CAPÍTULO 21

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Mis pies descalzos pasean por la moqueta del pasillo, fríos como el hielo, y de repente temo por enfermar.

Mis dientes castañean mientras espero que el chico de la habitación de al lado responda a la tímida llamada que hice contra su puerta. Me quedo mirándola fijamente, esperando que el chico de abdominales imponentes vista ropa esta vez cuando la abra.

No tarda demasiado en hacerlo, y cuando sus ojos y los míos se miran desde la diferencia de altura, agradezco que sí vista una camiseta esta vez.

Sus ojos pasean por mi rostro hasta mi pelo, y luego descienden con rapidez hasta mis pies.

Me ruborizo, incapaz de no hacerlo cuando mis piernas desnudas tiemblan por el frío ante sus ojos.

—¿Esta vez me dejarás ducharme?—Pregunto.

Sonríe de medio lado, sujetando un botellín de cerveza en las manos, echándose a un lado para dejarme pasar.

Entro en la oscura habitación, y tan solo logro escuchar el viento agitado de afuera mover las ramas de los árboles junto a la lluvia golpeando contra el cristal de las ventanas.

Me acerco a lo que parece ser el baño y me detengo justo antes de adentrarme.

Me giro ligeramente, solo lo suficiente como para ver su postura relajada tumbada en la cama.

—¿Te vas a quedar ahí?—Pregunto en un hilo de voz.

Sus cejas se alzan.

—¿Quieres que te ayude a enjabonarte?—Dice con humor, y suspiro con cansancio.

Odio cuando se pone así.

Sube sus brazos detrás de su cabeza y se apoya en el respaldo.

—Me refiero si te vas a ir o...

—No lo tenía pensado la verdad.—Dice.—¿Te molesto?

Trago con fuerza.

—No.—Digo tajante.—No consigo fiarme de esta gente, asique...Lo agradezco, por primera vez, lo hago.

Baja sus cejas y tarda en asentir con lentitud.

Me doy la vuelta decidida a ir allí y ducharme tras un día esperándolo, y cierro la puerta a mi espalda al mismo tiempo que dejo caer la toalla que cubría mi desnudez.

Un ligero escalofrío me recorre de los pies a la cabeza cuando el frío me envuelve, por lo que me apresuro a meterme en la ducha.

Aparto la cortina de flores y rezo por no resbalarme en este material tan liso del suelo de la ducha.

Cuelgo mi ropa interior en uno de los percheros de al lado y me meto en la pequeña plataforma.

El agua caliente resbala por mi espalda, y cada gota, es un masaje relajante que me hace olvidar por un momento todo lo que está pasando en mi vida.

Permito que el vapor me hipnotice, que me relaje hasta que no recuerde ni que mi familia está muerta.

Me froto los brazos, sumergiéndome en un completo silencio cuando apago el grifo de la ducha, y miro al suelo.

Una fina corriente de frío me pone la piel de gallina, y junto con las gotas de agua fría que caen de mi cabello mojado, solo consigue que tiemble.

Masajeo mi piel agarrotada, incapaz de dejar de pensar en lo que pasó hace un rato con la anciana de la casa.

¿Cómo sabía tanto esta señora? ¿Puedo fiarme de sus palabras o simplemente mentía demasiado bien?

¿Mi padre realmente conocía a esta señora? ¿Estuvo aquella noche en mi nacimiento?

GUARDAESPALDAS •¡YA A LA VENTA!• ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora