Las puertas de madera de roble cenizo se abren y entro en el gran salón. Las personas más próximas se giran para mirarme y sus ojos se amplían mientras sus labios se separan formando una pequeña "O". Su reacción me hace sonreír ligeramente.
Todos conocen el tipo de hombre que es mi padre: serio, recto y ciertamente conservador. Por ello, mi aspecto en un día tan importante como hoy parece sorprenderles.
Mi vestido no es la elección recatada y discreta que, desde luego, él quería. La suave tela de color dorado cae sobre mi cuerpo como una segunda piel. Sobre mis hombros descansan unos tirantes tan finos que parecen hilos trenzados. El cuello en uve crea un amplio escote mientras el resto de la tela se ajusta perfectamente a mis caderas. La falda, que se extiende hasta la altura de mis tobillos, está abierta en uno de sus lados mostrando parcialmente una de mis piernas mientras avanzo por el gran salón sin bajar la mirada. Es un vestido tan ligero que con cada paso que doy, una inexistente brisa de aire parece hacerlo ondear.
Puedo sentir los ojos de las personas que sobrepaso clavados en mi espalda desnuda. Las plumas negras tatuadas en ella llaman inevitablemente su atención. Probablemente, muchos de ellos piensen que no es más que una simple decoración para la ocasión, pero se equivocan. La tinta está grabada en mi piel de forma permanente.
Mi pelo cae liso sobre mis hombros y la cálida iluminación que procede de las cientos de pequeñas bombillas que decoran el alto techo hace que los reflejos rojizos de mi pelo castaño oscuro brillen con intensidad.
En algún lugar, probablemente en la esquina más alejada del salón, un pianista endulza el ambiente con una suave y fresca melodía que queda algo amortiguada por el parloteo de los cientos de invitados que llenan el lugar. Camino y ellos se apartan, casi como si las aguas del mar se abriesen a mi paso. La sensación es intoxicante y algo abrumadora.
Algunos me saludan con una sonrisa, otros me lanzan miradas de desdén. Después de todo, soy la hija del dueño de la Torre Kadjar y no es fácil caerle bien a todo el mundo.
Varios minutos después de hacer mi entrada en el gran salón donde se celebra la fiesta, mis ojos son atraídos inevitablemente por la espalda del hombre que apoya sus manos sobre una de las numerosas barras donde sirven las bebidas. Mi rumbo vira con ligereza y me encamino hacia él. En el momento en que lo alcanzo, uno de los camareros deposita frente a él un vaso de cristal con abundante hielo bañado por un líquido del color de la miel.
— Tomaré lo mismo —le digo al camarero joven vestido con un esmoquin blanco y pajarita negra. Él asiente y se dispone a preparar la bebida.
Al escuchar mi voz, el hombre junto a mí se da la vuelta y sus ojos oscuros me observan con perspicacia.
— Definitivamente... —su mirada se desliza por mi cuerpo contemplando mi despampanante atuendo —... vas a atraer la atención esta noche.
— Tu también estas guapo, Kane —respondo con una sonrisa. Americana y pantalones negros, así como la camisa que lleva debajo y sus brillantes zapatos. Podría parecer un atuendo demasiado oscuro, pero no para él pues concuerda definitivamente con su estilo —. Además, es mi fiesta de compromiso, por lo que sin importar lo que me ponga acabaré acaparando la atención, ¿no te parece? —respondo lanzándole un giño.
Kane pone los ojos en blanco y niega con la cabeza ligeramente. Entonces, agarra su vaso y le da un largo trago a su bebida. Podría parecer algo demasiado trivial, pero me percato de que lo hace para esconder una media sonrisa que acelera los latidos de mi corazón. Sin embargo, finjo no darme cuenta.
— ¿Has tenido dificultades para entrar en la Torre? —pregunto a pesar de ya conocer la respuesta.
— No —responde depositando el vaso casi vacío sobre la barra —. Gracias a tu amigo he podido acceder sin problemas.
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La chica sobre los tejados © #2
FantasyA Red le gusta observar el mundo desde las alturas. Ningún edificio es demasiado alto ni ningún tejado demasiado escarpado. El viento azota su bufanda roja casi como si quisiese robarla, pero ella se mantiene inamovible sobre el borde. Sus ojos sie...