El reloj volvió a tocar. Las cinco. Cinco campanadas que martillearon mis tímpanos. Recostado sobre el frío lecho en el que había pasado los últimos meses y que tantas veces se me había antojado prematura mortaja. Las sábanas, tan heladas como siempre y la luz, tan tenue y lúgubre, yacía lánguida sobre las húmedas paredes. Me senté sobre la cama y sobre mí cayeron las sombras de la reja. Descalcé mis pies y los apoyé en el suelo. Estaba helado y mohoso, pero me gustaba sentirlo. Era un placer tan inmenso experimentar aquella sensación tan desagradable acariciando las plantas de mis pies...
Un escalofrío recorrió mi espalda.
El reloj continuaba con su "tic-tac"... y mientras, yo pensaba en ella.
Hacía meses que no la veía. Hacía meses que la añoraba y gemía de manera lastimera con sólo imaginarla... si tan sólo pudiera volver a escuchar el eco sordo y apagado de su voz... Aquéllo, aquéllo sí habría apaciaguado mis sudores fríos y calmado mis enfermizos temblores.
Pero ella no estaba.
Dos semanas después de saberlo desapareció. Aún siento el la mejilla el fantasma traicionero de sus labios, que siempre habían ardido con una pasión incandescente, pero que aquel día rozaron mi rostro como si de dos helados filos de cristal se tratase.
Aquel último beso, el cual atesoro como un diamante y al que me aferro para no perder la cordura en mis últimos momentos. Tan vacío de sinceridad pero tan lleno de culpabilidad...
No dijo nada. Huía de mi mirada de la misma manera que iba a huír de mi destino. Estaba nerviosa y distante; habló poco y esquivó todo lo mío. Ni siquiera me dio un último adiós... Sabía lo que ella había significado para mí, sabía lo que me dolía saber que no iba a tenerla de nuevo enredada en mi cuerpo.
Abrió la boca para decir algo, pero se llevó una mano nerviosa a los labios, me miró con los ojos cargados de culpabilidad y se marchó para siempre.
No puedo reprochárselo... ¿Quién querría estar en su lugar? ¿Quién desearía asistir a la lenta llegada del fin, injusto y anunciado pero irrevocable de aquel al que ama? Cuanto antes se alejara, antes me olvidaría... aunque algo me dice que no le costaría mucho, al menos no tanto como a mí. Me duele, me duele profundamente, pero no puedo reprocharle nada. Aunque lo cierto es que yo nunca la habría abandonado si se hubieran invertido nuestros papeles, aunque me hubiera costado encadenarme eternamente a la agonía de verla marchitarse. Hubiera preferido ahogarme en el océano de sus lágrimas y presenciar hasta su último suspiro antes que alejarme de ella tan sólo un instante dejándola a merced de las crueles garras de la soledad y el abandono.
Pero yo estoy solo. Y exhalaré mi último suspiro en silencio y soledad, con su imagen inundando mi mente.
De nuevo el "tic-tac" del reloj. No se detiene, jamás; restando incansable segundos a mi existencia, resuena en cada rincón de mi celda y hasta dentro de mi cerebro: "un segundo menos"... "otro menos"... ¡otro! Otro segundo menos para mí...
No cejan en su empeño de consumirme, insistentes, imparables.
Camino por la horrible estancia con los pies descalzos, sintiendo gustoso las deformaciones y el frío extremo de la horripilante superficie. Pego mis mejillas entumecidas a los helados barrotes, presionando mi cara contra ellos, sintiendo con claridad el nefasto poder que ejercen sobre mi aciago destino... Ellos y el reloj que sigue su letanía.
¡Ah! Mis últimos instantes... ¿Quién decidió que mi vida era un desecho? ¿Acaso fue aquella mujer que, sudorosa y extenuada, me trajo aquella fatídica noche a este cruel mundo? ¿Acaso fue aquel joven que sonrió y derramó sus más sinceras lágrimas, henchido de felicidad y amor, cuando me vio por primera vez, cubierto de sangre y tan, tan pequeño e indefenso? ¿O acaso las almas inocentes que acompañaban mi risa infante, alimentando mi imaginación y mis sueños? O quizá pudo ser aquel ángel que me embalsamó con su mirada por primera vez, embriagando mi corazón y mi alma y cuyos labios besé primero y con quien compartí mis primeras caricias y escalofríos.
¿Quién decidió que mi mente debía quedar sepultada de este modo? ¿Quién? Mi cerebro no deja de preguntarlo... ¿Quién? Y, ¿Por qué atroz motivo? ¿Por qué instraspasable razón debo dejar de sentir y respirar de esta abrupta manera?
El frío en mis pies y en mis mejillas... la frente ardiendo, el reloj restando el tiempo... La humedad de las paredes, las tuberías goteando lejanas, las sábanas frías, mi mente desencajada y el sudor frío recorriendo mi rostro. Mis manos temblorosas pero extremadamente calientes... mis últimas espiraciones, tan próximas a mi expiración.
¿Dónde quedarán mis recuerdos? ¿Dónde irán mis sueños y esperanzas? ¿Dónde mis anhelos y pasiones?
Morirán conmigo, víctimas de lo humano.
Tic- tac...
Tic-tac...
Las manillas vuelven a marcar y el reloj vuelve a sonar y vacía mi cabeza de pensamientos.
Creo que ya apenas siento el frío.
El verdugo viene en mi busca.
Es la hora.
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Pena de Muerte
Non-FictionOtro de los relatos cortos que escribí en Bachillerato, hace ahora más de 10 años. Ligeramente editado con respecto al original.