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Capítulo 7: Confesiones. (¡¡Como en la tele!!)

Pasamos todo el camino hablando. Sobre todo de mi familia, me pregunta miles de cosas acerca de ellos.

-              A si que tu madre se fue cuando tenías siete años, ¿no?

-              Exactamente.

-              ¿Y cómo era?

Apenas la recuerdo, la verdad. Para mí sólo es una figura alta y delgada con una larga cabellera rubia y unos preciosos ojos verdes. Tampoco tengo muchos motivos para recordarla, nunca ha sido una madre para mí. Simplemente era esa mujer que vivía con nosotros y que veíamos de vez en cuando.

-              Me parezco mucho a ella.

-              Entonces sería guapa.

-              ¡Te acabo de decir que no te burles de mí!-digo, casi a voz de grito.

Se ríe entre dientes.

-              No me estoy burlando, lo digo en serio.

Siento cómo mis mejillas se llenan cada vez más de caliente sangre. ¡No, por dios! ¡Ruborizarme sería ridículo en mí!

Por suerte, él vuelve al tema de mi familia.

-              ¿Y tu hermano a quién se parece?

-              ¿Roberto?-asiente con la cabeza-Es clavadito a mi padre, casi parecen copias.

-              Menos en el color de pelo y en los ojos, se ve claramente que sois hermanos, igual que tu hermano pequeño.

Hago un gesto afirmativo con la cabeza.

-              ¿Cuántos años tienen?-pregunta.

¡Dios! ¿No se cansa?

-              Roberto diecinueve y Álvaro va a cumplir dentro de dos meses once.

-              ¿A si que somos de la misma edad?

-              Tienes la misma edad física que Roberto y mental de Álvaro.

-              Muy graciosa, pequeñaja...

Le saco la lengua.

Sin darme cuenta ya hemos llegado a la pared de piedra donde vengo a escalar. Entre mi hermano y yo ya habíamos hecho algunos huecos en la roca para poder subir mejor, pero eran mínimos. Subía mucho más la adrenalina si tienes que pensar hacia donde saltar sabiendo que si lo haces mal tienes una caída tremenda.

Empiezo a sacar las cosas de la mochila: cuerdas, mosquetones, piquetes... todo eso.

-              ¿Te ayudo o sabes ponerte todo tú solito?-pregunto, un poco con burla.

-              Sé, princesa, muchas gracias.-sonríe.

Cuando hacía este tipo de deporte, no era yo misma, me concentraba al máximo en ello, no dejaba que nada ocupara mi mente en esos momentos.

De vez en cuando miraba hacia Saúl, al que no se le daba nada mal. Más de una vez tuve que apartar mis ojos de sus fuertes brazos porque se me iba la cabeza al ver tensar sus músculos. Son tan...

¡¡¡Lore, ya!!!

La verdad es que la tarde pasó rápido, y ya estaba anocheciendo cuando paramos y nos sentamos, agotados, sobre la hierba.

La historia de mi penosa vida adolescente: Loretta.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora