Prólogo

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Liz ubicó la cámara en el trípode y corrió a acomodarle el cabello.

- ¿Estás seguro de esto?

- Sí, lo haré. - Ryan inhaló y exhaló varias veces. Tú puedes tú puedes tú puedes equipo equipo equipo vamos equipo.

- Siéntate cerca del escritorio, para que puedan verte bien a la luz, así van a reconocer el parecido.

- ¿Aquí?

- Sí, perfecto. Estás precioso.

- Tú eres preciosa.

Liz se acomodó la trenza que llevaba en el hombro y le sopló un beso. Siempre la cohibía que le dijera que estaba bonita. - Eres muy valiente y te amo, ¿lo sabías?

- Sabía que me amabas, pero no que me creías valiente... - Tú puedes Ryan, tú puedes, vamos, hazlo - Hagámoslo de una vez, antes de que vuelva a dudar... espera espera, esta silla no. Necesito la foto.

- Como practicamos, ¿recuerdas? Habla... despacio... y sé honesto.

- Sí, bien. Ok. Estoy listo... - Le estiró los brazos y Liz lo abrazó con fuerza. Se besaron por un instante, y ella le dio un pequeño control remoto. Salió de la habitación y lo dejó solo frente a la cámara.

Ryan se despeinó y miró al lente con decisión. Se acomodó lo mejor que pudo en la butaca que había elegido, y apoyó la imagen sobre su pierna. Volvió a darse aliento y presionó Play.

Una luz roja se encendió, y si alguien mirase a través de la lente, vería a un muchacho adorable. Era alto y atlético, de piel pálida y ojos claros profundamente expresivos. Su abuela vivía diciéndole que no necesitaba abrir la boca para decir las cosas, simplemente le bastaba una mirada para hacerse entender. Tenía labios finos, como su padre, y los sabía usar para construir las sonrisas más bonitas que uno pudiera imaginar (eso también se lo decía su abuela). Se había vestido con una remera gris y jeans oscuros para salir a festejar su decimosexto cumpleaños con su familia, sus amigos y su novia Elizabeth. Eso iba a hacer, pero antes tenía que hacer esto. Había esperado años para hacerlo, y ahora estaba listo.

Miró el trípode unos segundos, y luego levantó los ojos hacia esa pequeña luz roja. Ahí centró la mirada. - Hola a todos. Mi nombre es Ryan... Ryan Barnett. Vivo en un pueblo que se llama Delcambre, en Louisiana, en los Estados Unidos... se preguntarán por qué estoy hablándoles, y es para pedirles un favor... que me ayuden a encontrar a mi madre, si pueden. 

Ryan tomó la imagen que había dejado en su pierna. Junto con Liz habían escaneado la única fotografía que tenía de su mamá, la habían agrandado al máximo posible para no perder resolución, y la tenían impresa en una hoja. Se la mostró a la luz roja, para que pudiera ver a una chica delgada y sonriente sentada en una hamaca con un vestido blanco. Se veía claramente su rostro, parecía una niña. De hecho, Ryan lucía mucho mayor. - Ésta es la única foto que tengo de ella. Por si no pueden verla bien, tiene la tez blanca, ojos azules y cabello marrón. Debe medir un poco más de un metro setenta... no más que eso. En esta imagen acababa de cumplir dieciséis años... hoy debe tener treinta y tres. Hummmm... mi hermana melliza y yo cumplimos dieciséis, así que se darán cuenta que la tomaron poco tiempo antes de que nos separáramos de ella. Nosotros no la hemos visto jamás en la vida. Tampoco sabemos su nombre. Nadie en el pueblo la conoce, así que tal vez no seamos de aquí... la verdad es que no hay mucha gente a la que pueda preguntarle. Mis abuelos no hablan de ella, y mi padre tampoco. Solo sé que está viva en algún lado. No puedo explicar cómo, pero lo sé.

Las luces del exterior de la casa se encendieron, y lo distrajeron por un instante. Miró hacia un lado, y retuvo la imagen entre los brazos. Estaba anocheciendo, y siempre pensaba en ella cuando se hacía de noche. Su padre le había dicho, cuando era pequeño, que su mamá le tenía miedo a la oscuridad. Por eso, cada noche, dejaba encendida al menos una fuente de luz en la casa. Pequeña o grande, si su mamá estaba perdida o asustada, se acercaría a la luz. Ryan nunca lo había olvidado, y dormía con una lámpara en su ventana. Su hermana y Tracy, su madrastra, le habían pedido infinidad de veces que quitara esa lámpara horrenda, pero él se negaba rotundamente. Su padre lo apoyaba, y decía que era su cuarto y podía hacer lo que quisiera con él si no molestaba. Era un secreto entre ambos, el por qué de la luz en la ventana. Se cuidaban muy bien de no decírselo a nadie, y de que la luz cálida se viera cada noche, por si ella decidía regresar.

Este video era otra luz. Brillaría como un faro, y si ella lo veía tal vez se acercara. Necesitaba explicarle que no tenía que temerle a nada. - Mamá... - Se le hizo un nudo en la garganta, jamás lo decía en voz alta.- Mamá, si me estás viendo, quiero que sepas que solo quiero verte. Te lo prometo, no habrá preguntas ni reclamos, yo solamente quiero saber que estás bien, o si necesitas algo. Estoy aquí para ti... y también Madison. - Los ojos se le llenaron de lágrimas. No quería detener el video, así que se aferró con más fuerza a la imagen y trató de dominarse mientras enfrentaba a la luz roja. - Mami... si tienes otra familia, está bien. Lo entiendo. Nosotros somos personas normales, créeme, nos va bien en la escuela, somos buenos... no te avergonzaremos. No sientas vergüenza... lo único que quiero es pasar un rato contigo. Dime dónde estás y yo iré a buscarte, no tienes que venir por mí, no te preocupes. Te haré sentir orgullosa, te lo juro. Si no quieres verme y prefieres escribir, está bien... aunque sea para decir que no te moleste. Por favor mamá, solo quiero saber que estás ahí. Y si no es un buen momento para ti... te espero. Cuando estés lista. Estoy aquí cuando quieras.

Sonrió a la cámara y la apagó con el control. La quitó del trípode, rebuscó en el menú y encontró lo que buscaba: Subir a Youtube. Lo seleccionó, y vio cómo la pequeña barra de carga comenzaba llenarse. Se puso un sweater, tomó la billetera y salió de la habitación.

Volvió dos segundos después a encender la lámpara, y luego de hacerlo, se fue sonriente. 

Historias del Libro - Reino de LucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora