School of Tears

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Sentado en el trono de su padre observaba a la tierra con fastidio desde lo ocurrido la última vez no se había dado el valor para regresar aunque tampoco se sentía capaz de cumplir con su deber en el cielo, la profunda confusión respecto a JiMin y Lucían lo había vuelto demásiado distraído como para prestar atención a lo que sucedía a su alrededor, inmerso en sus pensamientos no prestó atención al ángel que se situaba delante de él hasta que posó un dedo en su frente, parpadeó un par de veces saliendo de su ensimismamiento.

— ¿Qué quieres Arael? — Preguntó con tono cansino.

— Miguel, acaba de salir la última tanda de ángeles ¿A quién se los asigno? — Le dijo.

Miguel soltó un suspiro y se quedó viendo un punto fijo en la tierra con nostalgia.

Daselos a Sáriel — Soltó secamente.

— Pero... La vez anterior ya se le dieron a él.

— ¿Acaso me estás cuestionando? — Dijo Miguel con el ceño fruncido.

— Sabes que no es así, Miguel, sin embargo... —. El ángel fue interrumpido por la palma de Miguel casi rozando su rostro.

— Entonces dáselos a quien le hagan falta —. Respondió sin darle importancia.

Arael hizo una reverencia y salió con una gesto dubitativo.

Miguel continuó contemplando ese mismo punto, haciendo gestos y suspirando continuamente.

Mientras tanto Gabriel se dirigía hacía la habitación de Rafaél, tocó  y se adentro.

— ¡Rafael, Rafael, Rafael, Rafael! ¡Esto es malo! ¡Muy, muy malo! — El pequeño arcángel de alas chocolatosas tiraba de la coleta que le caía por el hombro, empujó el flequillo de sus ojos y volteo a ver el sillón en el que usualmente su hermano estaba — No está... ¡No está! — Exclamó con cierta desesperación —.Okay, Rafaél no está... Debes hacer algo Gabriel, algo útil... ¡¿Qué voy a hacer?! —.

El menor sale nuevamente de la habitación a pasos apresurados.

Puede ver a un pequeño conjunto de ángeles perdidos siguendo a Arael, inmediatamente sabe que son los últimos que su padre dejó en el sembradero, lo nota por sus apariencias transparentosas, para que finalmente se hagan opacos deben pasar algunos días puesto a que lo que se seca primero siempre son las alas.

— Oh, hola Gabriel, estoy guiando a estos ángeles nuevos con su instructor para que les dé un nombre... Bueno, tú también eres hijo directo de Dios... ¿A quién se los entrego?

— Hola Arael, realmente me hace un sentir honrado que me lo preguntes, pero yo no tengo ese poder... El que lo decide es Miguel, lo sabes...

— Es que Miguel no me dió una orden... Dijo que hiciera lo que quisiera... No sé hacer eso... Realmente estoy confundido... —. El ángel le mira con una pequeña mueca.

A veces a Gabriel le gusta escucharlos hablar de ese modo al que su padre le gustaba, sin emociones.

— Bueno, puedes entregárselos a... ¿Por qué no se los das a Chamuel? Él necesitaba abarcar más terreno y tal vez se le ocurran buenos lugares para ellos... —. El arcángel sonríe y seguido borra esa linda curva de sus labios ya que no puede mostrar emociones.

— Se los entregaré inmediatamente Gabriel, gracias —. Se inclina ante él y finalmente toma un rumbo.

El de alas castañas suspira y decide que la mejor idea es ir a ver a su hermano Miguel, no va a darle más vueltas al asunto, lo más acertado es erradicar el problema desde la  raíz.

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