La desesperación me prohíbe hacer otra cosa. Tengo que conseguir que recobre al menos un poco de aire antes de ayudarlo a subir.
Le cubro la nariz con una mano, ya que no tengo demasiada idea de cómo hacer esto, pero supongo que evitará la entrada de más líquido. Con el otro brazo, tengo que arreglármelas para mantener la boca en la forma correcta, mientras que el cuerpo se sostiene con la ayuda del agua. Él se ha dejado de mover... Y espero que esto no sea una señal tan mala como creo.
Me sorprende lo cálidos que están sus labios incluso sumergidos. Si no fuera por la horrible situación, sería agradable sentir este calor...
Maldita sea, Íngrid. Te mereces algo peor que el infierno por pensar en eso ahora.
Como no veo demasiados cambios en las reacciones de Julián, me decido por finalmente ayudarlo a subir a la superficie. Lo saco casi a rastras, y dejo su cuerpo tumbado en la orilla.
Mi mejor amigo continúa inconsciente. Mierda, Julián, no puedes hacerme esto.
Repito la respiración boca a boca: No sé que otra cosa más puedo llevar a cabo. Mis conocimientos médicos son escasos. Lo único que se me viene a la cabeza es un golpe precordial, y ni siquiera recuerdo si se utiliza para los paros cardíacos o la falta de aire. A esta altura puede que ninguna, o que ni siquiera sirva y no estoy enterada.
Sorpresivamente Julián se levanta y yo me sobresalto. Mi amigo comienza a toser de forma reiterada, quizás tratando de eliminar de sus pulmones los restos de agua.
Pero está vivo. Eso es lo que importa: Todavía está vivo.
—In... Íngrid...
—¡Julián!
Abrazo a mi mejor amigo con todas las fuerzas que me quedan. Él me devuelve el gesto, aunque un poco confundido.
—Oh, estás bien, pensé que... Pensé... Pensé lo peor
Parpadeo repetidas veces para dejar caer las lágrimas de mis ojos. Demasiada agua, demasiados sollozos.
No quiero soltarlo. La sola idea de su muerte me aterra, me mata a mí. Y ahora estuvimos tan cerca...
Aunque no lo quiera hacer, me separo un poco de él y observo su expresión. Está aturdido: Cómo si no recordara muy bien cómo llegó aquí o por qué está mojado.
—In... Lo siento
—¿Qué?
—Siempre estás preocupándote por mí, salvándome, cuando yo no he podido devolverte el favor ni una sola vez. Te has puesto en peligro por mí y eso no está bien. Tenías razón cuando dijiste que, si hubiera un apocalipsis zombie, no sabría qué hacer
Recuerdo haberle dicho esa frase hace nada... El día en que supimos que el mundo cambió. Pero qué ironía... Parece que ya han pasado años desde que abandonamos nuestra vida normal para convertirnos en... Esto. Porque ¿Qué somos? ¿Supervivientes fuertes? ¿Personas que tuvieron más suerte que otras? No lo sé.
De cualquier forma, lo que está diciendo mi mejor amigo no tiene sentido.
—¡No seas idiota, Julián! —Espeto —Salvar a una persona no significa solamente ir armado hasta la cabeza cerca de ella y evitar que reciba una bala. Significa también proteger sus sentimientos, aconsejarla, escucharla cuando nadie más quiere hacerlo. Tú has hecho eso conmigo
—¿Yo... Yo te he salvado así? —Pregunta Julián tímidamente, casi entre susurros, y ahí es cuando me doy cuenta de lo silencioso que está el bosque como para oír su voz en ese tono.
Entonces siento algo que no he sentido nunca con mi mejor amigo: Una mezcla de vergüenza, odio hacia mí por sentirme así... Amor. Un amor diferente.
Simplemente estamos allí, él y yo, frente a frente en el medio de la callada naturaleza... Pero conscientes del caos a unos cuantos metros. Y, también siento por primera vez, algo que nunca creí que los ojos azules y dulces de Julián me podrían producir: Intimidación. Noto como se me sube el calor a las mejillas y me siento una cosa pequeña arrodillada en frente suyo.
Trato de recordar cuál era la pregunta que me hizo, de encontrar una respuesta, y he perdido extrañamente la noción de cuánto tiempo me he quedado divagando.
—Pues claro que sí, Julián... —Intento formular algo que sea y suene sincero... Pero es que, no lo sé ¿Por qué de repente me siento tan débil? —Tú lo sabes... —Hablo cabizbaja, sin cruzar miradas, para evitar esos hermosos ojos que sin razón pasaron de parecerme cautivadores a intimidantes.
Siento que mi mejor amigo posa su mano en mi mejilla y me acaricia el rostro. No sé qué es lo que me está pasando: Hoy parece ser el día de las primeras veces, pero esta es la primera vez (valga la redundancia), que me siento incómoda con él. Ahora mismo no quiero que me toque y sólo quiero desaparecer. No porque sienta algo malo: Sólo es un frenesí de emociones pero, de algo tan poderoso e incontrolable, no puede salir nada bueno. No puedo sentir estas cosas con Julián, no es normal, y no lo entiendo.
—Tenemos que volver al hotel. Ya hemos hablado demasiado aquí —Digo mientras me levanto rápidamente del suelo y, aunque intento que mi voz suene firme, no lo consigo del todo.
—Sí, tienes razón
Observo a Julián para intentar descubrir si no soy la única que, por algún motivo desconocido, siente que algo ha cambiado: Lo noto un poco confundido pero no logro leer sus pensamientos. Esto también es extraño... Él siempre es un libro abierto conmigo. O al menos eso creía.
Empezamos a correr hacia las ruinas de hotel. Mierda, por favor, que todos estén vivos y con balas de sobra...
Luego de unos minutos que parecen horas (Al parecer la lanzada del monstruo no fue tan lejos como sentimos), llegamos a donde se encuentran todos. El panorama no es muy bueno, pero verdaderamente podría ser peor. No entiendo cómo, pero se la siguen apañando a los balazos, y veo que nadie más ha muerto... Aún.
Parece que han diseñado un patrón para evitar daños y atacar, ya que se van moviendo de forma coordinada, y todos recargan sus armas cuando el monstruo recibe demasiados balazos en los ojos. Definitivamente ese es su punto débil.
Los únicos que no parecen seguir esta estrategia son Luciano, Nahuel y Franco: No sé muy bien qué es lo que hacen, pero sí parecen estar coordinandos los tres, aunque no con los demás. Ellos son un poco más arriesgados: Atacan más y de forma más violenta, incluso se atreven a acercarse al monstruo y causarle daño con diferentes cuchillos. Parece herir mucho más la grotesca piel de la criatura, pero entiendo por qué sólo lo están haciendo ellos tres: Es muy riesgoso. Hay que tener valentía de sobra para hacerlo.
De todas formas, es inútil, el monstruo es demasiado grande. Necesitamos armas pesadas...
Entonces aparece, tan oportuna como siempre y como si hubiera leído mis pensamientos, Mirage corriendo cerca de mí y Julián.
Sigue llevando un traje de oficina gris, pero lo que me llama la atención es el armamento que porta: Un lanzagranadas. Me quedo impactada al ver como se puede mover tan rápido con semejante equipo en sus brazos.
Apunta directo a los ojos del monstruo y algo que parece ser una granada cegadora le impacta por completo en la cara. La criatura retrocede varios pasos, y todos se alejan de ella, mientras se ponen a recargar. Mirage se acerca hacia mí y, no sé por qué, en este momento no tengo el impulso de golpearla.
—Allí hay un lanzacohetes —Me explica Mirage, señalando detrás del monstruo. Efectivamente, incluso yo lo puedo ver desde aquí —Si te apresuras y esquivas bien a esa cosa mutante, podrás alcanzarlo
Lo primero que pienso es lo obvio: Es una trampa ¿Por qué me ayudaría ahora? Pero la verdad es que esa es la única manera de destruir a este monstruo... Con ese lanzacohetes.
La criatura parece violentarse y el efecto de la granada empieza a desaparecer.
—¡Que no tengo más granadas, Íngrid! —La rubia prácticamente me grita, con una desesperación en su voz que nunca había escuchado antes —¡Hazlo!
A la mierda con mis dudas. Sólo esta vez... Sólo le daré esta última oportunidad, mi última pizca de confianza en ella, y nada más.
Me lanzo a correr hacia el arma, moviéndome en zigzag entre las largas patas de la criatura, y evitando también las balas de todos los demás. Quienes me ven y no son excelentes tiradores, sin embargo, dejan de disparar. El resto intenta cubrirme.
Los pies me queman de tanto correr, y también me cuesta respirar por la mezcla de velocidad y angustia.
Siento a la tierra sacudirse detrás de mí y volteo la cabeza: De nuevo la criatura se ha ensañado conmigo. Parece haberse olvidado de mi familia y amigos.
Mueve la cola violentamente hacia mí para intentar derribarme, pero doy un salto sobre ella. Caigo de pie, me estabilizo y corro el trayecto que me falta.
—¿Así que te gusta el juego de saltar la cuerda, amiguito? —Le grito inevitablemente al monstruo, con una gran sonrisa sarcástica en mi cara, por culpa de la alegría que me da no haber recibido un golpe. Ya sé que este no es el mejor momento para dármelas de nada, pero me da igual, estoy viva y eso sí que es un gran logro.
El monstruo me enseña sus dientes afilados antes de que yo vuelva a mirar hacia adelante.
Llego al lanzacohetes de una vez, lo tomo y me preparo para disparar, mientras la criatura sigue acercándose peligrosamente hacia mí. Si tardo un sólo segundo más en disparar moriré triturada.
Apunto con la mayor precisión que puedo por el temblor nervioso de mis manos hacia la cara y, con el gran monstruo a sólo unos centímetros de mí, disparo.
El retroceso del arma hace que me caiga al suelo. Me quedo allí, en el césped, intentando sobreponerme rápido de todo. Tomo grandes bocanadas de aire.
Veo como mi grupo empieza a acercarse a nuestra ubicación hasta que se detiene a observar al monstruo... Éste se queja moviéndose bruscamente, con la cara bastante chamuscada, pero no ha muerto.
No ha muerto.
Mierda ¿Es que es es invencible? Esa simple idea me paraliza.
—¡El ojo izquierdo! —Grita Mirage con tal volumen que sobrepasa los quejidos de la bestia. Todos la miramos —¡Es su punto débil, lo noto, está sangrando! ¡Necesita un golpe de gracia en el ojo! ¡En serio sé lo que digo!
Todos parecen convertirse en amigos de Mirage por un minuto, porque la obedecen, incluso mis padres que acaban de conocer al infierno de su hija en persona: No hay nadie que no busque algún arma o instrumento.
Pero no hay nada. Los cuchillos ya no pueden ser quitados de la criatura, no tenemos balas, no tenemos alternativas...
Entonces recuerdo algo. Me llevo la mano hacia el bolsillo de mi pantalón verde y, efectivamente, mi compás rojo y azul sigue ahí donde lo guardé después de lavar mi ropa.
No lo pienso dos veces: Me pongo el útil escolar en la boca y corro hacia el monstruo. Comienzo a trepar, de forma desastrosa porque no sé hacerlo muy bien, por el cuerpo de la criatura.
Tiro de sus carnes, arrancando a veces trozos de ellas, e intento ignorar lo viscosas y asquerosas que se sienten. Pero el monstruo no puede pasarlo por alto: Parece dolerle mucho.
Empieza a moverse en todas las direcciones y yo tengo que sujetarme con todas mis fuerzas para no caer al suelo. Ya casi he llegado al lomo: Estoy muy alto aquí.
Aferrándome a su pegajoso cuerpo consigo llegar finalmente a su lomo. Me arrastro hacia la parte trasera de su cabeza, porque si intento ponerme de pie, de seguro caigo y soy historia antigua.
La criatura comienza a mover la cabeza frenéticamente para quitarme de encima suyo, y se me desprenden los pies de su nuca. Levanto los brazos con rapidez y me sujeto de su oreja derecha.
Quedo suspendida en el aire a no sé cuantos, y no es que quiera saberlo, metros del suelo agarrada de su oreja. Me sorprende hasta a mí misma aún no haber soltado el compás en un grito.
Sigue moviéndose demasiado rápido pero, de alguna forma, consigo poner mis pies sobre su nuca de nuevo y tomar impulso para sujetarme desde la parte trasera de su cabeza.
El animal mutante, o lo que sea, se para sobre sus dos patas traseras y los pies vuelven a quedarme el aire: Me sostengo de una demasiado resbalosa tira de carne de su cabeza.
El monstruo intenta usar sus patas delanteras para quitarme de en medio, como hizo con Julián y conmigo antes, al lanzarnos hacia el otro lado del bosque: Para mi suerte, no son lo suficientemente largas y flexibles como creía. De todas formas, se queda intentándolo un buen rato.
Una especie de baba que desprende su piel, de entre sus carnes, empieza a rodearme los dedos. Me aferro con más fuerza. No puedo soltarme, no quiero morir... No ahora, no así...
Por fin deja de intentarlo y yo decido que tengo que hacer esto lo más rápido posible: Trepo con velocidad hasta la cima de su cabeza y, entonces, clavo la punta del compás en su ojo izquierdo con toda la fuerza que el cuerpo me permite.
El monstruo grita en agonía y cae al suelo, mientras que yo me deslizo por su cuerpo para bajar de él. Al parecer Mirage sí que tenía razón... Por lo menos en esto. Muevo las manos para quitarles lo pegajoso.
Al fin esa cosa murió.
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Cuando El Apocalipsis Empieza (Masacre Mundial 1)
Acción"¿Por qué tengo que convivir con once chicos que, además, me tratan mal? Me frustra que crean que por ver una maratón de Zombies Al Amanecer sabrán utilizar los cuchillos. He matado a casi media escuela convertida en esas cosas, he conducido de aquí...