Muchas personas dirán, que las rubias son hermosas, encantadoras y perfectas. Pero, para Hitoka no era así, el solo tener 1.49 cm de altura ya era uno de sus complejos más odiados, ahora, sumarle su delgadez, su tartamudeo al dirigirse a otras personas que no sean su madre, su poco socialismo y baja popularidad entre las personas de su universidad eran una pesadilla.
“Nadie se fijaría en alguien como yo”
Era lo que repetidas veces Hitoka se decía frente al espejo, viendo su reflejo en prendas menores. Nada actrativo, ni una sola comparación a las chicas bonitas de su escuela.
Suspiró, sin ganas, tan solo vistió su pequeño cuerpo con el uniforme escolar que tenía sobre su cama, perfectamente planchado. Acomodó sus medias por debajo de las rodillas, ató sus agujetas, listo. Un día más a la escuela, un día más de soledad.— ¿Yachi? ¿Me has oído acaso? — la madre de la antes nombrada habló, con un pequeño tono molesto.
— No, madre. ¿Que decías? — la rubia titubeó, jugando con el tenedor la comida que tenía frente a sus ojos, desganada.
— Tendrás que tomar el tren a partir de hoy, he vendido el auto.
— Igual nunca me llevabas a la escuela — respondió, desafiante a su madre. La mujer solo rodó los ojos en respuesta de no seguir con el tema. Hitoka comprendió aquello, si continuaba terminaría discutiendo con su madre.
<<Toc, toc, toc>> El sonido de la puerta alarmó a la de cabellos castaños.— ¡Maldición! — la madre de Hitoka tomo el pan tostado que tenía en el plato sosteniéndolo ligeramente con sus labios para no romper el pan y evitar una tragedia en su amado traje, apresurada acomodó su falda, colocó sus tacones y salió de casa, no sin antes animar a su hija como de costumbre — Yachi, me voy, ¡Que te diviertas en la escuela, toma el tren de regreso a casa también!
Dicho aquello, se fué, dejando a Hitoka sola, otra vez.
Levantó su cuerpo, agradeció por la comida y se dispuso a terminar su rutina para irse a la escuela, ahora tomando un nuevo camino, la estación de tren. La multitud la sofocaba, primer lunes en la estación, repleta de todo tipo de gente sintiéndose acomplejada, un descuido y sentía que la pisarian. A pasos torpes se dirigió a la estrada del vagón, torpe, empujón tras empujón contra el resto de las personas que no querían perder aquel tren, obligándola a tropesar con sus propios pies.— ¡Cuidado!
Hitoka cerró los ojos, esperando el golpe de su rostro contra el piso del tren. Al rededor de su cintura unos brazos robustos la sostenían, temerosa y nerviosa abrió los ojos de a poco encontrándose con la sorpresa de haber sido salvada por una persona, un chico. Los nervios le ganaron, no logró soltar una sola palabra ante aquella situación, el simple hecho de haber cruzado miradas la tenía completamente atontada, el chico solo sonrió y de una manera sútil y delicada la ayudó a reincorporarse. Las puertas del tren se cerraron, sin decir más el chico se perdió entre toda la multitud, el rostro de Hitoka ardía y un bello color carmesí adornó sus mejillas.
“Cálmate, cálmate”
Repitió una y otra vez en su mente mientras caminaba por el vagón en busca de un asiento, la situación no podía ser peor, frente a ella, el chico guapo desconocido que la salvó de una tragedia se encontraba sentado, calmado y sereno. Hitoka solo pudo palmear su pecho un par de veces, miró al chico detenidas veces, su cabello castaño, lacio y delicado amarrado por una pequeña cebolla dejando unos cuantos mechones caer por su rostro. Agradecía que el ajeno estuviera con los ojos cerrados mientras oía música con los audífonos, de no ser así habría sido descubierta por él observándolo. Admiró por un momento más al chico, sus cejas eran pobladas pero perfectamente peinadas, tenía las pestañas largas admirablemente afeminadas, labios no tan delgados ni tampoco gruesos y una peculiar barba haciéndolo lucir un poco más grande a lo que podría ser su edad original. Era apuesto y aterradoramente alto. El tren llegó a su destino, y como era de esperarse ambos tomaron rumbos diferentes perdiéndose de vista.

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El chico del vagón.
RomanceDos corazones tomando el mismo tren. Dos corazones entregados al amor. Un corazón inocente entregando su último soplo de amor.