La miré serio, pero después en mi cara se formó una sonrisa, que pelotudo me estaba boludeando, en ese momento me puse a reír a carcajadas. Al no escuchar que ella hablara me alteré un toque.
—¿Es joda?
—No digo mentiras.
Mis piernas reaccionaron, corrí entre los árboles en busca de Fran. Inmediatamente me di cuenta que estaba dando vueltas en círculo.
—Se dónde está —grité, ¿de dónde salió?
—Me re asuste.
Ella no respondió, me agarró del brazo y me llevó a quien sabe dónde, nunca había caminado tanto como ahora. Miré el cielo, había un humo negro que provenía cerca de aca.
—¿Qué es eso?
No respondió. Seguimos caminando hasta llegar a una gran fogata apagada, cerca de esta había un tronco ancho y alargado. Podía distinguir que había alguien en el tronco, atado.
—¿Fran?
—¡Me ataron! ¡yo quería ser amigable! ¡me ataron!
Parecía un loco.
La chica misteriosa agarró la soga y la jalo con fuerza, desatando a Fran. Hacía ver sencillo desatar a alguien.
—¿Quien intentó quemarte? —preguntó ella, demasiado cerca de Fran.
—No sé, tenían máscaras.
—Ustedes van a ir casa, sanos y salvos. No dirán nada o yo misma los buscare para quemarlos.
Me sobresalte al sentir su fría mano en mi cuello.
—¡La concha de tu madre! —lleve mi mano a mí pecho.
Posta quería irme lo más rápido posible.
—Siento que alguien me está viendo.
—Rodrigo, ella desapareció.
—Hagámosle caso.
Note que entre unas hojas estaba la cámara, increíblemente intacta.
Fran extendió el brazo para agarrarla. Seguimos caminando hasta llegar al cartel. Sentimos tranquilidad al ver la placita, incluso había niños jugando en los juegos. El siguió de la largo e iba a seguirlo, pero sentía que me miraban, pero no podía ver a nadie hacerlo.
Me acerque a un tobogán azul. De reojo podía sentir que había alguien detrás de mi, entonces volteo para ver quién era. Todo había sido rápido, un chico me golpeó con una chapa.
Cuando abro los ojos de nuevo, los vuelvo a cerrar al sentir un fuerte dolor en la cabeza.
No podía hablar, me habían vendado la boca con una tela vieja.
—Nadie puede vernos y después huir.
Frente a mi había un chico de pelo rubio con una máscara blanca y llevaba una túnica. Note que había más chicos con la misma máscara y túnica.
El rubio sacó un cuchillo de su túnica.
—¡Lucifer!
—¿Si? —pregunto un chico de pelo blanco.
—Cuídalo hasta la noche.
El chico de pelo blanco se acercó a mí y empezó a arrastrarme por un camino de piedras. Me llevo a un galpón viejo y me tiro en un colchón sucio.
Un chico de pelo de negro entró al galpón, en su mano tenía un termo metálico y de su cuello colgaba un collar de plata con un diamante rojo.
—¿Me pasas las cenizas?
El pelinegro puso cenizas en su termo y se lo tomó, me dio una arcada.
—¿Abraxas lo sabe? —preguntó el albino mirándome.
—¿El es el sacrificio?
—No, logro escapar, pero este venía con él.
—¿Qué haremos con sus huesos? —río.
—No lo asustes, Satanás. No haremos nada con tus huesos y no somos caníbales.
El pelinegro se acercó a mí y me quito la tela de la boca.
—¿Te duele algo? —agito el termo.
—La espalda.
—Cierra los ojos.
Dudé, pero lo hice. Sus manos frías tocaron mi espalda, hasta que no sentí nada.
—Satanás, vámonos.
—Listo.
Volvió a poner la tela en mi boca. No sentía dolor en mi espalda, era como si nunca me hubieran golpeado con una chapa.