. Los dos sabemos que en menos de tres minutos este plato estará completamente limpio y yo estaré aquí, sentada, esperando una eternidad, a que tú termines para poder pedir los postres. Así que, vamos, sin vergüenza, coge.

—¿Segura?

—Alfred, venga... —insistió.

Y al final, el chico, le hizo caso. Sin dudarlo, acercó su tenedor hasta su repleto plato, cogiendo un poquito de la comida del borde y, lentamente, con cuidado de que nada se cayese por el camino, lo probó, lo saboreó y dibujó una sonrisa en su rostro.

—Mmm... está rico... Buena elección.

—Ya, lo sé, ¿qué te piensas? —rió ella bromeando y jugueteando con el tenedor en su boca—. Es que yo tengo muy buen gusto...

—Buen gusto con la comida y con lo que no es comida... también —le respondió Alfred pícaramente, dejando entrever unas segundas intenciones. Ambos se miraron fijamente a los ojos después de ese comentario, conectaron apasionada, excitada y provocativamente, y, al instante, dándose cuenta de la realidad, se sonrieron tímidamente.

Amaia sabía a lo que se refería y podía intuir perfectamente por donde irían los tiros esa noche y la verdad, es que le importaba más bien poco. Al contrario, tenía muchas ganas de jugar, de incitar y de rozar los límites pero... ¿sin sobrepasarlos?

Lo observó de nuevo y se mordió el labio. Alfred comiendo le provocaba una total y absoluta ternura y sin percatarse, viajó al pasado, viajó a la academia. Se veía de nuevo sentada en una de esas sillas metálicas frente de él, admirándolo mientras comía solo en la gran mesa porque siempre era el último en terminar. Volvía a ver de nuevo su carita, sus palitas y sus muecas adorables. Comía lento, a su ritmo, provocando que todo lo que estaba comiendo en su plato pareciera aún más apetitoso. Igual que su boca. Luchaba contra fuerza sobrehumana por no subirse encima de la mesa y lanzarse contra sus labios.

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