Hoy no tenía ningún plan para hacer. Los campistas estaban de excursión y hasta la tarde no llegarían.
Estaba tumbada en la cama mirando el techo de mi cuarto. De pequeña mis padres pusieron pegatinas, que brillaban en la oscuridad, por todo el techo para que no tuviese miedo. Hasta cuando ya tuve una edad y me las quitaron. Ellos, no yo. Perfectamente podría seguir utilizándolas tuviese la edad que tuviese. Al igual que los juguetes.
¿Por qué había una edad específica para cada cosa?
La gente dice que cuando maduras, dejas de jugar con juegos infantiles. O simplemente, te dejan de apetecer jugar con ellos. Era verdad, yo lo había experimentado. Un día estas jugando felizmente con tus muñecos y al siguiente, prefieres hacer cualquier cosa que usarlos.
Aún así me seguía gustando jugar con mis primos pequeños. Cuando íbamos de comida familiar, me aburría mucho estar sentada todo el rato con el móvil, por lo que salía con mis primos y nos poníamos a jugar al pilla-pilla, escondite, a las cartas...
¡Con 19 años seguía haciéndolo! Y no por eso era menos madura. Yo lo era, pero seguía teniendo mi lado infantil presente. Porque jugar aunque tenga treinta o cuarenta años, no es ser inmaduro.
-¿Marina?
Miré hacia la puerta de mi cuarto.
-¿Qué ocurre?-pregunté incorporándome en la cama.
-Los productos de limpieza se han agotado, ¿voy al centro a comprarlos?
Lo pensé por un momento. A lo mejor no me vendría mal ir yo y tomar un poco el aire. Y ya de paso, pasaría a ver a mis padres.
-No, Carmen, tranquila. ¡Voy yo!-le dije poniéndome las zapatillas.-Puedes tomarte hoy como descanso.
-¿Segura?
Asentí con la cabeza. No sabría cuando volvería y no quería dejarla aquí plantada todo el día.
Me levanté corriendo hacía el armario y busqué algo que ponerme. Miré por la ventana, estaba soleado, así que me pondría unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes. Peiné un poco mi pelo revoltoso y lavé mis dientes hasta dejarlos perfectos. Hacía tiempo que no iba a visitar a mis padres por lo que quería darles una buena impresión y darles a ver que me cuidaba, aunque lo hacía poco. Andaba más preocupada por el campamento que por mi misma, y eso mi madre lo sabía.
Cogí las llaves del coche y me las guardé en mi mochila, junto con el móvil y la cartera.
-¡Ahora vuelvo!-grité desde la entrada principal.
**************
En la ciudad no había mucha gente, ya que el calor que hacía, impedía que las personas pudieran salir de sus casas.
Miré a ambos lados en busca de una plaza para poder aparcar mi coche, no quería aparcarlo en un parking porque me iba a salir un ojo de la cara.
Delante de una tienda de vestidos de novia, había un hueco. Antes de que me lo pudieran quitar, pegué un volantazo y lo metí en un segundo.
La tienda de ultra-marinos no estaba muy lejos desde donde me encontraba, por lo que apenas tardaría cinco minutos en llegar.
-Buenos días.-dije entrando por la puerta de la tienda.
No sé como lo hacían para poder tenerla siempre llena, tanto de personas como de productos. No esperé una contestación por su parte y me dirigí hacía el fondo del todo, que era donde estaban las cosas de limpieza.
Cogí la lista de la compra y eché un vistazo a lo que necesitaba. A parte de las cosas de Carmen, había pensado en comprar un pastel o un bizcocho para llevárselo a mis padres, algo para merendar.
Lo eché todo en un carrito y fui hacia la caja para pagar todo.
Otra de las cosas que más adoraba de pequeña, eran las cajas registradoras que te regalaban para jugar como si estuvieras en una tienda. Pasar los productos por la cinta y después por los infra-rojos, ¡me encantaban!
-¿Tarjeta?-preguntó la dependienta.
-Tarjeta.-afirmé yo sacándola de mi monedero.
******************
Mi casa de la infancia no era tan grande como me hubiera gustado que fuera. Tenía lo justo y necesario. Dos baños, uno en el cuarto de mis padres y otro en el pasillo; tres habitaciones; un salón-comedor; la cocina; y un despacho para poder trabajar tranquilamente, aunque estuviese ocupado las veinticuatro horas del día por mi padre.
Aparqué mi coche en la entrada del garaje. No había avisado a mis padres de que iba a ir a visitarlos, prefería que fuera una sorpresa, aunque no sabía si estarían en casa.
Intenté hacer el menor ruido posible y fui hacía el porche. Toqué la puerta varias veces hasta que escuché ruido en su interior. Me aclaré la garganta todo lo posible y me relaje un poco.
¿Por qué me ponía nerviosa por ver a mis padres? Pues porque no sabía con que tema me iban a salir, dependiendo de como les pillasen, podría ser bueno o malo.
-Marina, ¿qué haces aquí?-preguntó mi padre al abrir la puerta.
Ni hola, ni nada. Empezábamos mal.
-Hola papá, yo también te quiero.-dije dando un paso más hacía delante.-¿Puedo pasar?
Como respuesta, abrió mucho más la puerta dejándome ver el interior de lo que era, mi casa de la infancia. No había cambiado desde la última vez, solo habían añadido más fotos a las paredes. Cosa que no me gustaba, hacía la entrada más oscura y agobiante.
-Ve al comedor. Tu madre se esta duchando.
Asentí y me dirigí hacía el sofá.

ESTÁS LEYENDO
1,2,3... ¡Quiérete!
Teen FictionDesde bien pequeña me gustaba ayudar a las personas, sobretodo dándoles consejos para quererse a uno mismo. Sabía que de mayor quería trabajar haciendo esto y decidí abrir un campamento. No es un campamento normal, en el cual haces actividades todos...