Dos aspirinas y una ducha fría

40 10 1
                                    

Hay gente que se despierta por las mañanas y no siente la impulsiva necesidad de meter su despertador en la batidora y ver como se hace pedacitos, y así poder dormir hasta tarde. No es mi caso, y si mi batidora no estuviera rota o mi padre no me hubiera amenazado con afeitarme la cabeza si volvía a hacerlo, probablemente lo haría.

Me llamo Noa Mackenzie, y no me gustan los despertadores. Sobre todo cuando tengo resaca. Anoche Bob Scott celebró como todos los años su fiesta de fin del verano, y como todos los años, fue un desmadre, acabé echando la pota en el porche de mi casa, mi padre me echó la bronca del siglo, y me acabo de despertar con una resaca de nivel 7.

Bajo de mi cama como un gusano y me arrastro por el suelo hasta la esquina en la que dejé caer mi móvil anoche, cuando Ethan me ayudó a llegar hasta mi cuarto y después se fue a su casa.

No chicos, no es mi novio, es solo mi amigo. Y no es que él sea gay, o que yo lo sea, o que yo sea demasiado fea para que algo pasara entre los dos. No estoy mal, y el es bastante mono, es solo que simplemente somos amigos. Puede que yo lleve años sintiendo algo más que amistad por él, y puede que no sean solo unos años, sino desde el momento en que nos conocimos, y también puede que no solo sienta algo y que en realidad esté bastante colada por mi amigo de toda la vida. Pero, ¿qué se le va a hacer? A veces es mejor reprimir esos sentimientos, arrugarlos en una bola y esconderla en tu armario debajo de todos esos jerséis que te hizo tu abuela y que pican como un demonio y que no te has puesto, ni te pondrás, en tu vida. 

A veces las cosas son más sencillas así. A veces es mejor callar para no perder a un amigo. No os equivoquéis, yo no soy de esas que se guardan sus sentimientos. O no lo soy normalmente. Bueno, no lo soy nunca, excepto en este caso. El problema es que cuando le conocí, teníamos 6 años y a esa edad los niños son un poco cabezotas. Bueno, la cosa es que Ethan y yo acabamos pegándonos a puñetazo limpio porque los dos queríamos la última cera de color verde, la profe nos echó la bronca y nos obligó a hacer las paces. Desde entonces somos inseparables. Ah, ¡se me olvidaba! Fue en ese momento en el que empecé a enamorarme de él, pero era demasiado pequeña como para pensar en novios y me conformaba con ser su amiga. Y para cuando tuve edad suficiente y me di cuenta de qué estaba colada por mi mejor amigo, ya era muy tarde: me había quedado atrapada en la friendzone, y no había manera de salir de ella sin perderle como amigo.

En realidad, podían pasar tres cosas:

a) Que yo me callara mis sentimientos, es decir, la situación en la que estamos.

b) Que yo hubiera confesado, él me dijera que solo me veía como amiga y que viviéramos la situación más incómoda de nuestra vida, seguida de una incapacidad de regresar al estado anterior de nuestra amistad en la que Ethan vivía en la ignorancia, obligándonos a separarnos cada vez más hasta que fingiéramos no conocernos cuando nos crucemos en los pasillos del instituto.

c) Que yo me confesara y él me correspondiera. ¡JÁ! Casi me lo creo.

Es probable que hubiera optado por la opción c), pero justo a los 13 años, ya estando segura de lo que sentía y después de haber pasado el verano mentalizándome para confesar mi amor no correspondido, ocurrió algo con lo que yo no contaba: comenzó el instituto y llegó al pueblo una chica nueva, una chica de ciudad, una chica con un nombre tan presuntuoso como ella misma, Jessica Lee Evans, la chica que todas las chicas desean ser y en la que todos los chicos piensan cuando se les levanta su amiguito. Y cómo no, Ethan Anderson tenía que caer bajo su embrujo, frustrando mis planes para ser feliz.

De modo que tuve que decidirme por la opción a) y vivir en una mentira que me va matando lentamente. O puede que exagere por el punzante dolor de cabeza que siento en estos momentos, tirada en el suelo de mi cuarto viendo la foto en la que me etiquetó anoche Sarah Brown, y en la que salgo como si fuera a estornudar encima de mi ron con cocacola. Si hay algo que tenéis que saber de mi, es que siempre salgo mal en las fotos, pero es algo que ya tengo asumido.

Vuelvo a dejar el móvil tirado en el suelo y me arrastro hasta la silla de mi escritorio para ayudarme a ponerme en pie. Voy a ciegas hasta mi baño, tropezando con los pantalones que usé anoche y enciendo la luz. No sé qué es peor, el dolor que produce la brillante luz de la bombilla del baño o que el reflejo de mi cara casi rompe el espejo. Creo que mi cara. Tengo unas ojeras enormes, mi pelo parece un nido de cigüeñas en el que ha habido una pelea de perros y además tengo un moratón en la mejilla, que debió de salirme después de caer con mi cara en las escaleras del porche de mi casa. Seguro que con estas pintas consigo que Ethan se olvide de Jessica Lee Evans.

Cojo el frasco de aspirinas y saco dos. Después de quince minutos y muchos intentos infructuosos, consigo tragármelas y me meto a la ducha. Tras dejar que el agua fría me despierte un poco, me visto y bajo a que mis padres me echen la bronca otra vez, por si no hubiera sido suficiente con la de la noche anterior. Cuando llego al salón me encuentro a mi hermano viendo la tele en el sillón.

-Pareces un zombie en descomposición.

- Que te den, ¿dónde están papá y mamá?

- Se han ido al bufete, tenían un rollo con no sé qué caso -parece que no habrá bronca por ahora-. Me han dicho que a lo mejor no llegan hasta mañana y que hay un tupper con comida en la nevera.

Sonrío. Parece que no va a ser un día tan horrible después de todo. A veces viene bien que tus padres sean dos abogados adictos al trabajo.

- No te alegres tanto, que te toca llevarme a comprar las cosas para el cole.

- Mierda.

Resignada, me tiro en el sillón al lado de mi hermano. Después de unos segundos mirando al techo me fijo en la televisión. Pero... ¿pero qué...?

- ¿PERO QUÉ HACES VIENDO VIKINGOS? ¡QUE TIENES 11 AÑOS PARKER, POR EL AMOR DE DIOS!

Cuando la vida no quiere darte limonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora