Vaso roto

Capítulo 5. Nada pasó

Nicolás estaba dispuesto a caminar hacia donde estaba Edgar y hablarle, no lo pensó dos veces y justo a la mitad de su gran hazaña escucha una voz femenina muy peculiar llamándolo.

— ¡Nico! —llamó dulcemente su novia Brenda, se encontraba en el marco de la puerta y estaba haciéndole una señal con la mano para que se acercara a ella. Nicolás volteó a ver a Edgar, quien seguía en su plática con ese raro tipo asiático, y luego volteó a ver a Brenda, se dirigió hacia ella con una falsa sonrisa.
—Mi amor, ¡olvidaste tu teléfono en mi bolsa! — dijo mientras le daba su celular, el cual seguramente Brenda ya había revisado meticulosamente.
—Ah, ¿lo puse ahí?... Gracias— Dijo confundido, no entendía como su celular llegó ahí y realmente era lo que menos le importaba en esos momentos.

Brenda se acercó a él para darle un dulce beso de despedida, que Nicolás intentó hacer que fuera lo más corto posible pero Brenda se esforzó bastante en hacer que fuera todo lo contrario. Eran obvias las intenciones de Brenda: quería que todo el salón de Nicolás se diera cuenta de que tenía novia y así ahuyentar a cualquier chica interesada. Aunque nadie les prestó atención, todos estaban en su mundo. El único que presenció ese beso fue Edgar, que al voltear desinteresadamente a la puerta se encontró con tal escena.

Nicolás se alejó sintiéndose bastante incomodo.

—Te veo después amor— dijo Brenda mientras se iba, mirando mal a todas las chicas a su alrededor. Nicolás se dio media vuelta y notó que Edgar lo estaba viendo.  — ¿Me habrá reconocido? ¿Se acordó de mí? — pensaba Nicolás.

La mirada del castaño lo ponía tan nervioso, pero aún así Nicolás se dirigió hacia él con la intención de sentarse cerca. En todo ese corto trayecto Edgar no le quitó la mirada ni por un segundo, era una mirada obvia y traviesa. Una mirada que decía “sé lo que hiciste” y de a poco se dibujaba una sonrisa en su rostro.

Hubo un momento en el que Nicolás pasó justo a un lado de Edgar y ambos se miraron. Ahí fue cuando Edgar rompió la tensión.

— ¿Ya le dijiste a tu novia que estás enamorado de mí? —preguntó Edgar con un tono coqueto y una sonrisa triunfante en su rostro. Nicolás se quedó helado por unos segundos, era como si Edgar pudiera adivinar toda su vida con sólo mirarlo a los ojos. El castaño se acordaba de él, eso era evidente. Nicolás no pudo evitar regresarle la sonrisa, se sentía tan feliz.

—No, todavía no le digo— contestó Nicolás siguiéndole la “broma”. Ambos rieron. Nicolás se sentó atrás de él. Intentaba calmar su cara de felicidad máxima pues no era para tanto.

Comenzó la primera clase y no pudo concentrarse para nada. Estaba embobado contemplando a Edgar. Lo había echado muchísimo de menos. El castaño por su parte si ponía atención y en veces intercambiaba comentarios con su amigo asiático que estaba sentado a un lado de él. A lo largo del día Edgar y Nicolás hablaron un poco más, pero era porque Edgar se volteaba hacia él con una sonrisa para preguntarle cosas sobre lo que estaban viendo.

En la última clase el maestro se demoró bastante en llegar y fue ahí cuando Edgar se volteó para hablar con Nicolás sobre algo que finalmente no tenía que ver con las clases.

—Oye Nico… ¿Cómo estás? — preguntó en un tono bastante tranquilo.
—B-bien, ¿tú cómo estás? — regresó la pregunta extrañado. Edgar sólo sonrió. Nicolás amaba ver esa sonrisa, nunca se cansaría de ella. 
—Igual…
— ¿Sigues viviendo en la misma casa? — Preguntó Nicolás sin pensarlo mucho, quería hacerle conversación.
—No, mi mamá todavía vive ahí. Yo… estoy viviendo con el tarado que esta alado de mí— Dijo refiriéndose a su amigo asiático.
— ¿Es chino?
— No, es japonés…. Es rarísimo— dijo esto último en un susurro. Nicolás soltó una pequeña risa.
— ¡Evan! — llamó Edgar. Aquel chico japonés volteó con una sonrisa y se acerco a ellos. Edgar los presentó.