32. OUR DREAMS HAVE FINALLY COME TRUE

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El sonido de un gran bostezo inundó la habitación. Los primeros rayos de sol de la mañana empezaban a colarse por las rendijas de la persiana a medio bajar, la sábana se amoldaba a su cuerpo y el característico olor de Amaia impregnaba el ambiente. Alfred sonrió feliz por primera vez en semanas y se acurrucó aún más a la espalda de su mujer. Recordó que la noche anterior había descubierto que sería padre y el cuerpo le reaccionó en forma de escalofrío. Una sensación cálida le invadía el pecho y se extendía hacia sus extremidades, aún le costaba creerse la suerte que tenía.

Más despierto y positivo que nunca empezó a mover su mano hacia el bajo vientre de Amaia, donde se entretuvo durante unos minutos acariciándolo con las yemas de los dedos. Una dormida Amaia gimió en sueños al percibir las sensaciones que le estaban provocando las manos de su marido. Las terminaciones nerviosas de toda ella se encontraban prestas al tacto de Alfred y le mandaban señales de placer directas al centro de su cuerpo.

- ¿Amaix? ¿Estás despierta? - susurró Alfred en el oído de su chica mientras subía las caricias hacia su torso.

Amaia simplemente soltó unos soniditos y se acomodó en su posición para fingir que seguía durmiendo. Alfred rió levemente y dejó que su mano juguetona siguiese subiendo hasta el pecho de su mujer. Repasó todo el contorno con el dedo mientras se pegaba a ella y le empezaba a besar la nuca. Con calma, sin ninguna prisa, cerró los dedos alrededor del pezón de Amaia y mordió suavemente su hombro. Estas acciones provocaron que la chica se arqueara para conseguir más contacto y suspirara con satisfacción.

Con mimo, Alfred emprendió la misión de bajarle las braguitas para poder acceder a ese sitio que tanto había echado de menos. Sin más preámbulo, una vez la prenda de ropa estuvo fuera de su camino, acarició con un dedo la hendidura entre los labios de su mujer y se maravilló al descubrir lo mojada que estaba.

No era la primera vez que Alfred la despertaba así, le encantaba ver como abría los ojos sorprendida al notar las primeras contracciones del orgasmo, pero nunca la había encontrado tan dispuesta como entonces. Su centro estaba caliente y húmedo, así que aprovechó para introducir un par de dedos en su interior. Solo con ese contacto pudo apreciar todo el fluido que salía del cuerpo de su mujer, no creía haberla sentido nunca tan excitada, ya que al sacar la mano y bajarla por sus muslos los encontró resbaladizos.

Alfred ahogó un gemido en la espalda de Amaia y se debatió unos segundos acerca de que prefería hacer. Por un lado tenía la boca hecha agua, pidiéndole a gritos que bajara a divertirse, pero por el otro había cierta parte de su propio cuerpo que le exigía entrar en acción después de tanto tiempo olvidada.

Bufó y decidió despertar a su chica antes de hacer nada. Llevaban unas semanas realmente raras y a pesar que sabía que lo más probable era que no le molestara ser despertada con su lengua entre las piernas, pensó que lo mejor sería preguntarle.

- Buenos días, cucu - susurró Alfred en el oído de su mujer al mismo tiempo que le mordisqueaba la oreja -. Despierta, anda... que te he echado mucho de menos - Prácticamente suplicó.

Sintió las vibraciones de la risita de Amaia contra su pecho y sonrió antes de agarrarle la mejilla entre los dientes y mordisquearla flojito.

- ¿Cuánto rato llevas haciéndome creer que estás dormida? - preguntó divertido.

- No demasiado. El justo para saber que realmente me has echado mucho de menos - rió Amaia mientras se giraba para quedar boca arriba para poder verle la cara a su marido.

- ¿Y tú? ¿Me has echado de menos? - inquirió Alfred modosito acariciando el cuello de su mujer.

- Más que a nada - susurró Amaia agarrándole la cara a su marido para poder mirarle a los ojos - Lo siento mucho ruru, ha sido todo mi culpa.

Ya no puedo inventarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora