Escucho los pasos de Dick siguiéndome cerca detrás de mí, pero por primera vez desde que lo conozco, se mantiene callado.
El lugar está extrañamente silencioso, quizás porque es de noche y la mayoría de la gente está dentro. La respiración pesada de Dick comienza a torturar mis oídos, el impulso de ir hacía él y golpearlo me invade completamente, pero no puedo arriesgarme a que me golpee de vuelta. Aun no lo conozco tan bien, y aunque no parece la clase de hombres que golpean mujeres, uno nunca sabe.
Unos metros más adelante me encuentro con una enorme piscina hermosamente iluminada, hay una cascada delgada y de esas elegantes sillas para tomar el sol alrededor de toda la piscina. Sin saber realmente que hacer, me quito los zapatos, me siento en la orilla y meto mis pies en el agua. Está helada, pero agradable.
Después de unos minutos Dick llega, se sienta a mi lado y mete sus pies, pero no dice nada. Creo que dios por fin ha escuchado alguna de mis plegarias. El sonido del agua de la suave cascada cayendo es el único que se escucha, además de la respiración pesada de Dick y las ahogadas voces al fondo.
—Lo siento —dice, de la nada. Frunzo el ceño y lo miro con la pregunta en mis ojos— por esto, por hacerte saltar y caer en el césped. Pensé que lo encontrarías divertido, pero supongo que debo de dejar de escuchar mis pensamientos. Me he dado cuenta de que las personas nunca piensan como yo. Y menos las chicas. Realmente lo siento.
No sé si es este lindo lugar al que me trajo, la cascada, el ardor insoportable, o simplemente la expresión de perrito perdido en el rostro de Dick, pero en realidad comienzo a sentirme como una perra por haberme molestado con él. El chico piensa muy diferente que yo, pero con todo y su locura, y a pesar de que siempre soy grosera, está tratando de hacer algo lindo por mí. Es más de lo que cualquier otro chico ha hecho por mí alguna vez así que no debería quejarme.
—Estoy molesta por la picazón, pero... fue divertido —acepto. Porque claro, fue más divertido que quedarme viendo Pequeñas Mentirosas en mi casa. Dick sonríe de lado.
—¿Lo fue? —repite, asiento y él sonríe más ampliamente— le tengo alergia a las hormigas. Una vez me atacaron en un parque y la picazón era insoportable. Mi mamá me metió a una piscina y se me alivió, así que...
Mira de mí a la piscina levantando sus cejas divertidamente. Tratando con todas mis fuerzas de no rascarme, contemplo mis opciones...
—¿No nos meteremos en problemas?
—No. Te lo dije, nosotros tenemos derecho a estar aquí tanto como los miembros, y puede ser que no trabaje diario, pero aun soy empleado —se encoge de hombros y se saca la camisa sin problemas— vamos, únete.
Suspiro y asiento, porque suena bien, saco mi celular y me quito mis pulceras. Miro con atención y sin sentirme avergonzada los abdominales y los otros tatuajes en su torso. Dick es un chico delgado, pero es musculoso, de una manera simplemente agradable y atractiva, —no como esos asquerosos adictos al gimnasio que se ven mutantes— sus brazos son grandes y tiene no sólo seis sino ocho pequeños y sexys cuadritos en su estomago. Cielos. Tiene, además de en sus brazos, ocho tatuajes a la vista que alcanzo a contar en su pecho, costillas y en su cadera, pero no le pregunto qué son, en cambio me deslizo al agua, sin preocuparme en quitarme la ropa, sé que si Dick trabaja aquí, puede conseguirme algo de ropa.
—April, eres una real perra desconsiderada —se queja Dick, metiéndose al mismo tiempo que yo— dejé que vieras mi pecho y abdomen en toda su gloria, esperando pacientemente que me dejaras hacer lo mismo contigo, y tú sólo te metiste con tu ropa puesta. Que falta de sensibilidad.
—Tienes que hacer muchos más méritos para lograr ver debajo de mi blusa, querido —aseguré, sonriendo ante el alivio en mis brazos— además ¿Cuantos años tienes? Yo soy menor de edad, deberías saber eso. Puedes ir a la cárcel por esa clase de insinuaciones sexuales.
—Puedo ir a la cárcel por un montón de cosas, insinuaciones sexuales a una sexy menor de edad no es la más grave, créeme. Tengo 19, apenas cumplidos.
—Bien, no eres tan viejo entonces.
—Pff. Sólo mírame bien —apuntó a su torso, con una sonrisa socarrona— sea viejo o no, sigues deseándome, y lo sabes. Mi edad no va a cambiar ese hecho.
—Controla tu arrogancia. El único chico que conozco al que me sentido sexualmente atraída es el mismo que hace menos de dos horas estaba teniendo pensamientos eróticos contigo de protagonista —admito, adorando su jadeo de incredulidad, que luego se convierte de nuevo en una sonrisa arrogante— va a pasar mucho tiempo y te vas a tener que bañar diariamente para que yo me sienta atraída a ti. Tener un buen abdomen no consigue a las mejores chicas del mercado si no tienes cerebro.
—Pero tengo cerebro —recalca, acercándose demasiado a mí— en realidad lo tengo todo, y también soy difícil de conseguir, deberías aprovechar que estoy haciendo una excepción contigo.