Ike era considerado un buen chico. Sus padres rara vez tenían quejas de él y la mayoría de las veces se debía a que hacía demasiadas cosas y apenas se tomaba un respiro. Tal vez Kyle fuese el intelectual de la familia, pero él no se quedaba atrás. Una beca deportiva en hockey sobre hielo siempre era algo que podían alardear con otros padres. Además, le iba bien en los estudios y tenía la apariencia de un chico estable, sociable y tranquilo. Siempre llamaba a casa los viernes en la tarde y charlaba con sus padres unos minutos para relajarlos, intercambiaba mensajes con su hermano a lo largo de la semana, asistía a la sinagoga afiliada a su rama judaica y aceptaba ir a las cenas que las respetables madres judías creaban para que los jóvenes se conocieran entre ellos y así llegasen a formar fuertes familias judías.
Ike era considerado un buen chico.
Los profesores solían ser amables con él ante su animosidad, en especial porque nunca se atrasaba para entregar un trabajo. Sus compañeros siempre lo tenían a consideración para ir a una fiesta y algunas fraternidades habían puesto el ojo sobre él. Su entrenadora era implacable pero justa, una canadiense con acento francés que le exigía demasiado para demostrar que no le tenía preferitismo, pero siempre consultaba con él que días le venían mejor para cuando fuese su turno de guardar los aparatos de entrenamiento. Su equipo confiaba en él y estaba aspirando a ser el capitán del mismo para el siguiente semestre. La vida era buena y todo el mundo lo conocía por ser un joven saludable, que corría todas las mañanas, iba al gimnasio en las noches y era un verdadero caballero con todo el mundo.
Ike era considerado un buen chico.
En especial entre sus compañeras. En la universidad era conocido por ser el chico perfecto para presentar a una madre: judío, animoso, un tranquilo canadiense, educado, deportista, saludable, con una beca estudiantil y metas en la vida. Aunque los rumores aseguraban que ir a una cita con Ike implicaba que puntualmente fuese por ti a tu puerta, saludase a tus padres, jugara con tu mascota y prometiese traerte de vuelta a la hora prometida, la verdad era que nadie podía asegurarlo sin mentir. Algunas chicas decían que Ike creía en la castidad antes del matrimonio y por eso llevaba un anillo negro con el grabado de espinas y una rosa en el dedo anular. Pero a pesar de todo eso, era bien conocido que Ike se ofrecería para cargar los cuadernos de otra persona, mantendría la puerta abierta y saludaría con una resplandeciente sonrisa a cualquiera. Lo que todo el mundo sabía era que Ike no limitaba su acto para las chicas, su caballerosidad no distinguía sexo ni género. Los rumores decían que no era heterosexual, pero que definitivamente le gustaban las chicas.
Ike era considerado un buen chico y muy reservado. Así que tal vez estaba en una relación y algunas personas lo habían visto con una belleza en el asiento de su auto, pero nadie sabía nada. Ni siquiera su compañero de habitación. Si alguien le preguntaba a Filmore... necesitaba pagar por la información y dependiendo cuánto estese dispuesto a costear ese alguien, Filmore relataría que todos los viernes por la noche Ike desaparecía sin rumbo fijo y regresaba el lunes en la mañana sin revelar su paradero o qué había estado haciendo. Todo aquel que había intentado saber a dónde iba a parar Ike lo llegaba a perder cuando este salía de la ciudad y se unía al trágico nocturno de la autopista. La ropa que usaba tampoco era un gran delatador, siempre llevando pantalones negros, convers del mismo color y una sudadera celeste. Nada del otro mundo. Algunos habían llegado a saber que por lo menos su primera parada era alguna casa donde adultos y jóvenes se reunían. Pero con el tiempo supieron que eran las célebres cenas judías de los viernes y seguramente los sábados iba a la sinagoga, pero ¿El resto del tiempo? ¿Dónde dormía? Nadie lo sabía. Y el educado Ike no revelaba nada más.
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Mal Camino «South Park» [Fike]
FanfictionOne-Shot «Fike» Los ojos lilas lo retaban a continuar y sabía que ese golpe de adrenalina solo era el inicio. El baile se volvía más intenso, jugaba con el borde, pero nadie lo miraría con tanta aceptación y equidad.