Un ebrio.
-Ven aquí, preciosa- dijo el bastardo con voz ronca y un repugnante olor a alcohol encima.
Me aparté de sus gigantescas manos y lo golpeé en la entrepierna sin dudarlo. – ¡Si serás zorra!- gruñó cayendo al suelo, con las manos en el punto exacto de mi golpe.
Arqueé una ceja divertida.
-Sí, igual de zorra que tu madre- le dije antes de marcharme.
Había sido una noche larga… y quería descansar.
{Narra Geoffrey}
Aun me sentía mal por haber pensado así de ella. ___________ había intentado ser agradable conmigo y yo sólo había metido la pata hasta el fondo.
«Nunca la volverás a ver, Geoffrey. Ya no pienses en ello. Intenta arreglar las cosas con Becca.»
Becca. Mi futura ex esposa. ¿Cómo es que un par de horas junto a esa preciosa pero letal stripper me habían hecho olvidar completamente a mi dulce Becca?
Caminé hasta mi coche con las manos en los bolsillos y sin expresión alguna.
Una vez dentro del Audi, observé el Antro Anacks, que desde afuera parecía increíblemente discreto y común.
Mis amigos me habían recomendado ir allí. Los últimos meses no habían sido demasiado alegres para mi vida, por lo que me propusieron la idea de ir a “despejar” mi mente.
«Vaya fiasco ha resultado ésto»
Cuando todos mis problemas parecieron haberse confabulado para formar un tornado dentro de mi cabeza, una duda más se hizo presente.
«¿Volveré a verte otra vez, __________?»
{Narras tú}
-¡Despierta, __________!- gritó esa maldita aguda voz desde el marco de la puerta.
-¡Es Domingo! ¡Déjame dormir!- gruñí enterrando mi rostro en la almohada.
-Tenemos que ir a la iglesia, ¿no piensas faltar o sí?- cuestionó mi madre en tono amenazante.
-Ya, déjame a mí aquí, y vayan ustedes. Creo que Dios de tantas veces que me ha visto allí, ya recuerda mi rostro de memoria- bromeé ácidamente.
Observé como mi madre me fulminaba con la mirada.
-Mira que rebelde me has salido- se quejó con las manos en la cintura y luego dijo algo entre dientes para que yo no lo escuchara, pero lo comprendí perfectamente.
Ella le preguntaba a Dios qué había hecho ella para que tuviera una hija así.
Antes de que se marchara, provoqué un poco más su cólera.
-Pues, has hecho cosas sucias con papá- reí secamente- aunque no creo que Dios vaya a decírtelo de ese modo. Dudo incluso que te lo diga.
Ella me miró entre ofendida y helada. Negó furiosamente con la cabeza, y se marchó sin antes hacer que el sonido del portazo retumbe en todo mi cuarto.
Bien, sorprendentemente pese a todo lo que decía, yo era creyente.
No creía en la iglesia, pero si en Dios.
De todos modos, nada me privaría del hecho de poder provocar a mi madre con bromas al respecto.
Me removí en la gigantesca cama buscando la suavidad del colchón bajo mi cuerpo.
Las imágenes de la noche anterior llegaron a mi mente como un molesto torbellino abrumador.
Geoffrey.
¿Por qué seguía enojada con él?