Capítulo Único

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Gabriel tenía el presentimiento de que estaba llevándose demasiado por sus recuerdos y que ellos terminarían por arruinarle lo que restaba de su vida. Las fotos de él junto a Jack, su difunto esposo, yacían dispersas por las sábanas blancas que cubrían celosamente su cuerpo. Miró hacia la ventana y pudo percibir que fuera hacía un día precioso. Soleado, con el cielo azul despejado, y una naciente primavera cubría de flores y colores los parques de la ciudad.

Volvió hacia las imágenes y tomó una donde veía a Jack completamente feliz, ignorante de su cruel destino y los daños que ocasionaría su ausencia. Gabriel acarició la foto como si al tocarla pudiese rememorar el tacto de su piel, tan tersa y blanca. Sus ojos lucían radiantes y vivos, al contrario de hace varios años atrás, donde vio cómo el color se apagaba paulatinamente.

«Él era tan guapo», se dijo.

Dejó la foto en la mesita a su izquierda y tomó otra del montón. Encontró una donde Jack vestía para una salida de pareja. Con suéter beige, una camisa blanquísima y pantalones azules deslavados. A Gabriel le gustaba particularmente que Jack vistiera así, pues le daba la sensación de estar de nuevo en aquella vez en que le había propuesto una cita y Jack había aceptado la petición sin rodeos. Acordaron la noche siguiente de comer fuera en un restaurante tras salir en receso semanal.

Aquella noche estuvo fresca. Gabriel lo recordaba a la perfección, porque tuvo que compartir su chaqueta con Jack y pudo por fin percibir su aroma. Jack olía a árboles, a naturaleza, al campo donde se crió. Jack olía a vida. Diariamente Jack le hablaba sobre el campo donde nació y creció hasta los dieciocho años. Allí en más, Jack quiso independizarse y comenzar una carrera universitaria. Si bien todo resultaba perfecto en la mente de Jack, las cosas no tuvieron el rumbo que a él le hubiese gustado. Sin embargo, se enlistó en la milicia, lugar donde conoció a Gabriel.

La cena fue espléndida, sin hablar de los manjares que tuvieron oportunidad de probar y las miles de anécdotas que compartieron en tan amena conversación. Gabriel se desenvolvió como buen conversador y Jack estuvo encantado con el desarrollo de la charla. Hablaron de su pasado, su presente y qué planeaba cada uno para su futuro. Gabriel le había comentado que, al retirarse de la milicia, planearía tener una familia y asentaría cabeza con la primera persona que fuera capaz de amarle sin medida, así como él amaba a Jack en secreto. Lo gracioso del caso fue que Jack había dicho lo mismo con una sonrisa pequeña que, para Gabriel, lo significó todo.

Hubieron más cenas y pláticas después de esa. Gabriel y Jack pasaban gran parte del tiempo juntos y era muy raro que alguno tomara una importante decisión sin consultar antes al otro.

Gabriel depositó la foto en la mesita junto a la otra y buscó una en específico con ahínco. Cuando dio con ella, la alzó a la altura de su pecho y la abrazó con fuerza, lagrimeando por el recuerdo. En la fotografía aparecía él y Jack, tomados de ambas manos y subidos a un altar. A sus alrededores no habían nadie, pero Gabriel recordaba a cada uno de los invitados de las nupcias. El Padre resultó ser un ómnico conocido de Zenyatta, un miembro de Overwatch, la organización a la que sirvió durante años, incluso después de la pérdida de su comandante, Jack Morrison. Y el lugar del evento fue en una sala enorme, con ventanas en el techo donde penetraban halos de luz iluminando el festejo.

Gabriel recordaba cómo Jack se encontraba nervioso ante él, con la mirada de aquí para allá y una sonrisa tímida.

—Luego de esto —le dijo Gabriel — seremos oficialmente esposos. Sólo es un instante.

Jack había asentido. Sus ojos le miraban con ternura.

El ómnico hizo la tan afamada pregunta y Jack respondió:

El último vals de la última noche de nuestras vidas | Reaper76Donde viven las historias. Descúbrelo ahora