El amor de mi vida

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—Lyeen —susurró tratando de despertarla—. Lyeen...

Pese a que habían quedado que hablarían después de la cena de navidad, no lo pudo hacer porque prefirió hacer el amor con ella. Luego se quedó dormida y Elliot se pasó las horas contemplándola, ya que quiso aprovechar todos los momentos posibles a su lado. Elliot se sentía muy culpable por mentir tanto tiempo y necesitaba sacarse el nudo que tenía en el estómago.

—¿Qué pasa?—le dijo devolviéndole el beso—. ¿Qué hora es?

Miró el reloj de la mesita y un segundo después, Moby entró por la puerta y se tumbó entre los dos.

—Las dos.

—Es muy tarde... —dijo Lyeen tras bostezar.

—Sí, lo sé, pero necesito que hablemos.

Lyeen no abrió los ojos y frunció el entrecejo.

—¿Qué pasa? —Se incorporó con lentitud—. ¿Estás bien?

Elliot la miró unos segundos y pensó en lo preciosa que era. «No puedo alejarme de ella», pero luego cerró los ojos para recordarse que la decisión ya la había tomado.

—Verás... —Se incorporó y se sentó al borde de la cama, a espaldas de ella—. Yo... ya no trabajo en la universidad. Dimití hace más de dos meses —dijo con la fuerza que pudo conseguir.

—¿Qué? —preguntó Lyeen—. ¿Dos meses?

—Sabes que odiaba trabajar allí... —dijo pasando los dedos por su cabello.

—Lo sé. —Lyeen le tocó la espalda para que lo mirara, pero no lo hizo—. Pero... ¿por qué no me lo habías contado? —Elliot se encogió de hombros—. ¿Qué pasa?

Elliot cerró los ojos y supo que no quería tener recuerdos amargos con ella.

—Lyeen... —Se dio la vuelta y acarició su rostro—. Lo siento... sabes que te quiero mucho.

—Por favor... —Lyeen negó con la cabeza—. Dime que pasa...

Elliot no fue capaz de moverse en ese instante. Todo pasó despacio y vio como el rostro de Lyeen se entristecía.

—Me han ofrecido trabajo en Baltimore. —Elliot cerró los ojos—. En el Hopkins, uno de los mejores hospitales del país.

—¿Vas a marcharte? —El suave hilo de voz de Lyeen, hicieron que a Elliot se le rompiera un poco el alma.

—Si tú me pides que me quede, yo...

—¿Ya has aceptado el trabajo?

—Sí, pero aún puedo declinar la oferta.

—¿¡Has aceptado!? No me lo puedo creer... —Elliot no pudo mirarla a los ojos—. Ni siquiera me has tenido en cuenta.

Lyeen negó con la cabeza y se levantó deprisa, tapándose con la sábana.

—No podía rechazarlo, es una gran oportunidad: es el Hopkins.

Lyeen se quedó parada y lo miró con su mirada oscura y profunda. Elliot se puso de pie y se acercó a ella para acunar su rostro y rozar sus labios con los suyos.

—Enhorabuena, Elliot —dijo con un nudo en la garganta.

—Por favor, pídeme que me quede y yo...

—No puedo hacer eso. —Negó con la cabeza—. ¿Qué clase de persona sería? ¿La piedra que no te deja progresar en tu carrera?

—Lyeen...

—Entonces tu madre tendría razón. —Le sonrió irónica.

—No pienses en ella ahora. Puedo trabajar en cualquier otro lado, aquí en San Francisco.

—¿Y ya está? —Lyeen buscó con la mirada su ropa—. ¿Y si no te pido que te quedes?

—Vendré todos los fines de semana. —Asió su rostro para que lo mirara—. Está sólo a cinco horas en avión.

—No sé... —Lyeen cerró los ojos con fuerza—. No sé si funcionará...

Elliot sintió romperse en ese momento.

—Sí que funcionará. ¿Por qué no? Por favor. —La abrazó con fuerza y acarició sus mejillas húmedas con celeridad—. Lyeen, esto no puede terminar...

—Por eso... por eso has estado tan ausente estos días. —Lyeen empezó a llorar más fuerte—. Estos últimos días... sabías que ibas a irte...

—Pero te amo tanto... —Lyeen soltó aire con fuerza—. No me marcharé... no me iré si tú...

—Sí te irás —dijo ella limpiándose las lágrimas—. Será mejor que...

—Lyeen. —Elliot la abrazó cuando vio que quería irse—. Por favor, quédate.

Se pararon un rato en silencio, dejando que sólo se oyeran sus respiraciones.

—No puedo —dijo Lyeen—... yo... si esto es el fin, Elliot, no hagas que sea más difícil...

—Lyeen, por favor... —Besó sus lágrimas—. Sabes que lo nuestro no puede romperse.

Elliot no dijo nada más y la besó con anhelo e impaciencia. Lyeen se dejó llevar con lágrimas en los ojos. La estiró en la cama, para apartar la sábana de su cuerpo y la larga melena de su cuello. Admiró con paciencia su desnudez, que luego acarició con ternura. Limpió el agua del rostro de Lyeen, que clavaba sus oscuros ojos en él. Se besaron sin prisa pero sin pausa, como si en ese instante hubieran entrado en una burbuja, como si allí dentro, no pudiera pasar nada malo. Hicieron el amor con ternura, sin hablar. En los últimos momentos, Elliot vio cómo Lyeen lloró de nuevo y se quiso morir.

Cuando terminaron, Elliot se quedó dentro de Lyeen, sin querer apartarse ni salir de ella. La consoló, bebió de sus lágrimas, como si así, pudiera curar sus heridas, y tal vez también las suyas propias. Se quedaron así un rato, como en un eterno letargo.

—Pídemelo —le dijo Lyeen al final—. ¿Por qué no me pides que vaya contigo?

Elliot la dejó de mirar.

—No puedo. —Se apartó con cuidado—. No puedo pedirte que vengas conmigo.

Lyeen no dijo nada y se quedó un rato sin moverse. Elliot, quien estaba sentado en el borde la cama, empleó las pocas fuerzas que le quedaban y se levantó para vestirse.

—¿Por qué no? —Lyeen lo cogió del brazo—. ¿Elliot? ¡¿No vas a mirarme?! —Se aguantó las ganas de llorar—. ¡¿Entonces es mentira?! ¡Dices que me amas, pero no quieres que vaya contigo!

Elliot se apartó con más brusquedad de la quería, pero no miró atrás y salió de la habitación. Oyó como lo llamaba entre llantos y desesperación. Sintió que le faltaba el aire, por lo que fue al balcón. Sabía que la pregunta podría llegar. Le dolió que dudara de su amor, porque Elliot no podía querer a nadie más que a Lyeen. No fue capaz de mirarla, porque él quería que estuvieran juntos el resto de sus días; pero también quería que fuera feliz, y lejos de su familia sabía que no lo sería. No supo cuánto rato pasó, pero salió de su ensimismamiento cuando oyó cómo Lyeen salió de casa con un portazo; luego, sólo se escuchó un silencio aterrador. «Quizás es mejor así», pensó mientras le caía una lágrima. El frío de la nieve, no sólo caló en sus huesos, sino también en los trozos de su alma, que cayeron uno a uno, rescrabejados como cristal. «¿Cómo va a ser mejor, si he perdido el amor de mi vida?».


***

Bueno, bueno... capítulo realmente complicado, espero que os haya gustado, yo me siento un poco triste. Como siempre, gracias por leer n_n

Tu Nombre me sabe a MentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora