La última vez que vi al mundo, tenía trece años. Y me gustaría decir que no fue por mí culpa, pero te estaría mintiendo. Sí, tenía trece años, iba de camino a la escuela por primera vez sola en mi vida, ya que mis padres siempre se las ingeniaban para dejarme justo en la entrada de la escuela. Un día decidí que ya tenía edad suficiente para poder ir por mi cuenta, que no era más una bebé, y aunque a mis padres no les agradó mucho la idea, al final tuvieron que aceptar.
Esa mañana me duché, me alisté y tomé mis cosas. Mis padres me dijeron que si estaba segura de esto y obviamente les dije que sí. Abrí la puerta de mi casa y me aventuré al día. Verán, probablemente deberán estar pensando que soy una chica lista, y puede que mis calificaciones y conductan digan eso, pero ese día, ese único día me sentía como la estúpida de toda mi clase. Claro, no me gustaría llevarme todo el crédito, ése maldito conductor ebrio a las ocho de la mañana también la tiene. Y sí, acertáste, ese maldito conductor ebrio me arrolló. No tuve tiempo para gritar, ni para pensar siquiera, sólo estaba mirando al lado equivocado de la calle y después, todo se volvió oscuro.
Aún tenía el conocimiento ese día, y todo seguía oscuro. Podía escuchar, podía sentir, podía oler. El frío del suelo, el sonido genérico de las ambulancias, y el olor a... todo lo que se encuentre en el aire en medio de la ciudad. No sentía mi cuerpo, no sentía dolor, y lo peor de todo, era que no podía ver mi estádo. Todo se volvió oscuro y denso, y después... perdí el conocimiento.
Me encantaría decir que volví a despertar, y aunque técnicamente fue así, no volví a ver mis padres otra vez. No volví a ver nada desde ese día. El golpe provocó una contución en mi cabeza y me hizo perder mi visión. Déjenme decirles algo, ser ciega es la cosa más mierda que te pueda pasar, y no me juzguen mal, en esos momentos hubiera deseado tener un brazo roto, quidar paralítica o, toda discapacidad más que el humano pudiera sobrevivir. Pero menos estar ciega.
Los doctores le dijeron a mis padres que tendrían que hacerme una operación, sólo como revisión para ver qué tan dañado tengo mis nervios. La operación se hizo y el diagnóstico fue que quedaría ciega hasta el final de mis días. No se lo dije a mis padres, pero la verdad es que es enserio lo más cruel que te pueda pasar. No ver absolutamente nada, perder lo mejor del mundo es una real mierda.
En fin, el tiempo pasó y cinco años después entré a la universidad. Mis padres me dijeron que me contratarían a profesores individuales, que podría seguir con mis estudios en casa, pero les dije que no. Quería sentirme normal, después de todo, quizás no me entiendan, pero cuando tienes una discapacidad, puedes sentir ese sentimiento de lástima que te brindan los demás. No quería eso, quería demostrarles a todos que aún podía seguir siendo yo, cuando realmente ya no era yo. Sí, hubo cambios en mi vida, mis padres y mi mejor amiga Katie estuvieron ahí en todo momento, ya no era como antes por más que me esforzara. Sin embargo, de alguna manera pensaba que al ir a una escuela pública, podría contrarrestrar eso.
Fue así, de hecho, como conocí a mi única y mejor amiga, Katie. Bueno, conocer en su personalidad, no puedo saber cómo es ella físicamente pero mis padres y mi primo Ross me la describen como muy bonita. Y debe de serlo, su voz suena... vaporosa, y sexy, y no, no soy lesbiana si es que es eso lo que piensan. A decir verdad, no tener la capacidad de ver físicamente a las personas, hace que pueda conocerlas mejor en su personalidad. Katie me ha llegado a molestar en unos que otros momentos, pero la quiero como a la hermana que nunca tuve.
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Mi primer día en la universidad fue, normal, supongo. Todos me trataron como a alguien normal lo cual eso hizo que amara a mis compañeros como nunca antes. Mi amiga Katie me acompañaba a los recorridos de la escuela y trataba de describirme lo mejor posible algunas cosas. Katie tiene un especial gusto por los chicos, ella... se emociona cuando ve uno.
