—No, por favor —masculló la mujer llevándose las manos al rostro.
Sus manos temblaban como las hojas de un árbol en la estación de otoño. La piel helada perdía su color, el miedo le burbujeaba en la garganta y el dolor le martilleaba en muchas partes, especialmente a un costado del abdomen, pero la preocupación por su pequeña era aún más fuerte. El amor de mantenerla a salvo le ayudaba a soportarlo todo.
Todo.
—Cierra la boca, mujer estúpida. ¿Dónde has dejado la botella?
—No sé de qué me hablas —murmuró y lentamente se descubrió el rostro.
El miedo atenazaba su cabeza provocando que sus sienes palpitaran, pero ella sabía lo que preguntaba su esposo, porque esta no era la primera vez.
—Yo tenía una botella de whisky —dijo el hombre con una voz áspera que retumbó en cada recóndito espacio de la sucia casa, sus pupilas negras parecían expulsar fuego, lentamente la rabia estaba dominándolo, pues aquel impulso de desesperación por seguir bebiendo le hacía perder todo grado de cordura.
—Amor, ya has bebido mucho, deberías ir a la cama...
Las palabras temblorosas de la mujer se suspendieron en el aire como fonemas sin sentido para el hombre. La cólera resurgía de su pecho, así como el desgarrador sollozo que nació del interior de su mujer cuando su mano áspera impactó en el delicado rostro.
—Por favor —masculló de nuevo, en un intento en vano de aplacarlo, sus hombros estaban sujetos contra la pared, donde tenía magulladuras que todavía no sanaban y otra vez, no conseguirían desaparecer.
Una lágrima rodó por su rostro, ella podía soportarlo, debía hacerlo hasta que algún día consiguiese irse lejos de estas pesadillas, pero era consciente de que los golpes la dejaban sin sentido a veces y el temor a no despertar de nuevo la atemorizaba casi tanto como el horror que la inundaba cuando su marido golpeaba a alguna de sus hijas.
Buscó con la mirada los ojos asustados de su pequeña Julieta, la mayoría de las veces la encontraba escondida en algún rincón, mirando a hurtadillas con sus mejillas bañadas en lágrimas.
Por suerte hoy no era uno de aquellos días, y agradeció aliviada no hallarla en ningún sitio.
Cerró los ojos un poco más tranquila, tratando de evocar una imagen salvadora, sus dos niñas eran la mejor imagen, con sus sonrisas radiantes y sus ojos como la espesura de un bosque; moteados, pardos, marrones y salvajes, llenos de un júbilo implacable. Imaginó que Julie tendría a Angela escondida, pensó que su niña de ocho años ya estaba lo suficiente mayor para saber que en momentos como este, lo mejor era no mirar y fingir estar dormida.
Sin embargo, desde el bordillo de la escalera, oculta por la oscuridad, Julieta se agazapaba entre las sombras de la noche, con los labios apretados, los ojos llorosos y el corazón anheloso de correr hacia su madre.
La pequeña se abrazó a sí misma, las piernas le temblaban y su pecho estaba comprimido, pero entonces supo que era hora de subir, esconderse bajo las mantas y abrazar a Angela que era la única persona a la que se sentía capaz proteger, de modo que con pasos estremecidos pero ágiles, se escabulló hasta el cuarto, tan hábil y silenciosa como había aprendido con el tiempo, aun cuando oía los sollozos lastimosos de su madre, los gritos enfurecidos de su padre y sus latidos desbocados por el pánico. Las cosas eran de ese modo, y sabía muy bien que ella no podía cambiar las cosas.
Abrazó el cuerpo pequeño de su hermana, frágil como esa muñeca con la que jugaba antes, solo que cuidarla era mucho más complejo. Esta era una niña real y, desafortunadamente, demasiado inquieta.
—Todo va a estar bien —le susurró al oído y entonces, cubriéndole ambas orejas con las manos, tarareó una canción que le calmara el alma, cuya letra inventaba en el segundo y entonaba con una melodía igual de original. Era lo que hacía antes para ella misma, pero ahora, sentía preferible que su hermana no escuchara nada, aún era pequeña, podía evitar que viera todo aquello, que oyera los insultos, los quejidos y la realidad; siendo la hermana mayor podía evitar muchas cosas y para ello, tan solo debían mantenerse juntas.
Cantó hasta que la casa tras un portazo se quedó en silencio.
Angela ya dormía con profundidad, su respiración subía y bajaba acompasada, deseó que estuviese teniendo un sueño hermoso y entonces, todavía sin poder dormir, se escurrió como aceite por las escaleras, desesperada por socorrer a su mamá y no encontrarla muerta.
Gracias al cielo no se le veía tan mal, no como en otras ocasiones, esta vez solo parecía cansada y dolorida.
—Julie —susurró su madre. Pero la niña negó con la cabeza, no quería escuchar, solo ayudarla, nada de esto era su culpa y ya pronto llegaría el día en que se fueran—, lo siento, mi bebé. Lo siento...
—Mami, todo va a estar bien —dijo sonriendo la pequeña, con la sutil esperanza de que esas palabras surtieran el mismo efecto que en su hermana, porque, lo único que podía hacer ahora, era darle fuerzas.
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Querido lector! Me presento, soy Pía Morgado, autora de este libro, y te agradezco por estar aquí leyendo los inicios de ¿Por qué tu?
Sin embargo, te escribo esto por si aún no estás convencido.
¿Estás buscando una novela romántica? ¿Juvenil? ¿Con dramas y conflictos amorosos? ¿Quieres reírte? ¿Quieres sentir los miedos y sentimientos de la protagonista? ¿Buscas algo que sea interesante, que tenga todo pero no sea completamente cliché? ¿Quieres enamorarte perdidamente de Alex? ¿Quieres un chico malo pero que no lo es? ¿Quieres...
Mejor léelo y comenta después que te parece ¿Por qué tú? es un libro entretenido, con una trama algo triste, el pasado de Julieta a veces resulta algo crudo y conmovedor, pero la perseverancia y el amor resuelven sus problemas, así que te invito a que sigas con la historia, la novela está completa y actualizaré cada semana!!
Besos!!
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¿Por qué tú?
Teen FictionNo quiere líos amorosos, ni amistades falsas, ni dramas que la devuelvan al pasado, Julieta acaba de entrar a la universidad, de modo que está lejos de casa, becada en una universidad de ensueño, en donde sus recuerdos no la deberían alcanzar, justo...