Silent Boy {ChanBaek/BaekYeol}

Prólogo.

Septiembre, 22:37 pm.

Estaba lo suficientemente seguro de que conseguiría empleo pronto.

Semana tras semana, a toda hora deambulaba por la ciudad en busca de algún trabajo de medio tiempo. ¿Por qué resultaba ser tan complicado? El casero me había tirado la bronca por no poder
pagar la renta, y creía suficiente. No podía soportarme otro mes más sin abonarle. Y para colmo, la lluvia empapaba mi chaqueta vieja y desgastada, que putada.

Las farolas brillaban sin ningún indicio de que su luz fuera a disminuir, y sospeché que prontamente serian cubiertas por perladas transparentes y frías gotas. Tal así como mi capucha. O mis zapatos, podrían competir.

Observé mis alrededores, porque, no estoy considerando pescar un resfriado ni morir, quizás, de hipotermia por ser un miedoso de los mil cojones a no enfrentar al casero, lo siento, no conseguí empleo por lo tanto, no podré pagarle. Menuda patada en el culo.

Refugio, eso necesitaba. Y como si un milagro se tratase, un reflejo a traves de los charcos en tonos verdes sobre el pavimento me distrajo por un momento. ¿Qué puta mierda es esa? Oh, espera. Un ovni de seguro vino a abducirme para experimentar conmigo y sus tentáculos. ¿Será alguna especie de película porno? ¿Apareceré en las noticias con el titular “Joven desempleado y desahuciado fue encontrado muerto sobre un descampado, desnudo y con el culo abierto”? No, no, puedo dudarlo. ¿A quién le importaría? Ni mi madre me llama.

Decidí dejar de ser un gilipollas y mirar en dirección al reino de Jesucristo, y lo entendí. Claramente no era un ovni, gracias al cielo. Más sin embargo, el resplandor surgió por un panel
lumínico de aquel local, cafetería para ser exactos.

“Silent Coffee”.

¿Cómo? ¿Café silencioso? Vale… Que mal rollo tío.

A paso presuroso opté por arriesgarme y colocarme bajo un pequeño techito que poseía ese edificio. Al menos, podría esperar a que la lluvia parase pese a las advertencias del programa climático matutino que alcacé a notar mientras bebía mi café. Estaba dudoso. El sol emanaba tal calor que algunos de los ciudadanos andaban con poco ropaje, e inclusive, vio a un chaval en tirantes. Cómo no, sí, lluvia. Pff.

Y ahora quería arrancarme las pelotas.

La gélida brisa parecía calarme hasta los huesos, torturándome. Mis rodillas temblaban, tenía la nariz helada y mis pies apenas podía sentirlos. ¿Siquiera estaban ahí? Su cuerpo precisaba de calor, y no estaba dispuesto a morir, como mencioné, me niego.

Y no lo había notado, pero las luces del interior de aquel local estaban encendidas, por lo que fisgonee un poco. No había nadie, no tenía clientela y las sillas estaban acomodadas sobre las pequeñas mesas de madera. Froté ambos brazos con ímpetu. Joder, y mil veces joder.

¿Qué pasaba si entro? ¿Me tacharían de ladrón? Que va, únicamente precisaba de un ambiente cálido para su conservarse hasta que la lluvia parase. Mordí mi labio inferior. Titubee, pero finalmente alcancé a tomar el pomo de la puerta e ingresé con lentitud.

— ¿Hola? —Nadie respondió, vale. — Lo siento, no quiero congelarme ahí fuera, ¿puedo quedarme aquí hasta que deje de diluviar? No tomará más de unos minutos.

U horas. Esta noche aparentemente Dios todopoderoso quiere joderme.

Ni un ruido, siquiera el tintineo de las tazas al chocar. Todo estaba bien posicionado. El piso de madera encerado, la mayoría de la vajilla fajinada, más una sutil melodía salir de unos parlantitos en cada esquina del salón. La barra estaba pulida, con algunos tazones de sobrecitos con azúcar y demás utensilios. Servilletas alineadas perfectamente. Había una nevera exhibidora con muchos de los postres tradicionales digna de cualquier cafetería; Rollos de canela, tortas de chocolate,
tarta de manzana… Mierda, ahora sí me entro el hambre. Me acerqué al vidrió que nos separaba. Puedo sentir como una línea de baba caía por la comisura de mis labios ante tal exquisitez.