Las cosas más importantes son las más difíciles de decir; por eso estaba en blanco, intentando inútilmente suprimir ese sentimiento que se encontraba como en un limbo: ni muy superficial como para despojarme de él, ni muy profundo como para que mi orgullo me permitiera aceptarlo.
***
Mi primer momento en paz desde que había pisado Nueva York, 72 horas después de haber recibido el mail del Dr. Wolfestein. Sentía la brisa de un atardecer de otoño mover mi cabello negro, como todos me habían dicho siempre que era. El calor del sol disminuía sobre mi rostro y sentía como se iba ahogando en el río Hudson. Atardecer del miércoles 5 de Octubre, a 17 días del mayor cambio de mi vida.
Desperté con el aroma a tierra mojada que provenía de mi ventanal entreabierto. Me costó, al igual que todas las mañanas, despegarme de la cama, pero una vez lo conseguí, me dirigí a mi organizado guardarropa. Tenía doce camisas colgadas, tres de cada color en orden de izquierda a derecha, celeste, blanca, negra y beige; en el otro extremo una pila de cinco camisetas blancas y cinco negras intercaladas comenzando por una blanca, en el estante inferior seis pantalones, tres formales, y tres jeanes, uno de cada color, blanco, negro y azul, acomodados en ese orden, y en una pila a su derecha cinco shorts dos de baño, uno de jean azul, uno beige y uno estampado celeste. Lo tenía demasiado organizado gracias a Aila, mi mucama desde los cinco años de edad; pero más que una mucama, era como mi tía, ni lo suficientemente lejana, ni lo suficientemente vieja como para ser una abuela, era la tía Aila para todos.
Sentí su alarma sonar a lo lejos y diez minutos más tarde se encontraba en mi puerta.-Buenos días, El- dijo entrando por la habitación, y seguí el sonido de su voz.
-Buenos días, Ai- dije aun con voz de dormido; y tras esa breve conversación, AC DC comenzó a sonar en los altoparlantes de mi nueva habitación, como era de rutina en Escocia.
Toda mi vida viví allí, pero nunca lo conocí. Mis padres, ambos, eran escoceses, y por consecuencia yo también. Dicen que es muy lindo, nunca lo comprobé, quizás dentro de cuarenta días lo logre, logre conocer Escocia, o Nueva York, donde estoy ahora.
Mi infancia en escocia no había sido normal, no por el hecho de que todos los escoceses fueran raros, sino que yo era más raro aún. Nací con glaucoma, y a pesar de que conservaba resto visual en ambos ojos hasta los tres años, por muchas operaciones que se intentaron para mantenerlo terminé por quedarme completamente ciego a los cinco. No, ni mi infancia, ni mi adolescencia, ni mi vida en general había sido normal en algún momento. En sí, no era normal para los demás, para mí mi vida si era normal, es decir, siempre hice lo mismo, o casi siempre. Costó a los cinco perder el pequeño puñado de amigos que tenía, si a los cinco se le puede considerar amistad; sé que no se alejaron con maldad. Al principio, no entendí muy bien que sucedía, es decir, prácticamente de un día para el otro, para un chico de esa edad, despertar y no ver absolutamente nada, fue difícil de asimilar, o fue así las primeras horas. Ya no recuerdo muy bien, y recordar ese año para mi madre no es buen tema de conversación, así que quede con aquellos tenues recuerdos de mis primeros cinco años de edad y alguna breve conversación a escondidas que había tenido con papá o con Aila.Ya estaba vestido, y por el sonido de sus pasos Aila ya se había ido de mi habitación. Tomé mi billetera del primer cajón de mi mesa de luz y la coloque en el bolsillo trasero de mi jean negro. Baje las escaleras con más cuidado de lo que lo haría en mi casa habitual, algunas horas no me eran suficientes para acostumbrarme a la nueva ubicación de las cosas de la casa.
-¡Feliz cumpleaños, querido! ¿Te preparo algo para desayunar?- dijo por sobre el sonido de las ollas de aquí para allá.
ESTÁS LEYENDO
73 días
Romance¿Cuantos días hacen falta para enamorarse? ¿Y cuantos para romper dos corazones? Eliot, busca recuperar algo que perdió hace mucho pero para eso debe enfrentarse a una versión de si que jamas hubiera imaginado y superar la propia sombra de sus miedo...