Aprendí a quedarme en silencio. A pesar de lo mucho que quería hablar, del dolor que crecía en mi, del picor en mi boca... aprendí a quedarme en silencio, a guardar las palabras como si fuesen un tesoro, que nadie las robara, ni las ultrajara, para que nadie las interpretara de forma incorrecta. O que no las entendiera. O que no las escuchara. Que fueran cliché, que llegaran solo al viento y las aullara.
Aprendí a quedarme en silencio, porque cuando quieres decir algo, no hay nervios que por confesiones no vengan. No faltan las mariposas en el estómago. Ni las náuseas...
Ni el dolor... Ni el dolor se va, es claro; es secreto.
Así me enamoré de él.