Un llanto, un grito y me asfixio. Un sueño que viene y se va, pero, ¿y si no lo era? ¿Y si todo lo que pensaste que era tu realidad no es más que un juego de sombras, una fantasía disfrazada de la mejor de las verdades?
Me levanto en una habitación media a oscuras, sudada, con el corazón casi saliéndose de la caja torácica, y el recuerdo de un sueño, o mejor dicho, una pesadilla. Pero esta vez es diferente, esta vez no corro sino que me escondo. No sé de qué ni porqué. Un hormigueo que danza por todo mi cuerpo hasta marearme, el tic tac de un reloj que no puedo ver, al compás con mi corazón. Tengo un dolor punzante en el estómago y es que no son mariposas las que revolotean en el, son como las olas de un tsunami que chocan contra la orilla llevándose todo a su paso. Siento como se abre la puerta, con un chirrido ensordecedor y...
Abro los ojos. Me siento en la cama y de manera inconsciente mis manos empiezan a buscar la silla de ruedas. No la encuentran. Recorro la habitación con la mirada y a duras penas entre la oscuridad logro identificar un nuevo objeto posado al lado de la mesita de noche. Dos muletas envueltas en un lazo rosa. La luz se enciende.
- Buenos días - dice una voz. Me viro y su hombro derecho descansa en el marco de la puerta color chocolate, sosteniendo todo el peso de su cuerpo. Una sonrisa seductora juguetea en la comisura de sus labios y su mirada me escruta igual que cada mañana en espera de algo.
- Hola - logro articular, casi inaudible.
- Veo que notaste tu nuevo regalo.- avanza hacia mí y se acomoda en la esquina más alejada de la cama.
- ¿Dónde está mi silla?
Él suspira, - Bueno, como ayer te encontré de pie y tratando de caminar supuse que había llegado el momento de intentar volver a poner en práctica el uso de tus piernas.- hice una mueca con los labios, no muy convencida y él pareció notarlo.
- Vamos, te ayudo - musitó al tiempo que se paraba de la cama y me traía las muletas, mientras le quitaba el gran y ridículo lazo rosa.
Nuevamente, traté de ponerme de pie. Siento que tarde una eternidad pero él muy paciente esperó hasta que estuviera lista. Ya enganchada en las muletas, intenté de dar un paso hacia delante. Las piernas me pesaban y tuve que sacar fuerzas no sé ni de dónde para mover la pierna derecha.
Logré dar seis pasos, y casi llego a la puerta de no ser porque perdí el equilibrio y fui a parar al piso. Él fue a mi rescate como tantas otras veces y me susurró “lo siento” mientras me cargaba hasta el comedor.
- Me encantaría desayunar contigo pero se me está haciendo tarde para el trabajo. Tengo una reunión importante hoy y no puedo faltar. Adiós mi ángel.- Dijo mientras me daba un beso en la frente, agarraba sus llaves y se dirigía a la puerta. Mi ángel. Siempre me decía así, su criatura celestial enviada por Dios como un milagro, un tesoro que tuvo la suerte de encontrar. Aunque para mi fuese todo lo contrario.
- Adiós, Santiago - respondí al mismo tiempo que cerraba la puerta, creo que no me oyó.
Santiago. Siempre creí que ese nombre no le iba. Es como la más bella de las paradojas. Su carácter dulce no le va para nada a esos enormes brazos que tantas veces me han servido de refugio. Su perfilada nariz y definida mandíbula hace que parezca un Dios griego bajado del mismísimo Olimpo, dejando atónita a cualquier criatura que ose mirarlo a esos ojos como dos tazas de café en una mañana fría. Él es fuego en medio del mar, paz en el caos; y es mío, mío… mío.
Es extraño, a veces siento que vivo en una realidad alterna donde nada parece ser lo que es, no se siente correcto. Me explico, llevo veinticuatro años respirando el mismo oxigeno, casada durante cuatro años, mas sin progenitores. Vivo en un lugar con sobrenaturales paisajes y hermosos atardeceres en las afueras de Venecia o al menos es lo que me sigue reviviendo Santiago. Y digo que es así porque el único recuerdo que tengo es el de una bala rasgándome la piel. Luci, mi terapeuta, dice que es normal que el cerebro reprima algunos momentos traumatizantes de la vida. Santiago, me sigue repitiendo que no sufrí ninguno, lo cual no explica del todo porque estuve un mes en silla de ruedas aparte de mi constante terquedad ni porque no recuerdo nada de mi infancia, adolescencia o siquiera a mi propia madre.