30. MY BEDSHEETS SMELL LIKE YOU

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Tal como había vaticinado el doctor, a los dos días le habían dado el alta a Alfred, eso sí, con una larga lista de recomendaciones y prohibiciones.

Habían acordado con sus familias que no valía la pena que viajasen hasta Barcelona, ya que Alfred estaba fuera de peligro y lo único que necesitaba era tranquilidad y mucho reposo. De todas formas, prometieron que les irían a visitar lo más pronto posible porque a pesar de haber visto al chico a través de una videollamada, sus padres y sus madres no se quedaron conformes, querían verle "de verdad" para cerciorarse de que estaba bien.

Una de las primeras cosas que hizo Alfred al llegar a casa fue llamar a Manu para decirle que no podía seguir con el proyecto de Broadway. Su jefe le había intentado convencer de todas las formas posibles pero el chico no dio su brazo a torcer, su negativa era firme, rotunda y definitiva, no cambiaría de opinión por nada. Así que, finalmente, Manu tuvo que desistir y aceptar que ese proyecto se le iba a quedar cojo sin uno de sus mejores músicos... bueno, sin dos de sus mejores músicos, ya que estaba seguro que si Alfred no quería participar, Amaia tampoco lo haría.

Así que, los días posteriores a su salida del hospital transcurrieron de forma similar: cama, baño, sofá... y este último no demasiado. Alfred se encontraba enfurruñado, recostado sobre varias almohadas para poder estar incorporado en la cama. Cuando vio entrar a Amaia por la puerta con la bandeja de la comida resopló exasperado, no aguantaba más el cautiverio.

- Deja de ser un enfadón, encima que me esfuerzo en hacerte la comida - murmuró Amaia alegremente mientras situaba la bandeja delante de su marido.

- Querrás decir que has hecho el esfuerzo de pedir la comida - espetó Alfred con el ceño fruncido.

Sabía que estaba siendo injusto con Amaia, que ella era la última persona en el mundo que se merecía que la tratase con desdén, pero no podía evitarlo, necesitaba salir, levantarse de la cama, valerse por sí mismo... las largas horas de espera mirando al techo le estaban matando.

La chica bufó indignada y le dio unos golpecitos en la frente a modo de reprimenda.

- Sé que estás harto de esto pero no es mi culpa, así que te aguantas y le hablas mal a las sábanas, porque como vuelvas a dirigirte a mí de esas formas me iré a pasar unos días a casa de Miriam hasta que se te bajen los humos, ¿entendido?

- Entendido - dijo Alfred cabizbajo - Lo siento, amor. Tal vez deberías irte a casa de Miriam unos días... lo digo enserio, tu también debes estar cansada de hacer de niñera - comentó mientras intentaba llevarse el tenedor a la boca sin que le doliese demasiado el costado... estaba teniendo un día especialmente malo.

Amaia le miró con pena y le dio un besito en el cuello antes de arrodillarse a su lado.

- ¿Puedo darte de comer? ¿Como cuando éramos pequeños? - preguntó Amaia con voz de bebé haciendo un puchero.

- Cuando éramos pequeños yo te daba de comer y tú me ponías perdido de comida - rió Alfred ligeramente mientras soltaba el tenedor para que lo pudiese coger la chica.

- Detalles, no importa - Se carcajeó Amaia.



El pequeño Alfred de tres años observaba concentrado como Javiera daba de comer un potito a Amaia. La niña estaba distraída con unos cubos de letras que golpeaba sobre la mesa de la trona, así que no oponía resistencia. Aún así, se fue cansando de estar tanto rato sentada, atrapada en la estructura de la trona. Por lo cual, cuando su madre acercó la cuchara hasta su boca, le pegó un manotazo y soltó un grito indignada con la situación.

Ya no puedo inventarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora