Antes de todo.

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En un principio no existían las estrellas, ni los mares; sólo existía la diosa Ginne con su soledad, la amargura se apoderó pronto de ella, tanto, que se dividió en partes igual de poderosas para poder charlar con alguien, así fue creado Itzem, un dios con un ojo negro y otro blanco, como las dos caras de la luna.
Pasaron los siglos decidiendo que no querían que todo estuviera tan callado así que crearon un mundo dividido en dos continentes gigantes separados por una gran extensión de mar, Obir y Dacce; después crearon criaturas de todo tipo, desde pequeños animalillos hasta gigantes acorazados.
De entre sus creaciones decidieron que los humanos harían honor a ellos dándoles poderes de todo tipo, iban de moldear un elemento a su antojo, a ser capaces de leer mentes o comunicarse directamente con ella; quienes hicieron un mejor uso y grandes hazañas con sus poderes fueron premiados bajo el título de dioses para reinar a su lado. Obir y Dacce convivieron en paz durante mucho tiempo, el rey de Obir y el emperador de Dacce eran buenos gobernantes, normalmente justos y hábiles para las alianzas económicas.
Pero el tiempo cambió las cosas, Ginne estaba celosa de que Itzem tomara los consejos de otros dioses para mejorar el mundo en vez de sólo tomar el de ella, los humanos tenían que desaparecer, sin ellos no habría más dioses, ya vería la manera de desaparecer a los que habían subido antes.
Bajó al mundo como una mortal, haciéndose pasar por una sirvienta del castillo sedujo al monarca de Obir, el rey cautivado por su belleza casi irreal la hizo su reina de inmediato, ignorando los extraños rumores de su aparición repentina como la de un espíritu.
-Quiero que seamos los únicos gobernantes -le dijo una noche.
-No podemos, el emperador de Dacce es fuerte, también lo son sus tropas.
-Pero no tienen el poder de una diosa- en ese momento Ginne se mostró ante él como en realidad era y le extendió su mano.
El monarca cegado tanto por ansia de poder como por su amor aceptó el trato, ordenando de inmediato que sus tropas se alistaran para la guerra; apenas desembarcaron en el primer puerto en Dacce mataron a todos los que se encontraban ahí, violaron a las mujeres, los niños fueron ahogados alardeando sobre el gran poder del agua que poseía su rey.
Las personas del continente se aterraron ante la noticia; jamás les habían hecho nada para provocar su ira, buscaron una solución contratiempo apelando a todo tipo de alianzas para hacer entrar en razón al rey, pero nada funcionó.
El emperador del mismo pidió a su pueblo buscar al mejor guerrero entre todos, si alguien lograba salvarlos le dejaría su puesto como gobernante; días después del anuncio, llegó un hombre de nombre Nofis, muy delgado, alto, con pinta de ser un trabajador del campo, un aura misteriosa e iba acompañado de Hitam, su esposa, una mujer hermosa con aire de letalidad; exigiendo ver al emperador.
-Mi señor, yo soy el mejor guerrero -declaró frente a la corte.
Todos se rieron de él, nadie creía en sus palabras por su aspecto, no se veía fuerte, ni poderoso, mucho menos capaz de matar siquiera un ratón, así que fue echado.
Hitam estaba furiosa con el trato que les habían dado, sin embargo Nofis no se inmutó.
-No pretendo impresionar al emperador. -dio media vuelta mientras su sombra se hacía más grande y macabra- voy a cumplir mi parte, salvaré a nuestra gente con o sin su aprobación.
Viajaron al continente del rey enemigo encubiertos hasta el primer pueblo, apenas llegaron a la plaza central arrasaron; los hombres, las mujeres, los niños, incluso los animales, de un segundo a otro cayeron al suelo como cáscaras vacías; parecía una plaga, a cada paso que daban todo se marchitaba, mientras se acercaban a la ciudadela del palacio en el extremo del continente justo en un acantilado sobre la costa.
Los pueblos antes llenos de alegría y vida que dejaban atrás se convertían en pueblos fantasmas con cadáveres en todos lados. Pero no había rastros de lucha, nadie presentaba signos de violencia o crueldad en su contra; sólo parecían haberse quedado dormidos a la mitad del día.
El rey ante ésta situación mandó a brujos, sacerdotes y caballeros a detenerlos, no lograban entender qué pasaba, la única manera de investigar era acercarse a ellos pues nadie vivía para contar lo sucedido. De nuevo pasó, ninguno de los enviados volvió de su misión contra ellos… hasta esa noche.
Dos guerreros con armaduras hechas pedazos y signos de batalla llegaron cabalgando hasta el castillo; dijeron que habían peleado contra los extranjeros sin poder ganarles, nada estaba a la altura de su poder. El rey parecía de piedra sentado en su trono, no se movía ni un poco, intentando comprender la magnitud del asunto; Ginne en cambio gritaba y maldecía reprochandoles lo inútiles que eran los mortales, sus planes no estaban marchando nada bien por culpa de ellos.
-Mi señor, tenga algo de razón -pidió uno de los guerreros.- Debe redimirse ante todo el daño que ha causado a los habitantes de Dacce y de su pueblo.
-¿Razón? -el rey pareció salir de su transe para mirarlos con mueca de asco.- ¿Qué razón han seguido esos bárbaros para matar a tanta gente? ¿Qué les hemos hecho?
El silencio transcurrió unos segundos, era palpable la tensión dentro de aquél salón.
-¿No fue usted quien ansiaba poder? -preguntó el otro guerrero al tiempo que las velas en los candelabros y muros se apagaban.
-¿Quién decidió romper la paz? -los guardias cayeron al suelo con un sonido sordo.
-¿Quién ordenó la matanza en el primer puerto al que arribaron?.
Del suelo comenzaron a salir pequeñas flamas de colores, conforme los guerreros se quitaban piezas de sus armaduras las llamas danzaban formando la silueta reconocible de varias personas. Antes de que se quitaran los cascos el rey ya sabía quienes eran; ante él, Nofis y Hitam lo miraban rodeados de llamas.
-¿Los ves? -Hitam se adelantó, de no ser por la fuerza en su voz el rey hubiera jurado que era un fantasma.
Las personas que formaban las llamas eran tantas que incluso flotaban unas sobre otras a falta de espacio en el gran salón. El rey no podía, más bien, no quería mirarlas; se sentía un monstruo; su pueblo, aquél que lo había elegido para gobernar por ser considerado el más apto, se había reducido a casi nada.
¿Cuándo se había desviado?, ¿cómo había podido hacerles esto a sus súbditos?
No. Él no había hecho nada. Él y Ginne querían unir los gobiernos ¿cierto?. Nofis y Hitam eran los que habían destruido su esfuerzo. Ellos. ¡ELLOS eran los responsables de tal catástrofe!.
Ginne percibió de inmediato los sentimientos del rey, se acercó hasta situarse detrás del trono y miró con una sonrisa triunfante a los visitantes.
-Admito que son fuertes, no había conocido a nadie con la capacidad de recolectar almas pero… -su mano se posó sobre su hombro.
De la nada, pequeñas líneas de agua se formaron en el suelo del palacio yendo hasta el trono.
-...no vivirán para pasar esa habilidad.
El trono explotó en mil pedazos cuando ambos unieron su poder invocando a un gigante de agua.
-Mátalos -susurró Ginne.- yo te daré de mi poder para hacerlo.
-Si, mi diosa. -El gigante se volvía más grande a cada segundo pues Ginne amplificaba el poder del rey al punto que podía tomar toda el agua de los mares para su creación, Nofis y Hitam usaron todo lo que sabían para defenderse pero fue en vano, cada golpe que el gigante daba fragmentaba los continentes en varios pedazos. En un mal cálculo logró golpear a Nofis cuando intentaba acercarse al rey para tomar su alma; Hitam corrió a ayudarlo pero era inútil, no había forma de curar tanto daño con tan poco tiempo. Decidió que si sus vidas acabarían en ese momento, al menos estarían juntos y sería una muerte rápida.
Hitam alzó la vista cuando el gigante situó su pie sobre ellos, quería que eso acabara de una vez, habían fallado y eso era todo.
-Un momento -Ginne saltó con una sonrisa bobalicona de victoria hasta ponerse frente a Hitam mientras el gigante mantenía el equilibrio antes de aplastarlos- ¿últimas palabras, querida?
Hitam dejó a un lado en el suelo a su marido moribundo y se levantó manteniendo la vista baja.
-Sólo un consejo -alzó la cara reflejando una mirada igual al mismo infierno- Nunca te pongas tan cerca de la esposa de la muerte.
Hitam golpeo lo más fuerte que pudo con la palma de su mano el pecho de Ginne. Al mismo tiempo su vista se volvió blanca completamente.
Parpadeó varias veces hasta asegurarse de que no era un sueño; su cuerpo se sentía más liviano en aquél balcón de la cabaña con vista al mar, sus ropas oscuras habían sido reemplazadas por un vestido blanco lleno de flores y en su mano izquierda había una gema, azul como el agua cristalina de los lagos en Dacce.
-¿Hitam? -Nofis se encontraba detrás de ella en una sola pieza con la misma cara de confundido.
Iba vestido con las mismas ropas blancas y el pelo relamido, se veía bien pero no era el estilo que a Hitam le gustaba. No pudo contenerse más, corrió a sus brazos; había pensado lo peor, ¿o era acaso que ambos ya estaban muertos?.
-No, todavía no querida. -ambos miraron donde un jóven con dos ojos preciosos como las lunas les daba una sonrisa cálida.- admiro tu valentía para intentar lo imposible, sin embargo no puedes quedarte con ella.
Hitam siguió hacia donde observaba hasta la gema, no importaba, no la quería, así que se la entregó.
-No creí que funcionara -sonrió apenada.
-Tomar el alma de un ser inmortal… -el jóven examinó la gema, después dió media vuelta y comenzó a alejarse.
-D-Disculpe -Hitam volvió a llamar su atención- ¿podría devolvernos al mundo de los mortales?
-Me temo que eso no es posible ahora mismo.
-Usted dijo que no estábamos muertos, ¿por qué no lo sería? -Nofis estaba del lado de su mujer, todo era muy lindo ahí, como un Edén, pero no era su hogar.
-Porque todavía no acabo con ustedes - tomó la gema entre sus manos e hizo algo de presión hasta quebrarla a la mitad.
Una ráfaga de viento formó a Ginne de una mitad de la gema mientras la otra todavía era firmemente sostenida por el jóven.
-Ginne, diosa de la creación; te has sobrepasado en tus acciones contra los humanos, contra los dioses, incluso contra tu dualidad; por esas razones, yo Itzem y el consejo de dioses hemos decidido destituirte de tu cargo; sólo dejándote con el título de diosa de la vida, darás vida a los seres, más no tendrás derecho alguno sobre su alma.
Itzem miró al matrimonio y les entregó la otra mitad de la gema.
-Del mismo modo, hemos decidido que ustedes se hagan cargo de esa encomienda, serán quienes se hagan cargo de las almas de todos los seres, podrán sanar enfermedades que estén ligadas a ella y tendrán el poder de la vida sobre la muerte. Desde ahora serán conocidos en el mundo terrenal como Sokaris y Sokar, ¿están de acuerdo?
Sokaris y Sokar aceptaron con gusto su nueva vida, antes habían querido salvar a su gente y ahora podrían hacer más cosas con los nuevos alcances que les daban. El gigante de agua devolvió los mares que se había robado y el rey fue condenado a pasar la eternidad entre las almas en pena de la matanza que había causado. La diosa Ginne dejó de ser tan adorada como antes pero muchos siguieron a su servicio por ser la diosa de la vida. Itzem repartió su poder entre los dioses para que de esa manera todos fueran iguales en decisiones respecto al mundo terrenal convirtiéndose en el dios del equilibrio y la dualidad para mantener el orden.
De nuevo el tiempo pasó, lentamente las islas que se habían fragmentado recobraron vida, los dioses eran parte importante de la vida diaria, los humanos sabían que para el éxito en ciertos ámbitos había que apelar a su poder y voluntad. Pero los dioses se volvieron caprichosos; querían más, más ofrendas, más gente alabando su nombre; se habían dado cuenta que entre más personas creyeran en ellos más poder conseguían cuando les daban de su energía o sacrificaban sus sueños por un favor.
Ordenaron a sus sacerdotes principales hacer que más gente creyera en ellos por las buenas o por las malas, los más afectados de inmediato fueron los dioses de la muerte y de la guerra; los sacerdotes en especial de Ginne mintieron al pueblo anunciando que sólo eso traerían: guerra, muerte, desgracia o caos. Pronto sus sacerdotes de Sokar y Sokaris fueron cazados cual brujas, quemados en las hogueras, torturados; los niños que presentaban conexiones espirituales con ellos eran enviados a otros templos donde los sometían hasta que ellos mismos negaban las conexiones y las rompían en el mejor de los casos; sus templos fueron destruidos o profanados por otros sacerdotes.
Pronto, el mundo dejó de creer en ellos hasta desaparecer… o al menos eso se creía.

Ser quien sirve a la muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora