26.

2.9K 172 43
                                    

Una caricia más y todo hubiera explotado delante de ellos, sin control y sin frenos, cuesta abajo, con mil recuerdos perfectamente destrozados a su alrededor. Eran conscientes de que, horas atrás, se podría haber definido como el inicio de su fin. Pero, esta vez, no había sido así. Ahora, después de todo lo ocurrido, tenían aún más miedo. Miedo a perderse.

No querían lastimarse, no querían herirse. Lo sentían. Simplemente había ocurrido, había surgido. Fue cosa de su corazón, no de su cabeza. Podían culpar al día, podían culpar a la situación e incluso podían culpar a la comida, pero, no podían culparse a ellos. Y, aunque al despertarse no recordaban ni cómo se respiraba, juraron ser fieles a su palabra, a su promesa, de que entre ellos, todo estaba bien. No se dejarían llevar de nuevo. Serían fuertes. No importaba todo lo que doliese, o que su tacto les hiciese arder y que sus besos les dejaran con ganas de más, hoy lo dejarían todo atrás. Hoy, aunque les costase la vida, sonreirían y, de nuevo, volverían a ser esos dos niños que sólo jugaban a amarse delante de las cámaras.

El contrato debería ser lo único que los mantuviese unidos. No había más que decir. Entre ellos no habría nada excepto unos simples papeles con sus firmas trazadas. Ni amor, ni cariño, ni roce. Sólo presión, tinta y tiempo.

El mundo seguía girando, los minutos seguían pasando y ellos, seguían en el ojo del huracán. Entre maquillaje, nuevo vestuario, gritos, luces y pruebas habían pasado la mañana. Y, la verdad, es que la cosa estaba más o menos igual que en el último ensayo, la organización seguía diciendo que el decorado fallaba. Acataban las órdenes con total serenidad pero en el fondo se sentían inseguros y perdidos. Los días pasaban, tenían la final a la vuelta de la esquina y en ellos reinaba la sensación de que nadie hacía nada al respeto. Pero, por desgracia, no eran quiénes para cuestionarlo, eran como dos marionetas, dos títeres, que hacían lo que se les decía y punto.

—Habéis estado radiantes —les felicitó Manu cuando bajaron del escenario.

Y tenía razón, una vez más, ellos habían estado perfectos en todos los aspectos, desde vocalmente a interpretación, perfectos. De nuevo habían creado magia, habían encandilado a todo su alrededor y se habían comido el escenario. Su principal temor se había desvanecido, su angustia de que su falsa relación se viera en peligro después de la pasada noche había terminado. Otra vez más, habían vendido perfectamente su relación. La grieta que había empezado a nacer en su interior aún no había provocado ningún destrozo; sus corazones seguían intactos y no rotos en mil pedazos.

Esa noche había sido como una señal para ambos: después de casi alcanzar el fuego con sus manos, se habían dado cuenta. Mientras Amaia pensaba que eso tan raro que estaba pasando entre ellos no podía volver a ocurrir ya que sólo se romperían más, Alfred vivía con el temor de no ser lo suficientemente bueno para ella. No quería volver a repetir los errores del pasado y aunque se muriese por dentro por ansiarla tanto, prefería estar solo que estar sin ella, que volver a ser su principal fuente de problemas y lloros. Si realmente tanto se querían, desearían, desde el profundo de su ser, que el otro fuera feliz. Y si ser feliz implicaba no estar juntos, con gran dolor, lo aceptarían.

Y por primera vez en días, al fin, tenía unos minutos para sí mismo. Increíble. Podía respirar tranquilo. Desde que había puesto un pie en el aeropuerto de Barajas días atrás, no había tenido ni un minuto solo; siempre había estado rodeado, con compañía, ya fuese de Amaia, Marta, Tinet, del equipo o de las cámaras. Sus únicos momentos de intimidad eran cuando iba al baño y poco más y, ahora, tumbado encima de su cama, solo, en esa gran habitación de hotel, sin nadie a su alrededor, se sentía extraño y desprotegido.

Rió al recordar la reacción de Amaia cuando al segundo de terminar de comer se la llevaron a maquillaje y vestuario. Siempre se quejaba, odiaba tener que pasar tantas horas ahí sentada, sin hacer nada, sólo para que la pusieran guapa. Quería ser ella misma, ir natural, pero no la dejaban. Envidiaba a Alfred por el simple hecho de ser chico. «Siempre puedes dormir más que yo e incluso tener más tiempo libre... ¡No es justo!» refunfuñó al irse. Y tenía absoluta la razón. Ella ya era una belleza por si sola y todo eso no le era necesario.

NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora