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El sol iluminaba ya los parques de la ciudad. Su luz sesgada se reflejaba en las verdes hojas mientras yo bajaba las escaleras camino a la escuela.

Continué por el puente de la vía, atravesé el centro de la ciudad y llegué a la plaza. Comencé a subir las escaleras que llevaban a la parte antigua hasta que, en cierto punto, sentí algo extraño a mis espaldas. Me di la vuelta y entonces la vi. Aquella fue la primera vez que la vi, el preciso momento en el que empezó mi maldición, aunque yo aún no lo sabía.

No era más que un pequeño pájaro blanco pintado en la pared. No le presté más atención y continué subiendo.

Al terminar las clases me encaminé de nuevo en dirección al centro de la ciudad. Cuando iba caminando cuesta abajo volví a verlo. Giré y continué mi camino. Pero ahí estaba de nuevo: frente a mí, pintado en la pared, otro pájaro blanco. Y, en la fachada de al lado, otro. Por unos instantes observé en silencio aquellos dibujos, quieta. La curiosidad empezó a apoderarse de mi. ¿Quién los pintaría? Salí de mi ensimismamiento, aparté la mirada y seguí bajando.

Durante el trayecto vi otro par de pájaros y al recorrer el primer tramo de escaleras mis ojos pasaron de nuevo de manera fugaz sobre el primer pájaro que había visto. Intenté no darle mayor importancia pero más tarde, al recorrer la ciudad... ¡Había pájaros por todas partes! Habían estado allí siempre y ni siquiera me había dado cuenta? ¿O había alguien pintando un nuevo pájaro en ese preciso momento?

Pero, en realidad, ¿qué importaba? Le estaba dando mucha más importancia de la que en verdaderamente tenía. Parecía una tontería, pero lo cierto era que estaba comenzando a obsesionarme.

Al regresar a casa no podía pensar en otra cosa: ¿Quién los pintaba? Y ¿por qué? No parecían el típico grafitti de un chaval aburrido ¿Qué simbolizaban? Si lo que pretendía era únicamente llamar la atención, desde luego conmigo lo había conseguido. Pero algo me decía que era mucho más que eso...

La obsesión hizo presa en mí y comencé a investigar aquellas perturbadoras pintadas. Me hice con un callejero de la ciudad y busqué los pájaros por todas partes, marcando su ubicación e intentando establecer algún perímetro o patrón, algo que me pudiera dar una pista sobre su funcionalidad o significado. Lo único que logré definir fue que parecían concentrarse en mayor medida en la zona antigua de la ciudad. Aquello delimitaba bastante el territorio, pero no las posibilidades. A partir de ese momento mi cerebro comenzó a buscar infinidad de explicaciones más o menos descabelladas: una de ellas era que podrían simbolizar la liberación de un alma atormentada. Era una idea sencilla, inocente, sin demasiadas implicaciones para con el autor... si mi mente no fuera tan inquieta quizá me habría dado por satisfecha. Me habría conformado con semejante zafiedad y no habría seguido indagando... Ójala...

Lo que más me intrigaba no eran las pintadas, sino el autor de las mismas... de modo que mi cabeza siguió vagando entre ideas disparatadas: quizá eran la marca de una nueva secta, representado la liberación que vendría con ellos; quizá eran obra de un adolescente aburrido, o quizá de una mujer maltratada. Quizá sólo eran la forma de expresión de los únicos momentos de lucidez de alguna mente desequilibrada...

De esta manera la obsesión se hizo dueña de mi cordura. Recorrí la ciudad sin descanso, buscando sin tregua al autor de los dibujos. Anduve por callejuelas perdidas y husmeé en los más oscuros antros de la ciudad, buscándole, preguntando por doquier. Incluso los más variopintos personajes parecían incomodarse ante mi presencia y me rehuían. Como si mi mirada nerviosa y deslumbrada les inquietase... Como si fuera yo la rara.

¿Dónde se escondía? ¿Por qué seguía pintando uno tras otro, sin descanso?

Hacía días que no iba a clase. Días que no pasaba por mi casa. Mis ropas estaban sucias y empezaban a hacerse girones y no recordaba cuándo había comido por última vez. Pero seguía vagando con la mirada y la mente sumidas en un pozo del que no iba a salir... en su busca.

Cada vez que veía otro de sus pájaros, mi cuerpo temblaba y un escalofrío recorría mi cuerpo, bañándome en un incómodo sudor frío. El temor invadía mis entrañas y de repente necesitaba huír, escapar de aquella odiosa forma blancuzca. Y corría despavorida, presa del pánico, hasta perderla de vista.

Comencé a odiar al autor de aquellas aves repugnantes, aún sin conocerlo, por el efecto que éstas tenían sobre mí.

Pensé en tratar de borrarlos, quizá así podría acabar con aquella pesadilla... Pero no pude. En una ocasión acerqué mi mano temblorosa bañada en pintura negra. Quería terminar de una vez por todas con aquella locura... pero la pintura blanca se reflejaba en mis pupilas con un fulgor incomprensible. Mi cuerpo se estremeció una vez más bajo su poder y mi mano quedó apoyada a un lado, marcándose en la pared. Me acerqué más, con la mano aún sobre la piedra y mi cabeza casi rozando aquella siniestra ave que se había apoderado de mi cordura, si es que alguna vez tuve tal cosa. Jadeaba y el sudor corría por mi rostro mientras mi mente se nublaba por completo. Iba a perder el conocimiento...debía... debía huír... Me separé tambaleándome de la pared y eché a correr cual muñeca desmadejada.

Corrí y corrí, huyendo de aquel lugar hasta que, de repente, allí estaba: dándome la espalda, de pie frente a un muro, terminando uno de sus repugnantes pájaros. A sus pies, justo debajo del pájaro, había un cadáver sentado contra el muro, mirándome con su mirada triste de muñeco roto.

Por fín lo había encontrado.

Me acerqué en silencio por su espalda. No pareció inmutarse por mi presencia, ni siquiera parecía haberse dado cuenta de que yo estaba allí, o quizá ya me espereba...

Le odiaba por lo que hacia, pero había algo en él que me atraía extrañamente. Me acerqué tanto que casi podía rozarle. Él no reaccionó y continuó pintando el ave con la mirada perdida más allá del muro, como si la pared fuera de cristal y pudiera ver a través. Sentía su respiración nerviosa, su pulso acelerado. Dejé escapar una bocanada de aliento sobre su rostro y una nube de vapor blanquecina atravesó su mirada impasible: el aire que nos rodeaba era gélido.

Terminó su pájaro. Sus ropas tenían peor aspecto que las mías y unas profundas ojeras surcaban su rostro.

Apartó las manos de la pared y se giró lentamente hacia mí. Hundió sus intensos ojos azules en mí, atravesando mi ya maltrecho espíritu sin compasión. Tenía las manos manchadas de blanco, hasta los codos. Nos miramos durante unos segundos y comenzamos a arder. Acercó una de sus manos a mi rostro y me acarició la mejilla mientras pasaba los dedos de su otra mano por mis labios.

Mi respiración, entrecortada; sus ojos, perdidos en un vacío insondable y el ardor de ambos.

Acercó su rostro al mío y nuestros labios se rozaron. El fuego nos abrasó un instante. Nos separamos con la misma violencia sinsentido con la que nos habíamos fundido.

Llevé mi mano, manchada de tinta negra, hasta su boca, y le pinté los labios, como él había hecho conmigo. 

Entonces, en un instante de lucidez, él lo comprendió: le deseaba, pero iba a morir. Trató de escapar, pero ya era tarde. Le besé con pasión enfermiza mientras mis manos rodeaban su cuello. No opuso resistencia alguna, por fin había comprendido el juego. Fui apretando y atenazando sus músculos mientras sus labios y su lengua perdían la vida dentro de mis fauces. Ya le quedaba muy poco oxígeno. Continué besándole y robándole el aire mientras mis garras acababan con su vida. Al fin, exhaló su último aliento dentro de mi boca.

Las marcas negras de mis dedos habían dibujado un bonito patrón sobre la piel de su cuello. Lo solté y cayó desplomado al suelo. Arrastré su cadáver hasta otra pared y lo dejé allí apoyado. Cogí la pintura y pinté un hermoso pájaro blanco unos palmos por encima de su cabecita inerte, mientras las gotas de pintura salpicaban su rostro. Era un pájaro realmente precioso, de un blanco luminoso, casi incandescente.

Al fin me sentía reconfortada... por fin estaba terminando aquella pesadilla sin sentido...

Ya casi había acabado, cuando alguien se me acercó por detrás.

Comenzó a acariciarme la mejilla con la mano manchada de pintura negra y terminé mi pájaro.

Paloma blancaWhere stories live. Discover now