Mi sueño eres tú

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One Shot

Mi sueño eres tú


Esperaba sentada en la mesa, tratando de no parecer demasiado ansiosa, pero ¿a quién intentaba engañar? Moría de nervios. Después de muchos años volvería a verla. A ella. El gran amor de su vida.
          Kayri estaba cursando el segundo año de universidad cuando conoció a Marsel, quien era de un curso inferior al suyo y por eso la había visto hasta casi mitad de ese año escolar. Kayri recordaba bien ese día. Estaba con sus amigos en el pasillo esperando la llegada de su profesor, cuando varios alumnos de otros salones se dirigían también a tomar clase. Y ahí pasó Marsel. La chica no era la más llamativa de todas, muchos dirían que su belleza era común. Pero algo en ella hizo que Kay no pudiera dejar de mirarla.
         Los siguientes días, Kayri se la pasó espiando a Marsel, ideando un plan para hablarle, pues hasta ese momento no sabía el nombre de la chica. Lo único que sabía era que iba en el 1-B.
          La primera vez que Kayri habló con Marsel, se sintió estúpida. No habían tenido precisamente una conversación interesante.

Flash Back
          Ese día sus amigos Julio y Yahaira eran los encargados de pasar a cobrar la cuota de los uniformes de práctica de tiro a los otros cursos, ya que su profesor de balística era demasiado holgazán. Así que Kay, buscando un pretexto para salir de su salón y mirar a aquella chica, se ofreció a acompañarlos.
          Sintió que flotaba cuando Julio le dijo que ella cobraría en el 1-B. Pidió permiso a la maestra de medicina forense que se encontraba dando clase en ese salón y entró nerviosa. No sabía si ver y buscar descaradamente o disimular. Al final decidió mirar la lista de nombres y echar miradas furtivas al salón, tratando de ubicar a esa chica.
Era bastante incómodo escribir sin tener donde apoyarse, así que se acercó a la primera fila.
          —¿Me puedo apoyar en tu pupitre? —preguntó a una alumna sin verla, pues estaba intentando que la lista y la bolsita con dinero no se le cayeran.
          —Claro —escuchó una voz demasiado agradable..
          ¡Era ella!
          Kay se quedó observando a la chica de enfrente sin saber qué más decir o hacer. Aquella sonrió ligeramente haciendo que el rostro de Kayri ardiera, quien solo logró desviar la mirada y fingió estar muy concentrada en lo que hacía. Kayri mencionaba uno a uno los nombres de los chicos hasta que dijo:
          —¡Marsel Araujo!
          —Soy yo —respondió la chica del pupitre, pasándole un billete.
          —Oh... bien... te apellidas igual a Paco —comentó Kay sin pensarlo demasiado.
          —Es mi hermano.
          —¿Eres hermana de Paco?
          —Sí, eso mismo acabo de decir. —Kay había imaginado que en su primera charla, la deslumbraría con su brillantez... pero solo había dicho cosas obvias y estúpidas. La chica volvió a sonreír. Kayri carraspeó.
          —Bien, ya te apunté.
          Y ese torpe diálogo fue el primero que tuvieron.
          Fin Flash Back

       
          Kayri miró su reloj. ¡Marsel llevaba quince largos minutos de retraso! ¡Gente impuntual! Respiró hondo y apretó los ojos con fuerza. Contaba mentalmente sus respiraciones para relajarse.
          —Hola, Kay. —Un cosquilleo recorrió su cuerpo. Sonrió aún con los ojos cerrados, reconociendo al instante esa voz.
          —Hola —respondió clavando la mirada en la de Marsel.
          —Disculpa la tardanza.
          —No te preocupes, solo fueron unos minutos —Kay se levantó y abrazó a su amiga. Sintió de inmediato como Marsel la estrechaba fuerte.
          —No me mientas, sé muy bien lo neurótica que te pones. —Marsel se separó unos centímetros de ella, pero mantuvo el abrazo.
          —Las personas cambian, ¿no?
          —Espero que tú no lo hayas hecho. ¡Eres una...! —Marsel volvió a abrazarla—. Desapareciste por mucho tiempo.
          —Solo estuve dando vueltas por ahí. —Fue entonces que se sentaron.
          —Me alegra mucho verte, Kay. —La mujer le sonreía.
          —También me alegra estar aquí contigo. —Pidieron unos cócteles. Marsel no dejaba de sonreírle.
          —Te veo cambiada.
          —Mi cabello es un poco más corto ahora y ya cumplí treinta años, así que... En cambio tú estás igualita, Marsel. A excepción de aquel mechón azul que traías.
          —Tengo que estar presentable en la oficina —dijo Marsel con ese gesto tan... tan... ¡aah!
          —¿Dónde estás trabajando?
           —En la fiscalía del ducado. Dirijo el departamento encargado de hacer entrevistas y medir la peligrosidad de los internos en los centros de readaptación.
          —Suena a mucho trabajo.
          —Demasiado, a veces quisiera correr y dejarlo, pero no puedo. Me apasiona. ¡Tú también tienes muchísimo trabajo! Creo que no has parado desde que te fuiste a Argentina, ¿verdad?
          —Así es. Después de terminar la maestría ahí, trabajé para varias asociaciones y gobiernos dando talleres de criminología y prevención del delito. —El mesero llegó con su pedido.
          —Y publicaste tres libros sobre criminología clínica... Siempre te gustó más la criminología que la criminalística.
          —¿Recuerdas eso?
          —Claro, recuerdo todo de ti —confesó Marsel. Kay intentó disimular su sonrojo dando un sorbo a su bebida.
           —¿Y... leiste mis libros?
          —¡Por supuesto! ¡Tengo una amiga famosa, por Dios! ¡Tenía que presumir en mi oficina! No sabes la grata sorpresa que me llevé cuando vi que regresarías a la ciudad a dar un diplomado.
          —Así es. Estaré aquí por seis meses.
          —Y al fin te acordaste de mi, ¿no? —Marsel hizo un puchero.
          —Lo dices como si fuera posible olvidarte... Te he extrañado mucho.
          —Yo también te extrañé. Y tengo que reprocharte que te hayas desaparecido así. Envié como mil correos y mensajes a tus redes sociales. ¿Por qué no respondiste?
          —Lo siento. En realidad una agencia lleva mis redes, yo solo me dedico a la criminología. —Eso era una mentira. Kay había visto todos los mensajes y correos, pero no había tenido el valor de responder.
          —Pretextos nada más. ¿Recuerdas la última vez que nos vimos?
          —Si. Fui a la universidad a recoger mi título. Quedamos en ir al cine a modo de despedida, pues estaba a días de mudarme a Argentina.
         —Vimos Piratas del Caribe... ¿cual era? La cuatro, ¿no? —continuó Marsel.
          —Sí, y después caminamos al centro muriendo de hambre hasta que por fin encontramos un carrito de hot dogs —Marsel soltó una carcajada—. Nos quedamos en el parque comiendo todo lo que le quedaba al señor del carro.
          —¡Que noche! Recuerdo que era muy tarde y yo no quería que terminara... tenía miedo de no volver a verte jamás. Cuando me dejaste en el departamento de mi novio y te fuiste... —Marsel se detuvo y por un momento su mirada se perdió en el pasado. Kayri notó tristeza en su rostro—. Tenías tantos sueños que supuse que te irías a algún lugar lejos y no podríamos volver a vernos.
          —Y aquí estamos ocho años después, tomando margaritas. Por cierto, ¿cómo está tu novio? —Como si le importara ese tarado.
          —No sé. Terminamos.
          —¡¿Qué?! Estás bromeando, ¿verdad?
          —No. Terminamos hace seis años... luego hace tres... y después hace un año.
          —Eso me suena mal.
          —Terminamos y volvimos varias veces, como un buen par de tóxicos. Pero la última vez fue la definitiva. Lo juro.
          —Yo... Vaya. Siempre me parecieron eternos. Eran novios desde los dos años
          —¡Qué exagerada! Teníamos quince años cuando empezamos. Fueron casi trece años de... ¡rayos! ¡Fue muchísimo tiempo! —Marsel se terminó su bebida de un solo trago y pidió más
          —Me alegra que se haya terminado —se sinceró Kay, mirando seria a Marsel—. No estuve de acuerdo cuando le perdonaste...
          —Si, si... omite eso. Se acabó. —La mujer desvió la mirada.
          —Lo siento. ¿Cómo estás con eso? —Kay tomó la mano que Marsel tenía sobre la mesa, como señal de apoyo.
          —Bien. Como si nada. Ya pasó —respondió su amiga dándole un apretón a su mano.
          Kayri podía imaginarse lo difícil que seguro fue para Marsel. Aunque Kay moría por ser su pareja, nunca interfirió en la relación que la chica mantenía con ese sujeto, siempre respetó sus decisiones aunque no estuviera de acuerdo. Después de todo, Kay nunca le confesó que se había enamorado de ella desde que la había visto por primera vez en aquel pasillo de la escuela. Nunca le dijo que sentía una conexión entre ambas, como si todo en el universo hubiera conspirado para unirlas.
          El novio fue el que parecía haberse dado cuenta de lo que Kay sentía por Marsel, pues desde el momento en que se conocieron, había cierto rose hostil entre ellos.
          —Eso explica por qué no llevas ese dije extraño en tu cuello —observó Kayri.
          —Me lo quité hace mucho. —La mujer se acarició el cuello, donde antes tenía el regalo de su novio.
           —¿Desean ordenar ya? —preguntó el mesero acercándose a ellas de nuevo.
          —Claro —Kay ni había visto la carta. Pasó los ojos rápido por ella—. Quiero lasaña, por favor —dijo mirando al joven—. ¿Qué? —Se fijó que Marsel la veía sonriendo.
          —Sabía que pedirías eso. Yo quiero unas...
          —Crepas italianas con crema de setas —interrumpió. Marsel enarcó una ceja—. Yo también te conozco.
          —Lo que dijo ella, por favor —confirmó Marsel al mesero. El chico apuntó rápido y se marchó—. Cuéntame ¿de qué va exactamente el diplomado?
          —Bueno, el gobierno ha implementado una serie de políticas públicas para combatir los factores delictivos —Le apasionaba hablar de eso y más cuando lo hacía con alguien tan inteligente como su interlocutora—. Mi trabajo es enseñarles a desarrollar adecuadamente esas políticas, sobre todo la política criminal. Que sepan que es mejor enfocar la energía en prevenir el delito, sabiendo detectar los factores criminógenos a tiempo. La sociedad está acostumbrada a castigar y no a prevenir. No sabes la cantidad de dinero que nos cuesta el sistema penitenciario, que sinceramente, es un asco. Es mejor evitar que las personas cometan delitos, a meterlos diez años a una prisión. Ya sabes, criminogénesis y criminodinámica.
          —Siempre te apasionaron los factores criminógenos. Recuerdo cuando me ayudabas en los exámenes.
          —Y por eso los aprobabas con buenas notas —Kay sonrió mientras tomaba más de su cóctel.
          —Me encantaría ir a tu diplomado.
          —Ven, no te cobraré. Mañana a las ocho será la segunda clase —bromeó.
          —Una oferta bastante tentadora.... —Jugó también Marsel, con una sonrisa encantadora—. Pero no puedo. Trabajo todo el día y en ocasiones hasta parte de la noche.     
          —En serio te lo pierdes.
          —Ya lo sé. En verdad me encantaría. Aunque... ¿qué te parecen clases particulares?
          —Explícate.
          —Podríamos vernos algunas noches, si no estás muy cansada, claro. Ir por un café o a mi casa y charlar —propuso Marsel.
          —¿Cómo en los viejos tiempos?
          —¡¿Te acuerdas?! —Marsel rió— ¡Pasábamos horas y horas sentadas en la acera hablando de todo!
         —Y comiendo de todo... ¡los helados de la doñita!
          —Aún los venden, podemos ir si quieres —propuso la mujer.
          —¡Claro!
          —Aquellas noches fueron inolvidables, ¡siempre nos pasaban cosas raras! Pero luego insistías en irte a tu casa a dormir... ¿por qué nunca te quedaste conmigo?
          —Porque me muevo mucho, no quería patearle.
          —¡Qué pesada! Por cierto, ¿en dónde te quedas?
          —En el hotel San Román.
          —Ahora entiendo porqué no rentaste un departamento.
          —Bueno, el ducado se encarga de tenerme cómoda y, sinceramente, prefiero el hotel. No tengo que preocuparme por la limpieza, hay lavandería, servicio de habitación, internet, gimnasio, alberca, el frigo siempre está lleno de aguas y refrescos y lo mejor es que es gratis —dijo Kay de forma práctica.
          —Si lo dices así hasta a mi me dan ganas de vivir en ese hotel. Espera... ¿gimnasio? ¿Desde cuando te gusta el gimnasio?
          —No dije que me gustara, solo que el hotel cuenta con uno.
          —Ya se me hacía raro. El ejercicio y tú no congenian en nada
          —Me alegra que me conozcas bien.
          —Y... —Marsel carraspeó—. En el amor, ¿qué tal te va?
          Kayri se quedó callada un momento. Nunca le había hablado a Marsel de sus preferencias sexuales, aunque por su facha le parecía que era fácil de adivinar. Simplemente nunca había sentido la necesidad de «salir del closet». Obviamente varias personas a su alrededor lo sabían, pero no era porque hubiera hecho una declaración. Los heterosexuales no tenían que «salir del closet heterosexual», ¿por qué ella si?
          —Pues... justo ahora no me va nada de nada.
          —¿Pero si te iba?
          —A veces. Mi última relación terminó hace ocho meses... diez meses... no recuerdo bien. No era nada serio.
          —¿Y que tal era? ¿Guapo?
          —Más bien guapa. —Marsel la miró y parpadeó varias veces.
          —Oh... no me habías dicho que... te van las chicas.
          —Bueno, tú tampoco me dijiste que te van los chicos, yo lo supuse porque tenías novio.
          —Buen punto. —Marsel pensó un poco—. De hecho, excelente punto. En ese caso, ¡salud por la soltería!
          —¡Salud!
          —Señoritas, su orden. —El mesero por fin llegó con la comida.

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          —Esto está buenísimo. —Hacía mucho que Kay no comía una lasaña tan buena.
          —Yo quiero. —Su amiga se estiró para alcanzar un poco de su lasaña y llevársela a la boca—. Muy rica. ¿Recuerdas la de Oasis? —El pequeño restaurante al que iban.
          —¡Si! Estaba deliciosa. Deberíamos ir un día. —Sugirió Kay viendo a la mujer.
          —Eso sería estupendo. —Marsel cortó un pedazo de su crepa y se la ofreció a Kay en la boca, tal y como lo hacía cuando tenían veinte años—. Ir juntas...
          —Claro, solo dime que día estarás desocupada —respondió Kay después de tragar y limpiarse los labios con una servilleta.
          —Ese es el problema. —Marsel suspiró con expresión cansada—. Siempre tengo algo que hacer.
          —No deberías estresarte tanto, apenas tienes veintinueve. Imagina cuando llegues a los cuarenta años, te verás canosa y arrugada. —Su amiga rió con ganas.
          —En serio extrañaba tu optimismo —ironizó Marsel—. Tienes una forma tan hiriente de decir las cosas...—Pero Kayri sabía que sus comentarios no la herían, solo la hacían reír.
          —¡Oh, lo siento! —dramatizó—. Pero es en serio, relájate.
          —Yo no soy una cerebrito. Recuerda que reprobé física.
          —¡Ja! Si, recuerdo eso. Pasé por el pasillo de los extraordinarios y ahí estabas, con tu calculadora y cara de pánico.
          —¡No me ayudaste en esa ocasión! —Marsel le golpeó el hombro.
          —¡No sabía que reprobaste! ¡¿Quién reprueba física?!
          —Engreída.
          —Hagamos algo —Kay miró muy seria a Marsel—, si vuelves a reprobar, yo te ayudo —se burló.
—Pues fíjate que te tomaré la palabra. Me ayudarás con algunos expedientes. Al fin y al cabo, la criminología clínica es lo tuyo, ¿no?
          —Todo es lo mío. —Sonrió arrogante.
          —Lo que sospeché: no has cambiado nada. Solo que ahora tienes menos de un año para cumplir tu promesa —comentó Marsel disfrutando de sus crepas.
          —¿Cuál promesa?
          —¡¿Cómo que cual promesa?! ¡La promesa! —Kay buscó en su mente algún indicio que le diera luz sobre lo que su amiga decía. Nada.
          —¿Recuerdas la semana de juegos en la universidad? ¿Recuerdas que en uno de los puestos unos compañeros estaban casando gente?
          —Uhm... Si creo que sí. ¿Tú te casaste con...?
           —Sí, pero mejor nos saltamos esa parte. —Su amiga hizo un ademán restándole importancia al hecho—. Te acercaste a mi burlándote —Kay lo recordaba. En realidad tenía ganas de moler a golpes a ese sujeto por atreverse a ser el marido de «su amor»—, y dijiste que estaba loca por casarme tan joven. Entonces yo te pregunté cuál era la edad adecuada para casarse y dijiste...
          —Treinta y uno...me preguntaste que si estaba dispuesta a prometerte que a esa edad me casaría... y lo prometí.
          —Así que tienes unos meses para encontrar a la indicada. Yo quiero estar en primera fila viéndote firmar.
          —Siendo así, faltan nueve meses para que cumpla la edad y luego tendré todo ese año para cumplir la promesa, antes de saltar a los treinta y dos.

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