La observó como si fuese lo mejor de su vida, incluso sonreía estúpidamente.
La luna brillaba a través de la cortina, él no solía quedarse a esperar la mañana, pero, en esos momentos, no sabía lo que estaba haciendo.
Decidió levantarse intentando ser lo más silencioso posible para no despertar a su acompañante, pero cuando comenzó a vestirse, ella se removió en la cama, mientras abría sus ojos lentamente, lo miró, parecía decepcionada.–Prometiste que te quedarías hasta el amanecer– susurró con voz rasposa y somnolienta.
Una promesa vacía, otras de las tantas que había hecho a lo largo de su vida, la culpabilidad ya no lo carcomía, pero al ver el rostro decaído de la chica, se sintió extrañamente triste, aunque de todas formas sonrió para burlarse de ella.
Cuando dejó la habitación, su cuerpo se sintió pesado, sus ojos ardían, tal vez por el humo del cigarrillo que un hombre fumaba en la esquina, pero nunca sería por el deseo de llorar y mucho menos por la chica que dejó en la habitación de ese motel, porque él nunca lloraría por alguien.