PROLOGO: ALMAS DE LA CENIZA.

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PROLOGO: ALMAS DE LA CENIZA.

                El ejército del reino del Norte atacó con todo su poderío al reino del Este. Llevaban alrededor de un mes arrasando con sus pueblos rumbo a la capital. Alte, Rey del Este, estaba al tanto de los ataques, y decidió hacerles frente en San Marcos; el pueblo que antecedía a la capital, y funcionaba como primer escudo de protección  para el castillo. Cayó la noche, y el ejército del Norte se llenó las manos de fuego, para poder ver dentro del gran bosque que antecedía a San Marcos. Con el caballero enmascarado a la vanguardia, se pararon de manera de desafiante ante el Rey del Este, que esperaba junto a los suyos la batalla. Pero de un momento a otro el caballero enmascarado extinguió el fuego de sus manos, y tiró de las riendas para darse media vuelta y adentrarse en el bosque, y seguido, su ejército lo siguió.

                Alte se miraba las caras con sus hombres, intentando entender el significado de aquella retirada. ¿A caso el reino del Norte se estaba rindiendo sin siquiera luchar? Se preguntó.  Y rápidamente decidió no dejarlos escapar, entonces alzó la voz y pegó un grito en el cielo, jaló las riendas de su caballo y se abalanzó sobre el enemigo. Su ejército lo siguió a toda velocidad, y una vez dentro del bosque dieron con ellos. Ahí comenzó una encarnizada batalla, como moscas los del ejército del Este comenzaron a caer. Los del Norte habían preparado unas cuantas trampas en el bosque, y como niños, Alte y sus hombres cayeron en ellas; los hombres guiados por el caballero enmascarado habían cavado un montón de agujeros bastante profundos, y los habían cubierto con maleza y hojas del lugar. Así la superioridad numérica del Este pasó a una inferioridad en un abrir y cerrar de ojos.

Con su brazo totalmente extendido hacia las alturas, empuñando una reluciente espada plateada; envuelta en llamas, muy decorada en su guarnición, y con un lujoso guante burdeo y brillantes, el caballero enmascarado del Norte dío el golpe de gracia al Rey del Este. Con ese golpe la batalla acabó, y los hombres del Norte se retiraron sobre sus caballos y a pie, raudos, no sin antes con sus manos lanzar llamas a los cuerpos de los caidos para que se incineraran.

                Escondido entre los árboles estaba el pequeño Itzen, con los ojos húmedos por el llanto, y bastante asustado. Con sólo trece años a cuestas fue testigo de la muerte de su Rey y padre; quien le había ordenado claramente no salir del castillo. Cuando el muchacho consideró que el enemigo estaba lo suficientemente lejos, salio de entre los arboles y corrió donde se encontraba el cuerpo de Alte tendido.

— ¡Papá! —exclamó —. Papá, háblame por favor. ¡Despierta! —lo tomó de las ropas para sacudirlo pero no reaccionó. Desconsolado y ahogado en llanto dejo su pequeño cuerpo caer sobre el de su padre, nada ni nadie lo moverían de ahí. Pasaron dos horas, e Itzen se durmió sobre él, profundamente dormido y dolido. Comenzó a llover en el campo de batalla; una lluvia acompañada de destellos blancos y celestes; algo muy poco usual. La lluvia parecía apiadarse y daba al lugar una sensación de paz, mientras ahogaba las llamas que consumían los cuerpos. Itzen despertó con un par de gotas que golpearon su rostro, he intentó cubrirse con las ropas de su padre, pero en vano; su cuerpo estaba completamente empapado. De pronto, oyó un montón de caballos acercándose e imaginó, eran los del reino del Norte otra vez, entonces tomó a su padre de las ropas y tiró y tiró para ocultarlo tras unos arbustos. Miró a travez de ellos y notó que eran hombres de su mismo reino y no hombres del Norte como por un momento creyó, en el acto quiso gritar y pedir ayuda, pero alguien se lo impidió.

—Shh, silencio muchachito —dijo un hombre cano, vestido en harapos y mal oliente, que le tapó la boca con la mano desde atrás, para que no gritara —. He visto todo —dijo —. Debes venir conmigo. Te soltaré pero debes prometer que no gritaras —le dijo mirándolo, y el pequeño asintió.

— ¿Quién eres? —preguntó el niño asustado.

—Un viejo amigo de tu padre —dijo con una amigable sonrisa.

— ¿Daerón? ¿El mago? —preguntó sorprendido y abriendo los ojos. Y el hombre le respondió con una pequeña reverencia.

—A su servicio Rey del Este... Vamos, esto se pondrá peligroso. Debe venir conmigo —le dijo y le tomó la mano.

—Pero esos hombres son de nuestro reino, no hay peligro —le advirtió soltándose.

— ¡Ah! —se escuchó, y ambos miraron. Los hombres que habían llegado estaban rematando a quienes aún les quedaba un suspiro de vida, y separando las cabezas de los cuerpos de quienes se habían quemado.

— ¿Pero qué hacen? ¿A caso son hombres del Norte infiltrados entre los nuestros? —se preguntó el muchacho.

—No sé de qué bando serán, pero he visto a los hombres hacer eso por un sólo motivo. Las almas…

— ¿Almas? —a Itzen le entró un leve temor —. ¿Hablas de…

—De Damis… —interrumpió —. La hechicera del reino Norte —Afirmó.

— ¡Imposible! Papá acabó con ella antes que yo naciera. Papá y Mamá me lo contaron.

— ¿Te contaron la historia completa de Damis?

—Por supuesto, ellos me la contaron, y con detalles —añadió.

— ¿Tú crees que era necesario que te contaran todo y con detalles, si Damis ya estaba muerta? —cuestionó Daerón.

—Pero Papá le atravesó el corazón con su espada…

—Y por eso es que hace quince años no sabíamos nada de ella… hasta ahora. Porque si tu padre no hubiera llevado acabo tal acto de valentía. Las almas de la ceniza de Damis ya hubieran acabado con los reinos del Este, Oeste y Sur.

El viento comenzó a soplar suave y tibio, acariciando los rostros de Itzen y Daerón. Erizándoles los vellos y haciéndolos temblar.

—Está comenzando —susurró el mago tras los arbustos con la mirada clavada al frente.

— ¿La resurrección? —preguntó Itzen tragando saliva. Daerón asintió y le tomó la cabeza al muchacho, para girársela hacia donde se veían caminar sombras por el suelo, acercándose a los cuerpos tendidos de los guerreros derrotados en la anterior batalla.

— ¡Rápido! ¡Están llegando! —gritó un hombre hacha en mano, advirtiendo a los demás. Unos inmediatamente se llenaron de miedo y huyeron, otros se apresuraron a rematar más cuerpos pero al ver que las sombras que venían por el suelo llegaban a los cuerpos, decidieron correr también. Aquellas sombras que se veían en el suelo eran las “Almas de la ceniza” un hechizo de magia negra que sólo se le podía atribuir a una persona, Damis. Las almas se acoplaron a los cuerpos quemados y como por acto de magia, los cuerpos se levantaron, y corrieron tras los hombres que huían. Uno a uno cayeron, ninguno logró salvar con vida.

—No puede ser —susurró Daerón —. Incluso los cuerpos decapitados cobraron vida —se dijo.

— ¿Y que hay con eso? —se extrañó Itzen —No es así como funciona ese hechizo. ¿Resucitando muertos?

—Sí, pero cuando decapitabas un cuerpo, ese no volvía la vida.

—Entonces ¿Esto qué quiere decir? —preguntó Itzen con la pera un poco temblorosa.

— Que Damis ha vuelto más fuerte que nunca…

ALMAS DE LA CENIZA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora